De la pulgada a la fanega, el kilo o el azumbre: el hombre que lo mide todo en España
José Castaño, profesor de instituto jubilado, estudia desde hace 15 años las medidas y pesos tradicionales, una pasión por la que ha levantado un museo en su pueblo de Toledo y creado un diccionario
El sofista Protágoras proclamó que el hombre era la medida de todas las cosas, y José Castaño Álvarez, de 77 años, es el hombre de todas las medidas. Filólogo, catedrático de instituto jubilado, lleva enfrascado desde 2007 en estudiar la historia de las medidas y pesos tradicionales, sobre todo de España. Una tarea homérica que ha dado como frutos un museo en su localidad natal, Herreruela de Oropesa (Toledo), de apenas 300 habitantes, además de un diccionario histórico con más de 900 voces. Castaño preside la Fundación Museo Etnológico de Herreruela, que es como se llama el edificio de tres plantas de su pueblo que contiene “unos 5.000 objetos”, calcula, relacionados con las unidades que miden longitudes, áreas, volúmenes y pesos. El museo es un rosario de pesas, balanzas, serones, cántaros, tinajas, cestos, banastas, alcuzas, jarras y todo tipo de envases y recipientes usados con tal objeto. “Casi todos son originales, ya sean donados o comprados”, dice Castaño. “Lo que empezó como una exposición acabó convertido en museo”.
Castaño no solo ha estudiado la historia de estos objetos, también su vertiente antropológica. “Cuando aún no había objetos para medir se usaba el cuerpo. Las primeras medidas longitudinales que utilizó la humanidad fueron antropométricas: la pulgada, el codo, el pie, la cuarta…”. ¿Y qué fue lo primero que se pudo medir o pesar? “Los alimentos, los metales preciosos… Estos porque los llevaban como adorno los jefes tribales”.
Al visitante de este centro, inaugurado en 2010 con una subvención del Ministerio de Cultura, lo reciben la cartelería e instrumentos relacionados con los áridos (granos y frutos secos), cuyo patrón típico fue la fanega (con capacidad para 55,5 litros). Para los áridos lo habitual era emplear como recipientes “cajones cuadrados, hondos, de base amplia, para que no se volcara lo que contenía”.
Los estudios de Castaño han tenido como punto de partida la Edad Media española: “Los modelos legales estaban en los ayuntamientos, como era la vara de Burgos, un patrón nacional motivo de prestigio para los burgaleses. De hecho, suponía una afrenta que el rey eligiera el patrón de otra ciudad. Además, los monasterios y los señores feudales poseían sus propias unidades de medida. Tenían poder. El primer monarca que quiso unificar los pesos y medidas con una ley fue Alfonso X el Sabio, en 1261″. Castaño es el autor también de El libro de los pesos y medidas (La esfera de los libros, 2015) en el que recoge la queja del monarca: “En un mismo lugar hay una medida para comprar y otra para vender”.
Sin embargo, el rey no pudo acabar con la multiplicidad de unidades. “Estaban asentadas en el cerebro de la gente, en el entendimiento mutuo de las dos partes. Era un mundo de personas que no sabían leer ni escribir, pero esto no impedía que se entendiesen en esta cuestión. Las ordenanzas metrológicas que siguieron hasta 1801 no consiguieron acabar con tanta unidad, como tampoco eliminaban los fraudes”. Para complicar más el asunto, había unidades que se usaban para varias medidas, como la arroba, que eran 11,5 kilos, 12,5 litros para el aceite y 16 litros para el vino.
Castaño también se ha preocupado de buscar referencias literarias, “las primeras de la fanega son del siglo XII, la del celemín [4,6 litros] y la vara [83 centímetros], del XIII... La metrología española viene de los romanos, visigodos y árabes. Estos últimos trajeron medidas para aburrir, que se mezclaron con las que había”.
De esa época de Reconquista y repoblación, Castaño pone un ejemplo de medidas vinculadas a cómo se premiaba a unos u otros en función de su posición en la sociedad estamental: “Los reyes les daban a sus señores feudales tierras. En los fueros navarros, por ejemplo, se podían adjudicar al noble a partir de lo lejos que llegara una pértiga lanzada a los cuatro puntos cardinales. Pero al peón le decían: ‘Siéntate en el suelo, ponte la mano en la cabeza, mete el brazo por ese hueco y tira tu hacha a ver adónde puedes llegar”. Esa porción de tierra era la que se ganaba.
En el museo hay una zona dedicada a la carga, que “era la cantidad que podía transportar un animal, una carga eran cuatro fanegas”. Este espacio está presidido por un carro. “Es que era una unidad de volumen, este del museo tiene unos dos metros cúbicos y se hacían más o menos con esa medida. Cuando alguien le decía a otro, tráeme un carro de estiércol o de melones, ambos sabían cuál era la cantidad”. En la parte sobre líquidos se muestran numerosos cántaros para el agua, “que se estandarizaron en unos 16 litros”. “La leche se vendía por cuartillos, que era medio litro; y el vino por azumbres, de unos dos litros”.
Castaño enumera otros ejemplos no sujetos a ningún patrón y que siguen empleándose: “Un manojo de espárragos, que son los que te caben en una mano, un puñado de arroz, un racimo de uvas, un ramillete de perejil. Ni el sistema métrico decimal ha podido con ellas”.
Ese fue el gran cambio, que trajo la Revolución francesa, aunque tardó en implantarse en el mundo —en España la ley para aplicarlo data de 1849—, con el kilo y el metro como unidades fundamentales. Hasta le sacaron cantares en Madrid, como recogió Castaño en su libro: “El sistema decimal / que nos quieren imponer / es un sistema animal / que no vamos a entender”. “Se instauró por necesidades del comercio, de la hacienda pública, porque las superficies tenían diferentes tamaños y así era complicado el cobro de impuestos; y de la ciencia, que exigía patrones basados en una naturaleza inmutable”, explica.
Del sistema métrico decimal Castaño atesora básculas, balanzas, pesas, pesos… Hasta llegar al área dedicada a las medidas de longitud, donde la reina es la vara, “fundamental para el comercio, una vara eran tres pies [casi 28 centímetros cada uno] o dos codos; y dos varas hacían una braza”. Ahí está también una reproducción de la Tabla de Pamplona: “Es una tabla de madera de roble, de 3,50 metros de longitud, en la que están marcadas las medidas oficiales de longitud del antiguo Reino de Navarra. Se conserva en el Ayuntamiento de Pamplona”. Hablando de navarros, menciona una peculiar disposición: “Para saber si un hombre tenía edad de empezar a pagar impuestos, si el juez tenía dudas, ordenaba bajar al mozo la ropa íntima con el fin de descubrir si el vello púbico tenía la longitud de la pulgada [unos 23 milímetros]. Esa circunstancia se tomaba como criterio indiscutible”.
Acabado el paseo por el museo, que Castaño considera un ejemplo de lucha contra “la España vaciada”, se despide con otro recuerdo de cómo la cultura de las medidas y pesos tradicionales empapaba todos los aspectos de la vida medieval. “Según el Fuero de Alarcón, en Cuenca, del siglo XII, si te daban un bofetón, el juez podía establecer la multa para el agresor según el tamaño de la marca que te habían dejado en la cara. El moratón se medía en pulgadas”.
Un diccionario con 900 entradas
La otra gran obra de José Castaño es un diccionario histórico de pesos y medidas tradicionales desde la Edad Media hasta principios del siglo XIX, que no olvida las metrologías gallega, vasca y catalana. "Contiene más de 900 entradas y en cada una hay una explicación de la historia de cada término, sus acepciones y citas de documentos literarios donde aparece, para ello he consultado más de 1.000 libros”, explica. Entre las conocidas, celemín, "unidad de medida de áridos que es la doceava parte de la fanega, 4,625 litros”. La palabra que más le ha intrigado es "aranzada", que en un principio significó lo que se puede comprar con una moneda de arienzo usada en Castilla] y que con el tiempo ha adquirido nuevas acepciones. En la actualidad se aplica a una determinada superficie de viña. Consciente de lo complicado que será ver reflejado tamaño esfuerzo en una edición en papel, Castaño anda detrás de la Real Academia Española y del Centro Español de Metrología para editar al menos una edición abreviada y otra digital.
Babelia
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