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CAFÉ PEREC
Columna
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El aviador de Wimbledon

Daniele Del Giudice decía que ojalá la vida fuera como un vuelo de aeroplano, donde las maniobras que hacemos son exactas y no tenemos que valernos de la intuición a cada momento

Enrique Vila-Matas
El escritor italiano Daniele Del Giudice en Módena, Italia, el 14 de julio de 2011.
El escritor italiano Daniele Del Giudice en Módena, Italia, el 14 de julio de 2011.Leonardo Cendamo

Hay libros de los que seguimos hablando después de años, libros que escapan al desgaste del tiempo y mantienen intacta su vitalidad del primer minuto. El estadio de Wimbledon es uno de ellos. Su autor, Daniele Del Giudice, murió el pasado 2 de septiembre en Venecia, donde llevaba años confinado por mal de Alzheimer en una residencia en la Giudecca, con vistas al Lido. Apoyado fervorosamente en sus inicios por Italo Calvino, Del Giudice fue desde el primer momento una figura destacada de la nueva narrativa italiana de los años ochenta. Aviador, escritor, apasionado por los avances científicos. Decía que ojalá la vida fuera como un vuelo de aeroplano, donde las maniobras que hacemos son exactas y no tenemos que valernos a cada momento de la intuición.

El estadio de Wimbledon fue traducido en 1986 por Ignacio Martínez de Pisón para Anagrama, y dejó huella. Siguieron otros clásicos, como el magnífico Atlas occidental, que el otro día, en la barcelonesa Feria del Libro de Ocasión, adquirió el ministro Iceta después de que Biel Mesquida se lo recomendara vivamente.

Por los mismos días en que el aviador de Wimbledon moría en Venecia, la editorial Adelphi en Milán publicaba Bobi, el libro póstumo de Roberto Calasso, centrado precisamente en Roberto Bobi Bazlen, el fascinante personaje de la vida real sobre el que indagaba El estadio de Wimbledon. Bobi va camino de ser cada vez más una leyenda: escritor que no escribía, gran enigma, sabio que se esforzó en todo momento en dejar un rastro mínimo y que, según Calasso, procuraba manifestarse por escrito del modo más discreto posible, casi imperceptible.

Hubo un tiempo en Italia en el que, al nombrar a Bobi, todo el mundo tenía anécdotas con él, normalmente imprecisas o equivocadas. Eran multitud los que decían haberse encontrado con Bobi cuando en realidad él no se veía con nadie. O sólo con unos elegidos. Con el joven Calasso entre ellos, que en Bobi se dedica a comentarnos lo mucho que le atraían en los años treinta los radicales juicios de Bazlen sobre literatura: “Con Bobi tuve, por primera vez, la impresión de estar ante alguien que había logrado liberarse de todas las ideas corrientes (y en ese entonces eran tantas, pesadas, difíciles de mover). Había otra manera de respirar, y en él eso era evidente”.

A Calasso le interesaba descubrir qué exactamente separaba a Bazlen de todo. El estudio de aquel alejamiento, como ocurría en El estadio de Wimbledon, fue a la larga el motor de la creciente y continua admiración que Calasso fue sintiendo por Bobi, joven de opiniones siempre lúcidas (las podemos encontrar en Informes de lectura, La Bestia Equilátera 2012), como las que emitiera tan a primerísima hora sobre escritores que luego serían claves en la cultura europea, como Musil y Kafka. Es curioso, pero en algunos aspectos, el destino de Del Giudice —tan silencioso en sus últimos años— tiene puntos en común con el de Bazlen, que decía haber tenido “tantos embrollos, tantos estorbos, y tantas historias, de todo tipo” que se le había vuelto imposible escribir.

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