_
_
_
_
_
Desde el puente
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aquella dicha lejana de la reconciliación

Para muchos españoles, la Constitución hoy solo es un puente que, lejos de unir las dos orillas irreconciliables de la memoria, solo sirve para irse de vacaciones a Benidorm

manuel vicent adolfo suarez puente diciembre
Adolfo Suárez y los componentes del Gobierno de UCD posan tras la aprobación de la Constitución en 1978.Marisa Flórez
Manuel Vicent

Después de los años de dictadura, el 22 de julio de 1977 se abrieron las puertas del Congreso en la Carrera de San Jerónimo de Madrid y entraron por primera vez los diputados y senadores elegidos democráticamente en las elecciones de 15 de junio para desarrollar la Ley de la Reforma Política. Muchas horas antes del acto las calles de alrededor fueron tomadas por las fuerzas de seguridad, que además de las metralletas que llevaban en brazos tenían a su disposición unas cajas de madera con la estampilla de Santa Bárbara surtidas con botes de humo y balas de goma. El miedo era entonces una moneda corriente, de modo que el número de guardias triplicaba al menos al de los padres de la patria.

A las doce en punto aparecieron los Reyes bajo el dosel del estrado en el hemiciclo. Don Juan Carlos lucía el uniforme de gala de capitán general y un bronceado de regata; Doña Sofía, vestida como una figura femenina de Watteau, tenía ya el rostro muy macerado por la música de Bach. Diputados y senadores, todos muy encorbatados en trajes oscuros de domingo, se pusieron en pie e hicieron sonar los aplausos de rigor, expectantes, todos salvo los socialistas, quienes, para marcar territorio, optaron por permanecer con las manos en los bolsillos. Solo aplaudieron al final del discurso real. Queda hoy muy lejos aquel estado de gracia que envolvía como un aura al Monarca, rubio, alto, simpático, a quien de forma gratuita se le asignó el mérito de haber traído la democracia, pese a haber sido el pueblo el que la había conquistado muy arduamente. Queda hoy muy lejos aquella alegría por la victoria de la libertad.

Al principio el Congreso fue tomado por un circo por los periodistas. Los fotógrafos se paseaban por el hemiciclo, subían y bajaban por los estrados a su antojo y, como quien va de cacería, cuando veían a un diputado bostezando, o dormido o con el dedo barrenando su nariz, le disparaban a bocajarro el flash de la cámara. Los cronistas parlamentarios usábamos imágenes taurinas. Todos esperaban que hubiera bronca y en ese caso, como en las corridas antiguas, algún periodista en el palco de la prensa exclamaba: “¡Más caballos!”. Hasta que se impuso el peto, el diestro solía torear con dos o tres pencos con las tripas al aire agonizando en la arena.

Someter a aquellos fotógrafos que iban de safari por el hemiciclo hasta inmovilizarlos en una tribuna y que el Congreso recuperara la dignidad institucional no fue una tarea fácil. No tenía ningún sentido el humor sarcástico, las burlas satíricas, algunas muy sangrantes, contra el Parlamento, en un momento en que la democracia mostraba una suprema debilidad y se movía entre el paquete de medidas que hacían aflorar a duras penas toda la miseria de la dictadura y los paquetes de goma del terrorismo de ETA. La risa también podía ser otra forma de terrorismo. Adolfo Suárez era tomado por los franquistas y también por los socialistas como un aventurero, un impostor, un traidor, un analfabeto, un tahúr, insultos parecidos a los que hoy se oyen desde la bancada de la derecha contra el presidente del Gobierno.

La Reforma Política había embarrancado, aquella gresca no tenía salida. Adolfo Suárez estaba una mañana de pie en la barra del bar del Congreso ante una tortilla francesa y un café cortado y, de pronto, como si se le acabara de ocurrir, ante el camarero que le atendía y unos periodistas que tenía al lado, exclamó: “¡Hay que hacer una Constitución!”. Estaba apuntando la primavera y las acacias empezaban a florecer y para entonces, con los Pactos de la Moncloa, se produjo el milagro del consenso, hoy tan denostado, y todas las fuerzas políticas de uno y otro bando comenzaron a empujar en la misma dirección para sacar la carreta del charco hasta llegar, después de un azaroso trayecto de 15 meses, al 27 de diciembre de 1978 para que el rey Juan Carlos sancionara el texto constitucional en el palacio del Congreso. De eso hace 43 años. Aquella mañana lluviosa el Rey, sin ningún matiz oscuro, se puso al frente de esta empresa democrática y se declaró el primer comprometido en que la soberanía fuera devuelta a los ciudadanos. Fue un tiempo lleno de sangre, dudas y miedo, y también de dicha, en que los españoles apostamos por no volvernos a matar. Hoy pocos jóvenes valoran lo que costó.

Pero después de tantos años hoy el rey Juan Carlos, escarnecido por supuestas irregularidades fiscales, ha buscado refugio en un país árabe donde no se cumplen las mínimas reglas de la democracia y en el Congreso vuelven cada día los insultos y la bronca de antaño para recobrar la alta consideración de circo. Quedan muy lejos aquellos tiempos en que el sueño de la reconciliación nacional se creía posible en medio del jardín de los derechos humanos que simbolizaba la Carta Magna. Pero ¿qué significa hoy la Constitución? Para muchos españoles solo es un puente, que lejos de unir las dos orillas irreconciliables de la memoria, solo sirve para irse de vacaciones a Benidorm.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_