Daniel Brühl se parodia como el actor más ególatra del mundo
El intérprete hispano-alemán debuta como director con ‘La puerta de al lado’, una farsa con final de ‘thriller’ en la que indaga en las desigualdades sociales. “El populismo nos está pudriendo y dividiendo”, advierte
Era el plan perfecto para Daniel Brühl (Barcelona, 43 años). Una idea brillante que intuyó no sabría desarrollar y, por eso, se la pasó al escritor alemán Daniel Kehlmann para que redactara el guion. Una trama que arranca con ironía, pasa al sarcasmo y aterriza en un thriller de aires hitchcockianos. Una reflexión hábil sobre el ego (que en los actores crece hipervitaminado) y la gentrificación en las grandes ciudades europeas. Un estreno como director debutante para el actor en su amado Berlín, en su festival favorito, la Berlinale. Y de repente, llegó a pandemia. La puerta de al lado, que se estrena ahora en salas comerciales en España, se rodó surfeando la primera ola de la covid en marzo de 2020, e inauguró la última Berlinale, el pasado enero, en un festival celebrado en remoto. “Ahora, al menos, ya puedo presentarla cara a cara”, contaba el miércoles en un hotel madrileño.
El Brühl de la pantalla es un actor ególatra, a punto de viajar a Londres para realizar una prueba para una película de superhéroes. Vive en el barrio berlinés de Mitte, que está siendo arrasado por la gentrificación. Antes de ir al aeropuerto, se detiene en el pub de la esquina a tomar un café. Y allí, en uno de sus desesperados intentos por agradar, cae en las garras de un vecino que sabe demasiadas cosas sobre él. “La película habita dentro de un juego raro. Es mi rostro, cierto, y cuando mi esposa vio la película me soltó un ‘¡qué asco de tío!’ con cierta decepción, porque sabe que dentro de mí habita algo de ese Daniel. Pero a la vez no soy yo, no siento ni que sea una versión negativa de mí. Ni siquiera cuando era joven, que caí en cierto narcisismo y perdí interés por mi entorno, llegué a ser tan insoportable”, confiesa. “En realidad, me he servido de ese Daniel para hablar de lo que me importaba: seres humanos y gentrificación. Al final he rehuido la posibilidad de hacerla más personal, lo que hubiera aumentado una sensación siniestra en la pantalla”.
Por eso minutos antes, se había reído al ver, en la sesión de fotos en el restaurante del hotel en el que realiza la promoción, una calavera dorada de adorno en una mesa cercana. “Demasiado fácil el chiste con las dudas hamletianas, ¿no?”, bromea.
En cualquier caso, Brühl ha aprendido a lidiar con el tiempo con el síndrome de la impostura, que le ha perseguido “toda la vida”. Solo siente que le pueden aceptar al 100% en Colonia, ciudad en la que se crio, como hijo del director de teatro y televisión alemán Hanno Brühl y de la profesora española Marisa González. El cineasta inicia una larga reflexión: “La idea nació de una experiencia que tuve en el restaurante Envalira, en el barrio barcelonés de Gràcia. Allí un día un obrero me oyó hablar del Barça y empezó a echarme unas miradas... Siempre me he sentido un poco de fuera. Hay algo curioso en ser actor. Es de las pocas profesiones en que te felicitan públicamente por tu labor, pero a la vez estás siendo juzgado constantemente. Nuestras sociedades, tanto la española como la alemana, están siendo envenenadas por el populismo, que nos está pudriendo y dividiendo. Como actor, puedo hacer más allá, y dar voz a otros; a cambio, cada día noto mayor carga en las críticas que recibo por cuestiones como que yo en Berlín represento el oeste, el privilegio. Hoy más que nunca noto el nivel de amargura en Alemania. Probablemente, porque se mantienen las diferencias económicas entre alemanes del este y del oeste”.
Perder la naturalidad
El cineasta entra en otro barrizal filosófico: “Nos pasa a muchos actores. Necesitamos ser queridos. En mi caso se multiplicó por mis raíces tan variadas. Aquel Daniel ansioso por ser aceptado en Gràcia hubiera merecido un bofetón. Y sigo sin relajarme del todo en Berlín, bregando por demostrar que soy consciente de la incoherencia en la que vivo”. Antes de abandonar su análisis del nuevo filme, recuerda que su propio padre, como director experimentado, ya le previno: “Él no soportaba a los actores que se habían perdido tanto en la interpretación que lo hacían constantemente. Perder el norte, la naturalidad, es el gran peligro. Yo aún hay días en que monto el show, pero no he llegado a ese extremo. Mi entorno me vigila [risas], y tengo una brújula interior que todavía funciona”.
Ese entorno familiar y de amistades cuenta mucho en el caso del actor hispanoalemán. Por ejemplo, entre sus vicisitudes pospandémicas, Brühl ha podido rodar su ansiada versión de Sin novedad en el frente, la novela de Erich Maria Remarque que el actor protagoniza y produce, y se ha mudado a la isla de Mallorca, “casi más impulsado por mi esposa”. Y estalla en risas: “¡Otro tópico de alemán! Durante años no habíamos ido por ese prejuicio, hasta que amigos de Barcelona me insistieron en su belleza. Queremos que durante una temporada los niños vivan en la naturaleza. Mi mujer, que es psicóloga, sigue con sus pacientes por Zoom, algo que ya hacía el año pasado por el coronavirus”. Y desde allí ha dedicado tiempo a promocionar su serie de Marvel, Falcon y el soldado de invierno. Ahora bien, entre la espada y la pared, el actor, que logró la popularidad con Good bye, Lenin!, aclara: “Si hay que escoger entre Marvel o Tarantino [él trabajó en Malditos bastardos], yo voy con Tarantino”.
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