El estadio de Wimbledon
Anagrama reúne en su fiesta de aniversario en Londres a Amis, Ishiguro, Barnes, Kureishi y Vikram Seth, entre otros autores.
ENVIADO ESPECIALLa editorial Anagrama celebró el lunes en Londres una fiesta con motivo de sus 30 años de existencia, el mismo día en que los periódicos estaban llenos de crónicas de la final que Pete Sampras acababa de ganar en la pista central de Wimbledon. El estadio de Wimbledon es precisamente el título de una novela publicada por Anagrama, aunque su autor no es ninguno de los ingleses convocados a la fiesta, sino Daniele del Giudice. En ella se cuenta la aventura de un joven que investiga por qué renunció a escribir Roberto Balzen, un nombre mítico de la edición italiana. Es verdad que Jorge Herralde, el editor de Anagrama, es ya para muchos un nombre mítico de la edición española; también lo es que nunca se ha planteado siquiera escribir. No hace mucho, un pisaverde le preguntó a Herralde si un escritor no es un editor frustrado -puesto que un escritor publica lo que puede, mientras que un editor puede publicar sólo lo que le gusta-, a lo que Herralde contestó con una risa malvada y feliz, como si a su vez se estuviera preguntando cuántos editores se permiten publicar sólo lo que les gusta. Herralde es casi seguro uno de ellos; también Balzen lo fue. Quién sabe si por eso ninguno de los dos ha dejado escrita una sola línea.
La fiesta de Londres se celebró en casa de Kouka Maclehose, una vieja scout de la editorial. Hace una tarde nublada, pero en cuanto empieza la fiesta sale el sol y el jardín se llena de comida y bebida, y sobre todo de gente; de hecho, parece la pista central de Wimbledon, sólo que en vez de Sampras y Agassi juegan un montón de escritores ingleses, entre ellos Kazuo Ishiguro, Julian Barnes, Hanif Kureishi, Vikram Seth, Graham Swift; también, Jimmy Burns Marañón, que es nieto de Gregorio Marañón, pero no es ni inglés ni español, sino todo lo contrario, y acaba de escribir un libro titulado Barça, la pasión de un pueblo, que edita ahora Anagrama. Hay una cantidad espantosa de talento por metro cuadrado, pero no está Martin Amis, que desde hace tiempo anda peleado con Barnes. Sí está, claro, Lali Gubern, la mujer de Herralde, cuyo marido suelta a diestro y siniestro su risa malvada y feliz. Sobre todo feliz; es normal: este año no sólo celebra los 30 de su editorial, sino que además acaba de recibir el premio al mejor editor europeo que concede La Stampa. Borges, que era un escritor inglés que escribía en castellano, sentenció al acabar la II Guerra Mundial: "Decir que ha vencido Inglaterra es decir que la civilización occidental ha vencido". No se sabe si Inglaterra equivale todavía a la civilización occidental, pero está claro que su novela acapara lo mejor de la novela occidental desde el siglo XVIII. Desde el siglo XVIII hasta ahora porque, como el tenis, la novela -con el permiso de Cervantes- es casi un invento británico.
Aparece Martin Amis, con aire de pisaverde que se ha pasado el domingo en la final de Wimbledon. Curiosamente, Amis y Barnes se saludan. Un periodista inglés se asombra en voz alta de que Herralde haya reunido allí a ese puñado de novelistas: "Son el dream team de la narrativa británica". De ser así, Herralde bien pudiera ser Cruyff, aunque cabría preguntarse quién de ellos es Sampras y quién Agassi, pero entonces aparece Robert Coover, otro autor de Anagrama, que no es inglés sino norteamericano, como Sampras y Agassi, y la pregunta casi se responde sola. "Es el representante del Imperio", dice Herralde, y por un momento su inglés inverosímil suena como el castellano inverosímil de Cruyff.
Hacia las ocho y media la gente empieza a marcharse, Barnes el primero. En España, este tipo de fiestas acaba con los escritores -estén enemistados o no- insultándose a grito pelado mientras luchan por mantener el equilibrio agarrándose a la barra. En Inglaterra, en cambio, las fiestas acaban a su hora y con los escritores dándose cordialmente la mano, como si ni siquiera estuvieran enemistados. Cabe preguntarse si esto es hipocresía o educación. Cabe preguntarse si los españoles no confundimos la educación con la hipocresía. Cabe preguntarse si la hipocresía no es la forma más refinada -o más inglesa- de la civilización. Cabe preguntarse qué tiene todo esto que ver con la novela inglesa. O con el tenis.
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