Cuarenta mil años después
Los humanos hemos sido definidos como Homo Sapiens, pero sería esta una definición presumida cuando, después de todo, lo único que sabemos en que no sabemos nada
Decía Thomas Wolfe que buscamos el “gran lenguaje olvidado, el perdido sendero” y que cada uno de nosotros es el total de sumas que aún no ha sumado: “Reducidnos de nuevo a la desnudez y a la noche, y veréis cómo empezó en Creta, hace cuarenta mil años, el amor que ayer terminó en Texas…”.
En ese decalaje de cuarenta mil años me concentré precisamente anoche cuando, haciendo un alto en la lectura de Neandertales, el libro de Rebecca Wragg Sykes que se remonta a trescientos mil años y que con su desmitificación de los tópicos sobre nuestros lejanos antepasados acapara cada día más lectores, fui a dar, no puedo decir que casualmente, con el documental que Werner Herzog rodó en 2010, en la cueva de Chauvet, la gruta situada en Ardèche, al sur de Francia: catedral del Paleolítico, de acceso vedado al público, pero a la que hará once años, consiguió entrar Herzog con un permiso especial. Entre quienes también entraron estaba Jean-Michel Geneste, arqueólogo del Paleolítico, cuyas palabras al final del documental me ofrecieron pistas muy valiosas sobre el “gran lenguaje olvidado”.
Según Geneste, los neandertales de hace cuarenta mil años manejaban dos conceptos que marcan diferencias con nuestra percepción actual del mundo: el de fluidez, y el de permeabilidad. Fluidez significaría, según Geneste, que las categorías que manejamos —mujer, hombre, caballo, árbol— pueden modificarse y del mismo modo que un árbol puede hablar, un hombre, siempre y cuando se den las circunstancias, puede transformarse en un animal y viceversa.
El concepto de permeabilidad, por su parte, respondería a la idea de que no hay barreras mentales. No sé, pero creo que los dos conceptos citados por Geneste le habrían ido de maravilla a Italo Calvino y sus célebres y celebradas Seis propuestas para el próximo milenio. De hecho, habría sido genial observar cómo gracias a la incorporación de los dos conceptos de Geneste, el milenio intuido por Calvino habría podido recuperar también una antigua percepción más fluida y espiritual de nuestro mundo.
Una pared, nos dice Geneste, puede hablarnos, aceptarnos, o rechazarnos. Un chamán, por ejemplo, puede enviar su espíritu al mundo de lo sobrenatural, o puede recibir dentro de sí la visita de los espíritus sobrenaturales. Si juntamos fluidez con permeabilidad nos podemos dar cuenta de, como con su personal estilo nos cuenta Rebecca Wragg Sykes, lo distinta que debió de ser la vida de entonces con respecto a la de hoy en día. Los humanos hemos sido definidos de muchas formas. Homo Sapiens es una de ellas, pero sería esta una definición tirando a presumida cuando, después de todo, lo único que sabemos es que no sabemos nada. Homo Espiritualis parece, en cambio, una definición más ajustada. ¿O acaso no logra el filme de Herzog que presenciemos el origen del alma humana moderna? He podido comprobar que para quienes descubren esto en el documental, al igual que puede sucedernos leyendo a Wragg Sykes, la emoción es indescriptible.
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