Charly García, el rey del rock argentino, cumple 70 años
Provocador y de una creatividad irrefrenable, su fama en el país sudamericano es solo comparable a la de Maradona
Charly García cumple este sábado 70 años. Es una efemérides improbable para un hombre que ha violado todos los límites posibles. Vivió en la locura, ascendió a lo más alto de la fama, se desbarrancó en el fango de las drogas, se recuperó, saltó desde un décimo piso y salió ileso, tuvo un hijo, fue millonario y también pobre, pidió ayuda, expulsó de su vida a sus mejores amigos. En ese trance, Carlos Alberto García Moreno, como lo nombra su DNI, compuso la banda de sonido de cuatro generaciones. Si el fútbol argentino tiene a Diego Maradona en el bronce, el rock nacional tiene a Charly García. Con los años, ese hombre destinado a morir joven se reencontró con la vida. Y los argentinos le rinden el homenaje que se merece.
Cuenta la historia que Charly García era un niño prodigio. Antes de los 10 años, tocaba el piano como un adulto y gracias a su oído absoluto podía trasladar melodías a las teclas sin necesidad de partitura. Su carrera como concertista estaba asegurada, pero en los años sesenta se cruzó con el sonido de los Beatles y decidió cambiar a Mozart y Chopin por el rock. Fue entonces cuando nació Charly García. En 1969, junto a un amigo de la escuela, Nito Mestre, creó Sui Géneris, el primer grupo de rock argentino en llenar con 25.000 personas el Luna Park de Buenos Aires. En aquellos tiempos, gobernaban los militares y ser músico de rock era una profesión peligrosa. Charly escribió en los setenta Botas locas, donde dice en verso que “si ellos son la patria yo soy extranjero”. Sus problemas con la censura crecieron con el grupo La máquina de hacer pájaros. La policía rodeaba las sedes de los conciertos y amedrentaba al público. “La censura ayuda, tenés que pensar, tenés un enemigo y hay que pensar una metáfora”, dijo Charly.
En las metáforas estuvo la llave de la supervivencia. Charly sobrevivió a las sucesivas dictaduras argentinas porque los militares no entendían sus letras. Pero desde la Casa Rosada intuían que allí había algo que se les escapaba. La revista Cabildo, una publicación xenófoba y antisemita de propaganda militar, muy popular entonces, resumía lo que veía en aquellos rockeros de cabellos largos: “La filosofía del rock conduce al deseo desesperado de la muerte e induce al suicidio, como lo demuestran las letras de las canciones de Charly García, [Luis Alberto] Spinetta y Moris. Ofrece la posibilidad de convertirse en un animal o un marica”, escribía en un artículo la revista castrense.
“Estoy bien, económicamente tirando y emocionalmente como se puede”, dijo Charly el viernes, en declaraciones que concedió al músico y periodista Roberto Petinatto en Radio Pop. La charla fue una pincelada veloz del genio que se asume como genio: dijo, como tantas otras veces, que era “igual que Bob Dylan” pero “sin los 900 palos verdes [millones de dólares] que tiene él en el banco”; y recordó un encuentro con Charlie Watts, el baterista de los Rolling Stone fallecido el 24 de agosto: “Una vez que estaba con ellos en el mismo lugar, yo me acerqué a donde estaba la comida, me robe un trozo de algo que no se que era y él vino y me dijo ‘vos debés ser importante”. Tampoco duda en comparar su genio con el de Maradona, su compañero en el panteón de los ídolos argentinos. En una entrevista con la revista Rolling Stone en 2008, cuando atravesaba una profunda crisis económica producto de sus desbordes en el escenario y sus problemas para cumplir con los contratos, contó que su vida era un esquivar “patadas como Diego con el gol a los ingleses”. “Y si Diego quisiera ser músico lo sería, y sería genial, porque cuando uno es genio, es genio para todo”.
La carrera de Charly se disparó a finales de los setenta con Serú Girán, otro grupo icónico del rock argentino que siguió a La máquina de hacer pájaros. En Serú compartió escenarios con David Lebón, Pedro Aznar y el fallecido Óscar Moro. En 1982, año de la Guerra de Malvinas, Charly se lanzó, finalmente, como solista. Fue la época del estallido de su genio creativo, con los discos Yendo de la cama al living (1982), Clics Modernos (1983) y Piano Bar (1984). De allí salen los temas Inconsciente colectivo, Nos siguen pegando abajo o Los dinosaurios, este último una celebración del regreso de los militares a los cuarteles. “Los amigos del barrio pueden desaparecer. Los cantores de radio pueden desaparecer. Los que están en los diarios pueden desaparecer. La persona que amas puede desaparecer. Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire. Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle. Pero los dinosaurios van a desaparecer”, canta Charly en aquella canción, convertida en el himno celebratorio del regreso a la democracia.
Su etapa solista “fue de años bravos”, recuerda su biógrafo, Fernando García. Sus problemas con las drogas eran cada vez más graves. La estrella se volvió intratable, llegaba tarde a los conciertos, estallaba de ira, destrozaba guitarras y teclados sobre el escenario o insultaba al público. Cuando sus problemas arreciaban llegaron otras dos joyas de su discografía: Parte de la religión (1987) y Cómo conseguir Chicas (1989). Y en el arranque de los noventa Filosofía barata y zapatos de goma (1990), Tango 4 (1991), con Pedro Aznar, y la ópera rock La hija de la lágrima (1994). La música de Charly volaba y se comía al personaje, que parecía estrellarse en cada esquina. El músico pareció tocar fondo en el año 2000, cuando después de un concierto se lanzó desde el décimo piso de un hotel hacia una piscina. Dio en el blanco. “Solo la vi, y me atreví. Hay que ir más allá, además yo no me voy a morir nunca y mi capricho es ley”, les dijo a los periodistas que lo abordaron aún dentro del agua. De esa época son los discos Influencia (2002) y Say no more (2006). El quiebre del músico llegaría finalmente en 2008, cuando fue “salvado” por el músico popular argentino Palito Ortega, un viejo amigo que lo alojó en una finca de su propiedad y lo acompañó en su recuperación.
“Charly es un genio precoz que se convirtió en una voz de su generación, en una estrella de rock y después en un mito argentino”, resume Fernando García. En 2017, Charly sacó su decimotercer disco de estudio, que, al menos por ahora, es el último. Lo tituló Random, un disco “precioso y cristalino”, como lo definió Fernando Samalea, baterista de Charly durante 30 años. La canción más bella del disco es La máquina de ser feliz, una invención de Charly “plateada lunar / remotamente digital”. “Charly es una especie de demonio de alta alcurnia”, dijo Samalea consultado por EL PAÍS para el lanzamiento de Random, “con algo de Conde Drácula, no exento de ternura y que, al hablar, pone mayor o menor énfasis en determinadas palabras, intercalándolas con onomatopeyas, movimientos de manos, levantamientos de cejas y expresiones dignas de un tablado teatral”. “Tiene el magnetismo de los elegidos y es seguro que a futuro habrá avenidas con su nombre. Es histórico en sí mismo y lo mejor que tiene es su pasión, que contagia a todo el que lo rodea”, explicó Samalea. “Un día se me fue, (un día se me fue) / ese día yo volví a reír / y la felicidad no existe en soledad (...) la máquina de ser feliz / la tiene el Papa, la tengo yo”, escribe Charly en esta, su última resurrección.
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