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Amalia Ulman: “Desde que supe que tenía autismo, mi vida cobró sentido”

La artista de origen argentino y criada en Gijón ha revolucionado internet con sus tramas de ficción en redes sociales. Ahora presenta ‘El planeta’, su primera película, que triunfa en los circuitos ‘indies’ de Estados Unidos

La artista Amelia Ulman en el festival internacional de cine de Gijón. Foto: Fotógrafo: Paco Paredes
Jesús Ruiz Mantilla

Tuvo 17 días para rodar su primera película. “Pero me sobró uno”, dice Amalia Ulman (Buenos Aires, 1989). Esa es toda una prueba de austeridad de alguien que creció en Gijón como inmigrante y sufrió hace años el desahucio que retrata en El planeta. Se trata de su primera película, presentada en el último festival de la ciudad asturiana, una obra impactante con la que triunfa en los circuitos indies de Estados Unidos. Allí vive, en Nueva York, este nuevo talento del cine que creció como artista en internet jugando entre realidad y ficción.

Pregunta. ¿De lo que me vaya a contar me tendré que creer la mitad?

Respuesta. ¡No! Yo soy muy honesta, en las entrevistas nunca miento, lo que pasa es que mi vida es tan rocambolesca que a veces la gente no se cree lo que digo.

P. En las entrevistas quizás no, ¿pero en las redes?

R. Usé la ficción en dos proyectos con principio y final muy marcados. Excellences and perfections, en 2014 fue el primero. No fingía nada, era ficción, como lo puede hacer cualquier escritor de teatro.

P. ¿Me explica la diferencia entre realidad y ficción en su caso?

R. Algo que está escrito con un guion y que se sucedía en el caso de aquel proyecto en fotos. No tenía nada que ver con mi vida. Eran imágenes planificadas que subía a internet de forma gradual para crear el ritmo de la historia en el subconsciente de quien las veía en Instagram.

P. Y se lo creyeron…

R. Durante tres o cuatro meses que duró la performance, sí. El proyecto iba de eso: usar ficción con el lenguaje propio de internet. Yo trataba de probar cómo funciona nuestro cerebro a la hora de usar redes sociales y utilizar eso para crear una historia.

P. ¿Y cómo funciona nuestro cerebro en ese caso?

R. De una forma muy pasiva. Seguimos gente que no conocemos y mediante estereotipos creamos una historia. Por eso tiré de esta chica como personaje.

P. Pero la chica era usted.

R. Sí, básicamente era yo volviéndome loca, vamos. Técnicamente era yo.

P. ¿Técnicamente era usted pero metafísicamente no?

R. La cuenta era mía. En un momento pongo: episodio uno. Y ahí empieza. Me cambié el color de pelo. Fui rubia y trata de una chica que empieza a trabajar de influencer sugar baby.

P. ¿De qué?

R. Un tipo de prostitución sin sexo, bueno, sin sexo, entre comillas.

P. ¿Entre comillas?

R. La prostitución es completamente ilegal en Estados Unidos. La idea es que haya un intercambio… El personaje se va hundiendo, se pone las tetas, tiene problemas con las drogas, desaparece dos o tres semanas. Cambia, vuelve a su color de pelo, hace yoga.

P. ¿Se hace vegana?

R. No, aunque bebe zumos y tal. Lo que me interesaba era plasmar varios modelos de chicas en Instagram: de la que hace yoga a la choni. Con una estética tipo cute, anime, rollo sexi. No sé si entiendes lo que estoy diciendo…

P. No, pero da igual, lo busco.

R. Bueno, luego pasa al rollo persona blanca que escucha rap, con uñas largas, tipo twerking… Luego va a rehab y se convierte en una Gwyneth Paltrow con el yoga. Y así. Mi mayor interés era reflejar esto dentro del netart, el arte conceptual en internet, para después pasar al posinternet.

P. ¿No me diga? ¿Quiere decir eso que internet ya ha muerto?

R. Ha habido una serie de artistas (y a mí, por edad, me toca) que incluyen todo tipo de instalaciones físicas que se referían al arte en internet.

P. ¿Arte analógico? Arte, vamos. Me había hecho ilusiones con eso de que hubiera muerto internet.

R. No, no ha muerto.

P. Sus amigos se llegaron a preocupar por usted.

R. Bueno, a mí me interesaba impulsar la ficción con el cotilleo.

P. ¿Bulos? ¿Qué decía?

R. Yo no decía nada. Por eso esta obra fue importante. Entonces no se hablaba de bulos y mucha gente creía que lo que corría por internet era todo verdad. Cuando la gente pensaba que estaba fatal, en realidad andaba en un bosque de California del norte.

P. Estaba usted en la gloria.

R. Sí, fuera del personaje.

P. Luego se mete en el cine.

R. Siempre ha sido mi inspiración, como la literatura. Soy de clase obrera, inmigrante. Empecé a trabajar con cámaras, pero tengo autismo y lo hacía sola en mi habitación.

P. Y el cine, con tanto equipo, ¿es un arte propicio para el autismo?

R. No, pero sí lo es la actuación, te permite aprender otros modos de comportamiento y liberarte de tus propias prisiones. Me lo diagnosticaron hace muy poco y me abrió muchas posibilidades.

P. ¿Su autismo la había frenado demasiado?

R. Sí. Sufrí mutismo, había muchas cosas que me molestaban casi sin razón, era hipersensible a muchas situaciones: olores, la luz, un montón de impulsos que no entendía.

P. ¿Pensaba que era maniática?

R. No, la verdad es que no me quejaba. Las mujeres autistas no íbamos tanto al médico, lo guardábamos dentro. Desde que me di cuenta, mi vida cobró sentido.

P. ¿Cómo le marcó el hecho de ser inmigrante de clase obrera en Gijón?

R. Mucho. No tener aquí a los abuelos. Ir al locutorio, enviar dinero por Western Union, tener padres que lloran al oler un alfajor, yo he crecido así. Sin una identidad fija. Soy ambas cosas: de Gijón con raíces argentinas.

P. Y la argentinidad, ¿cómo le resuena?

R. Colonialismo, racismo, problemas económicos, un país extremadamente explotado por España o Estados Unidos. Soy argentina en el sentido del humor y española de puertas para afuera.

P. El planeta que usted retrata es un lugar desahuciado, en venta que juega al despiste y a la ambigüedad.

R. Ummmm, ¿cuál es la pregunta?

P. Eso, ¿así ve usted el planeta?

R. La película refleja a esas dos mujeres, como hormiguitas, atrapadas en ese lugar, a punto de sufrir un desahucio y que intentan sobrevivir de una forma bastante torpe en ese lugar que, como dices, está en crisis, en medio de un cambio climático y situaciones muy injustas.

P. Usted sufrió un desahucio, de hecho. ¿Qué sintió?

R. Una situación espantosa, perder la casa donde has vivido siempre, pero fue también lo que me permitió reflejar la historia con humor. El declive no es tan abrupto. Te avisan de que vas a perder la casa pero automáticamente no te salen agujeros en la ropa. Quienes han hecho películas sobre estos temas han sido gente de clase alta que lo refleja de forma melodramática, con sentimiento de culpa. Estaba un poco harta de eso y me inspiré más en películas hollywoodenses con guiones maravillosos y ese tipo de antihéroes que me fascinan.

P. ¿Cómo los que creaban Azcona y Berlanga, por otra parte?

R. Sí, bueno, Berlanga era clase alta, eh, no nos olvidemos. Pero lo he tenido como referencia.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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