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Crítica | El caso Villa Caprice
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘El caso Villa Caprice’: el imperio de la vileza en tiempos corruptos

Los elementos de este drama francés podrían formar parte de cualquier noticia en los periódicos de estos días: poder, dinero, pasión, sexo

Niels Arestrup y Patrick Bruel, en 'El caso Villa Caprice'.
Javier Ocaña

Una mansión en un paraje idílico comprada a un precio sospechosamente bajo. Un famoso empresario con oscuras relaciones con un alcalde. La esposa de este, humillada por su marido en materia sentimental, que decide poner en manos de los medios de comunicación determinadas grabaciones y pruebas que demuestran esas conexiones ilegales. Los elementos de la película francesa El caso Villa Caprice podrían formar parte de cualquier noticia en los periódicos de estos días: corrupción, poder, dinero, pasión, sexo. Y, sin embargo, esa es solo la parte fácil para componer una historia y llevarla a la pantalla: la superficie, los hechos, lo que trasciende. Lo difícil, y lo meritorio en el caso presente pues el trabajo del director y coguionista Bernard Stora es notable, es el retrato de los personajes, de su interior; de su poder, por supuesto, pero también de sus flaquezas. Y sus interconexiones; no tanto las económicas, políticas y jurisdiccionales, que también, sino sobre todo las psicológicas, las concesiones a la confianza en un mundo en el que nadie puede confiar en nadie.

Dos roles muy atractivos. Patrick Bruel interpreta al gran empresario, chulería en la sangre, altura física y de miras, la seguridad en sí mismo como forma de vida, uno esos personajes que solo por dar trabajo a 85.000 personas se creen con bula legal para hacer lo que les plazca sin que nadie se lo recrimine. Niels Arestrup, mirada turbia, voz de dolor y rencor, gesto que asusta, una fuerza de la naturaleza a sus 72 años, es el abogado encargado del caso. Ambos se escupen con los ojos, pero están condenados a entenderse: el primero, porque necesita al segundo para librarse de la cárcel, de la humillación de que te quiten el cinturón en comisaría por si te entran deseos suicidas; el segundo, porque necesita al primero para seguir demostrando que está por encima de cualquiera, y porque cobra lo que no está escrito.

Ahora bien, pese a su pose y su poso de hombres inalcanzables e invencibles, lo más interesante del guion de Stora son las vulnerabilidades de ambos, sobre todo las del abogado, que ante el juez parece más un ingeniero jurídico que un defensor. Ambos son durísimos, incluso crueles, y por ahí rezuman también los prejuicios de clase, pero hay un flanco débil en sus personalidades, y eso es siempre lo más interesante: en la vida, y en las películas.

Stora, de carrera extraña pues se ha pasado media vida profesional escribiendo y realizando series y telefilmes, y solo se ha acercado a la dirección cinematográfica en tres esporádicas ocasiones en cuatro décadas, ha creado un encomiable estudio sobre el poder y su fachada, sobre la soberbia y sus desvalimientos. Como si hubiera tenido que esperar a los 79 años para mostrar todo lo que sabe de la condición humana. En El caso Villa Caprice, a la narración de los entresijos legales del caso quizá se le pueda objetar algún detalle, pero su radiografía de la supremacía de la vileza es fascinante.

EL CASO VILLA CAPRICE

Dirección: Bernard Stora.

Intérpretes: Niels Arestrup, Patrick Bruel, Irène Jacob, Michel Bouquet.

Género: drama. Francia, 2020.

Duración: 103 minutos.

Estreno: 21 de enero.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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