La puerta que defendió Menorca de las legiones romanas
Los arqueólogos reconstruyen el final de un asentamiento cartaginés en Ciutadella gracias al hallazgo de un inesperado acceso en forma de codo
Durante el siglo III a. C. el Mediterráneo era un mar en llamas. Cartagineses y romanos pugnaban durante las llamadas Guerras Púnicas por el control del sur de Europa y el norte de África. La isla de Menorca, aliada de Cartago y situada en el centro del conflicto, no fue ajena a este batallar. Hacia el año 206 a. C., ante la inminente llegada de la armada romana, los cartagineses fondearon su poderosa flota en Menorca, reamurallaron un viejo asentamiento talayótico cercano a la actual Ciutadella y lo dotaron de una novedad militar desconocida en la isla: la puerta en codo. El estudio Un nuevo hito para el estudio de la poliorcética púnica. El acceso en codo de Son Catlar reconstruye ahora aquella “defensa pasiva” que terminó convirtiéndose en ofensiva y que permitió aguantar el envite de las legiones romanas. Los cartagineses y sus aliados resistieron hasta el 123 a. C., cuando el general Quinto Cecilio Metelo, apodado Baleárico por ser artífice de la conquista del archipiélago, tomó el asentamiento y arrasó parte de la fortificación, no sin antes llevar a cabo un ritual propiciatorio del que los arqueólogos han hallado pistas.
Fernando Prados, Helena Jiménez, María José León y Joan de Nicolás, de las Universidades de Alicante, Murcia, el Museu de Ciutadella y el Institut Menorquí de Estudis, codirectores de la investigación, han reconstruido mediante una técnica cuasi detectivesca, a partir del hallazgo de la puerta, cómo fue el asentamiento de Son Catlar, cómo se defendieron sus pobladores tras el kilómetro de muralla que los protegía y cuál fue su final. Los expertos distinguen hasta cuatro fases distintas en el yacimiento, que “tuvo sus orígenes a finales de la Edad del Bronce (siglo IX a.C.) y adquirió su máximo desarrollo poco antes de la conquista romana”.
Las primeras murallas menorquinas eran de tipo “pasivo”, lo que quiere decir que “estaban preparadas para resistir ataques puntuales, pero no para contraatacar”, explica Prados, del Instituto de Arqueología de la Universidad de Alicante (INAPH). Se erigieron con enormes bloques que conformaban paramentos ciclópeos que rodeaban o integraban los talayots indígenas. En Son Catlar se han identificado cinco de estos, lo que lo convierte en el mayor poblado de la isla del que se tiene constancia. Estas murallas apenas contaban con pequeñas puertas que podían ser bloqueadas en caso de peligro inminente. Sus bastiones se construyeron siguiendo técnicas y medidas compatibles con las cartaginesas, empleando el llamado “codo púnico” (52 centímetros), que se aplicaba por sí solo o en múltiplos de tres. Es decir, en la construcción militar, todo mide 52 centímetros por 3, 6, 12… sin excepción.
Pero estas murallas, con el paso del tiempo y de los enfrentamientos bélicos que se sucedieron, fueron cambiando su estructura, “incorporando las novedades técnicas de carácter arquitectónico que se habían desarrollado exitosamente antes en el Mediterráneo. La defensa de la comunidad no solo implicaba el esfuerzo de la construcción, sino que suponía que la sociedad que la desarrolló se encontraba perfectamente coordinada para organizar y hacer efectiva su función, repartiendo las tareas”, comentan los arqueólogos.
A partir del siglo III a. C., y debido a los avances de la maquinaria de guerra (arietes, torres de asalto, cuerpos de zapadores...) y de las técnicas de asedio, estas defensas pasivas se convertirán en “activas” para contraatacar y resistir mejor los cercos. Incluirán entonces bastiones para albergar piezas de balística útiles para disuadir el acercamiento de los enemigos. De hecho, la existencia de maquinaria de torsión (ballestas y catapultas) se ha confirmado en Son Catlar con el hallazgo de proyectiles junto a la muralla y en su entorno.
Al excavar el perímetro, los arqueólogos hallaron para su sorpresa “un parapeto de aproximadamente 1,60 metros de anchura (tres codos púnicos), con un espacio hueco hasta la muralla de también tres codos de longitud que protegía un acceso”. Esto les permitió plantear que estaban ante una puerta en codo, similar a las que se conocen en otras ciudades púnicas o en la propia Cartago, la capital de esta civilización mediterránea.
A muy poca distancia del umbral de esta puerta, en el interior, se exhumó un “interesante lote de elementos militares romanos”: proyectiles de plomo que por su peso se pueden fechar entre el 200-100 a. C., así como varias puntas de flecha y de lanza. También se halló un engaste esférico de fayenza [cerámica vidriada], un anillo de bronce, varias monedas y elementos quirúrgicos como una paleta de pizarra para afilar el instrumental, una sonda-espátula de bronce, varias agujas de hierro y un punzón de hueso. Estos últimos son materiales sanitarios típicos de las valetudinaria, los hospitales de los campamentos romanos.
Finalmente, además de un estilete con espátula para escribir y borrar en tablillas de cera, se desenterró un cuchillo de hierro de unos 22 centímetros colocado intencionadamente bajo un molino de piedra talayótico que se asocia al sellado de la puerta. “El gesto claramente voluntario de poner el cuchillo sobre el suelo y colocar encima de forma cuidadosa un molino podría indicar, junto al resto de objetos, la existencia de un ritual de amortización [destrucción y sellado] típicamente romano”, indican los expertos.
A un metro de la misma puerta, se han encontrado, igualmente, “los restos de un individuo de cierta edad, a tenor de las evidencias de artrosis visibles, con partes en conexión anatómica; la columna vertebral y las costillas”. Se trató de un depósito intencionado, y el lugar para enterrarlo fue bien escogido, justo delante de la puerta. Las pruebas de carbono 14 lo datan a “mediados-finales del siglo III a. C.”.
La puerta en codo también disponía de una garita para almacenar armas y para que un soldado hiciese guardia. El acceso tenía dos portones, uno al inicio del codo y otro al final. De este último se han hallado los herrajes. Sin embargo, “no era el acceso principal a la ciudad, más bien era una poterna, enmascarada por un parapeto para dar respuesta a una demanda precisa: poder moverse sin ser visto y, al obligar el giro al entrar, dificultar el paso y evitar su derribo con un ariete”. La puerta principal, por donde entrarían habitantes, enseres y alimentos, se encontraba al norte, protegida por torres. Las fechas obtenidas en la excavación llevan directamente al conflicto romano-cartaginés del que hablan los textos del historiador Tito Livio.
En definitiva, dicen los expertos, este asentamiento, erigido en una zona elevada próxima al mar, desde donde es perfectamente visible la vecina Mallorca, dispuso de máquinas defensivas que obligarían a los enemigos a alejar sus campamentos, además de un acceso en codo que les permitiría salir sin ser vistos para enviar mensajes o para conseguir víveres. Por eso, cuando los romanos tomaron el enclave en el 123 a. C., solo dejaron en pie la mayor de las entradas y arrasaron la pequeña, ejecutando un ritual mágico-religioso. No fueran otra vez los insulares a utilizarla...
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