‘El contador de cartas’: la insólita purificación de Paul Schrader
La maestría de Schrader, al escoger una tragedia reciente de nuestro tiempo para después llevarla a unos ambientes insólitos, no tiene parangón
“Tenía una inteligencia formidable y la capacidad para reinventarse una y cien veces”. Estas palabras de Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes acerca de la personalidad de Paul Schrader en su juventud podrían explicar la última deriva del escritor y cineasta estadounidense: la de un excepcional autor que, en tiempos de superficialidad y de blockbusters, continúa haciendo cine adulto en Hollywood con bastante regularidad, con presupuestos modestos y enormes trascendencia y prestigio, levantándose una vez más de su propia tumba, la de uno de los mejores guionistas de la historia y la de uno de los seres más autodestructivos de su generación, y eso que en ese apartado tuvo relevante competencia entre sus compañeros. No en vano, los grandes temas de su filmografía, y quizá aún más en sus últimas películas, son la culpa y la redención. La notabilísima El contador de cartas es la última de ellas.
La carga moral y el peso del pasado siempre han sido esenciales en las historias de Schrader. Como guionista, en Taxi Driver, Toro salvaje, La costa de los mosquitos, La última tentación de Cristo… Y como director, en casi toda su obra, con cimas como Hardcore: Un mundo oculto, Posibilidad de escape, Aflicción y El reverendo. En El contador de cartas solo hay que citar un nombre para entender el tamaño del pecado con el que debe lidiar su protagonista: Abu Ghraib, la prisión iraquí. Ahora bien, lo fantástico en el caso del personaje que interpreta con su habitual poderío Oscar Isaac es la originalidad de la propuesta de Schrader. Un tipo que ahora se maneja en ambientes completamente distantes, jugando como profesional al blackjack y al póquer en los casinos. Y un rol que mientras lucha consigo mismo y con su recuerdo, no deja de producir empatía en el espectador. La maestría de Schrader al escoger una tragedia reciente de nuestro tiempo para posteriormente huir del arquetipo, llevándola a un territorio genérico y unos ambientes insólitos, en los que ningún autor hubiera pensado para ese personaje, no tiene parangón. Y sin que su individualización deje de lado lo esencial: la podredumbre del sistema, apuntando mucho más arriba.
Ese giro vital del protagonista, además, nunca resulta caprichoso. De hecho, es rotundamente metafórico: los contadores de cartas escrutan el pasado para intentar construir un futuro. Y eso es lo que, a su modo tortuoso, hace también el carcelero que cada noche tiene pesadillas con lo hecho, mientras durante el día sueña con una (im)posible redención. Esa búsqueda del perdón, expuesta a través de una extraña poesía del desamparo, una puesta en escena sencilla y parca, y un montaje clásico, a base de encadenados de imágenes y de fundidos, resulta en muchos sentidos dostoyevskiana. Así, El contador de cartas coincide en moralidad y en ambientes, aunque de un modo mucho más espartano, con una extraordinaria película con aliento del escritor ruso: El jugador (1974), escrita por James Toback y dirigida por Karel Reisz.
Obras como El reverendo y El contador de cartas enlazan de este modo con la madura complejidad de las grandes películas americanas de los años setenta. Con las del propio Schrader y también con las de su productor: nada menos que Martin Scorsese.
EL CONTADOR DE CARTAS
Dirección: Paul Schrader.
Intérpretes: Oscar Isaac, Tye Sheridan, Tiffany Haddish, Willem Dafoe.
Género: drama. EE UU, 2021.
Duración: 112 minutos.
Estreno: 29 de diciembre.
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