El aeropuerto aterrizó en un monumento
Se cumplen 50 años desde que la construcción del aeródromo de Palma arrasó un enorme centro ceremonial talayótico. Un estudio recuerda aquel desastre
El gran centro ceremonial prehistórico de Son Oms en Palma (Mallorca) contaba a principios del siglo XX con un centenar de edificaciones, entre las que se hallaban un santuario, tres talayots (construcciones en forma de torre), un túmulo de 25 metros con gradas y pasillos circulares, una gruta artificial, una necrópolis, un laberinto… En 1964 ya solo le quedaban unas diez visibles; y en 1971, una: la única que pudieron salvar los arqueólogos. Se cumplen ahora cinco décadas de la destrucción del impresionante yacimiento de Son Oms, declarado monumento nacional en 1963. ¿Su pecado? Se encontraba donde estaba proyectada una pista del aeropuerto de Son Sant Joan. Por mucho que la comunidad científica imploró su salvación, las autoridades no tuvieron clemencia. El artículo El yacimiento de Son Oms, un ejemplo de destrucción del patrimonio, publicado en la revista Artyhum por el divulgador histórico Domingo C. Hernández Jiménez, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), rememora ahora aquel desastre. “Su destino estaba sellado”, escribe.
En el siglo IV a. C., una comunidad talayótica —una cultura establecida en las Baleares hace unos 3.000 años― se instaló en lo que ahora son terrenos del término municipal de Palma. Levantaron un poblado (Som Oms Vell); y a solo un kilómetro, un gran complejo ceremonial (Som Oms). Tal era la entidad del conjunto, que pervivió hasta la época romana. No obstante, durante el Medievo la agricultura y la necesidad de grandes bloques de piedra lo convirtieron en cantera de la zona, pero aun así sus enormes estructuras eran visibles hasta principios del siglo XX.
Los pobladores eligieron el lugar porque, cuando construyeron el complejo, este se alzaba a orillas de una albufera (desecada entre los siglos XIX y XX), lo que les permitía el acceso a los recursos del Mediterráneo. Entre 1959 y 1964, fue excavado por los arqueólogos Guillem Rosselló Bordoy y Lluís Pericot i Garcia. La Fundación Joan March, a quien el Ayuntamiento de Palma quiere quitar ahora su calle en virtud de la Ley de Memoria y Reconocimiento Democrático, corrió con todos los gastos. Un decreto del 25 de abril de 1963 lo declaró Monumento Histórico-Artístico, la máxima protección posible, al mismo nivel que cualquier catedral gótica o acueducto romano.
Pero en 1969 se decidió ampliar el cercano aeropuerto mallorquín. Los arqueólogos volvieron entonces al lugar y, ante la negativa de cambiar el trazado de la nueva pista, plantearon su traslado. Fue en vano.
El centro ceremonial arrasado estaba presidido por un túmulo, un edificio de 19 metros de lado y tres alturas —al que se denominó por su configuración El laberinto—, un santuario, dos talayots circulares y uno cuadrado, y, al menos, una necrópolis con enterramientos infantiles.
El túmulo, por su parte, consistía en un edificio escalonado de unos 25 metros de diámetro, con tres gradas y cuatro habitaciones radiales adosadas a un circuito interior. Contenía, además, un corredor en zigzag y en su parte superior se alzaba otra edificación. Delante de su puerta de acceso, había un patio con un pozo que llevaba a una profunda cueva artificial con cámaras. Por todas partes se hallaron enterramientos, de entre los siglos IV y II a. C. Según dejó escrito Roselló Bordoy, “tendría una función mágica o ritual, que perdió con el tiempo su principal función como lugar de culto a los muertos”.
Los enterramientos hallados en su interior correspondían a inhumaciones de adultos con ajuar. En el túnel de acceso, se encontraron ocho cadáveres; y en la antecámara, cinco, “de los cuales tres estaban en cuclillas, acostados sobre su lado izquierdo, sin ajuar, cubiertos de tierra y asegurados con grandes piedras”, recuerda Hernández Jiménez. En la primera cámara apareció, además, un noveno cuerpo enterrado en posición decúbito supino (recostado sobre la espalda) y rodeado de cerámica con una punta de lanza o de flecha cercana a su mano.
Tres de los cuerpos no fueron enterrados al fallecer. Los expertos dudan si murieron por causas violentas o naturales, posiblemente por algún tipo de epidemia. A unos 250 metros de ellos, se excavó una necrópolis de enterramientos infantiles, con cuerpos guardados en urnas de piedra y vasijas. También se desenterró cerámica romana y baleárica, además de estiletes, punzones y espátulas, mezcladas con pesas de telar, molinos de mano, así como piezas de metal (anillos de bronce y apliques). Los elementos fueron trasladados al Museo de Mallorca.
A los arqueólogos, ante la destrucción prevista del conjunto, solo les dio tiempo a excavar una cuarta parte de su superficie, “por lo que no se tiene toda la información que hubiese podido aportar para aclarar totalmente su función y uso”, afirma Hernández Jiménez. “Se intentó proceder a una segunda etapa de campañas de excavación y a la preservación con el traslado a otro lugar, pero no fue posible. Debido al peso de las piedras y porque muchas, al intentar transportarlas, se cuarteaban o rompían, se desistió y lo único que se pudo hacer fue cambiar de ubicación el santuario [ahora entre los ramales de la autopista de acceso al aeropuerto]. El resto del conjunto desapareció para siempre, ante la desidia institucional tanto de la Administración estatal como la local, junto con otros elementos arqueológicos”, se queja Hernández.
El santuario, por su parte, es un edificio rectangular con un trazado irregular. Tiene doble muro, con un paramento exterior con grandes bloques de arenisca y el interior está construido con un murete formado en hiladas. Su fachada principal mide 11,90 metros. En su interior, se distinguen seis columnas. Su función era religiosa, como lugar de culto y de sacrificio. Según la cronología aportada por la excavación, el nivel inferior correspondía a la época indígeno-romana y el nivel medio en torno al 50 d. C., que es cuando se abandonó, aunque se volvió a reutilizar en el siglo II d. C.
Dentro se encontraron restos de cerámica de época romana con grafitos. Se trata de piezas de cerámica balear, con una cronología que las sitúa entre la época preaugustea (50 a.C., antes de que gobernase Augusto) y la de Nerón (50 d. C.). Estos grafitos correspondían a dos divinidades romanas, Júpiter y Mercurio. Según la historiadora María José Pena, que recoge el estudio de Hernández, “la asociación de Júpiter y Mercurio en un mismo santuario parece llevarnos a ambientes itálicos y/o célticos, no indígenas ni propiamente romanos”. Nada de esto se ha podido comprobar con la destrucción.
El talayot, por su parte, se encontraba cerca de los anteriores monumentos. Era circular, con un pasillo de entrada y una columna central, con cuatro habitaciones adosadas. Catalina Cantarellas fue una de las arqueólogas que excavó Son Oms en los años sesenta. Ahora lo rememora: “Todo se destruyó sin piedad. Hubo muchas quejas internas, pero nadie nos hizo caso. Al final, como un auténtico paripé, llegaron unos soldados con detectores de metales para ver si encontraban algún elemento metálico para salvar. No hallaron, eso dijeron, nada. Yo creo que los detectores no funcionaban. Fue muy triste”.
“Por desgracia”, concluye el divulgador Hernández Jiménez, “la visita de este conjunto en su totalidad es imposible, ya que todo fue destruido durante la década de los setenta para la ampliación del aeropuerto. Dada su importancia, se intentó que el proyecto de la segunda pista se modificase, pero debido al nulo interés de las autoridades locales y nacionales, y a pesar de tener la declaración de Monumento Histórico-Artístico, su destino estaba sellado”.
Babelia
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