Última tarde con Jorge Martínez Reverte
El pueblo de Bustarviejo pone a su biblioteca el nombre del escritor en un acto en el que se recuerda el talento del periodista e historiador
Dicen sus amigos que Jorge Martínez Reverte se hubiera sentido especialmente feliz de ver que le habían puesto su nombre a la biblioteca municipal del “paraíso”, como él llamaba al pueblo de Bustarviejo, en la sierra de Madrid. Qué homenaje más digno para un apasionado de la cultura que se encontraba a gusto en este rincón sencillo, a donde llegó por primera vez un día de 1973 para cubrir como periodista una asamblea vecinal y donde tuvo desde los años ochenta un hogar que le ofrecía tres bienes preciosos para un escritor: teclear con calma, charlar en los bares y, no menos importante, coger una cesta e irse a por setas.
En Bustarviejo están fechados varios libros de Martínez Reverte, nacido en Madrid en 1948 y fallecido en la capital en marzo a los 72 años. El nombramiento de la biblioteca, iniciativa promovida por un grupo de amigos suyos y aprobada por el ayuntamiento, tuvo lugar ayer sábado en un ambiente que diríamos entrañable si no fuera porque el propio Martínez Reverte convino en vida con su hermano Javier Reverte, fallecido en 2020, también notable escritor, en que bajo ningún supuesto se debían escribir adjetivos como “mágico” o “entrañable”.
Primero se descorrieron en la biblioteca unas cortinas tras las que ya estaba su nombre y se descubrió una placa: “El pueblo de Bustarviejo a su vecino Jorge Martínez Reverte. Periodista, escritor e historiador”. Son cosas loables, y más ser todo eso junto, como lo fue él, pero qué cosa tan noble que a uno le llamen simplemente vecino.
Luego el homenaje se trasladó al anfiteatro del Grupo Escolar municipal. Allí se trataron sus dos facetas fundamentales, la de historiador y la de periodista, José Álvarez Junco y Soledad Gallego-Díaz, amigos y colegas de oficio de Martínez Reverte. Álvarez Junco, catedrático emérito de la Complutense, elogió su talento para narrar la “historia social, la que da voz a la gente anónima que sufrió los hechos de la historia”. Para él, tenía el don de hacer de la historia un material de disfrute literario —y comprensión humana— sin perder un ápice de rigor. Hacia su escrupulosidad apuntó también Gallego-Díaz, directora de El País entre 2018 y 2020. “El periodismo en sus manos siempre buscaba la verdad de los hechos”, afirmó. “Y su manera de contarla era fuerte, muy dura; sin embargo, era delicado con los personajes de sus reportajes. No toleraba la crueldad”.
El escritor vivió yendo y viniendo entre Madrid y Bustarviejo. Pero el pueblo fue ganando cada vez más terreno en su vida, sobre todo después de un ictus que tuvo en 2014, como recordaba su esposa, la periodista Mercedes Fonseca, que encabezó el homenaje con Mario Martínez, hijo del escritor. “Aquello no mermó su intelecto, pero sí su motricidad y su dicción, y Bustarviejo era el mejor sitio para estar tranquilo y recibir a los amigos”, explicó.
El golpe no lo detuvo y siguió, como siempre, trabajando con constancia. De esos años finales, entre otras, son obras suyas como Inútilmente guapo. Mi batalla contra el ictus, Una infancia feliz en una España feroz, ambos autobiográficos, La matanza de Atocha, escrito con su hermana Isabel, Gálvez y la caja de los truenos, séptima entrega de su saga de novela negra protagonizada por el periodista Julio Gálvez, o El vuelo de los buitres, un ensayo sobre el Desastre de Annual. Fue durante años columnista de este periódico. El último artículo, titulado Comunistas, lo envío días antes de morir.
Abordó la cruda historia contemporánea de España a través de la ficción y del ensayo, con una seriedad historiográfica que le ganó ojerizas dentro de su órbita ideológica, como sucedió con su relato de la represión republicana al inicio de la Guerra Civil. Su amigo Crisanto Plaza, que fue jefe suyo en los setenta en Cambio 16 y ha sido uno de los impulsores del reconocimiento, decía precisamente que su primera impresión de Martínez Reverte fue la de “un tío valiente, que no escribía al dictado del credo que tocase por norma, sino que buscaba profundizar en los temas que le importaban. Nunca se quedaba en la superficie”.
Antes del homenaje, otro amigo, Carmelo Plaza, que compartió con él en Bustarviejo infinidad de horas de charla de bar —entre otros asuntos de un tema que para los dos era crucial, el movimiento sindical—, contaba que Martínez Reverte “se enamoró del pueblo por su paisaje y su gente”. Ellos dos solían ir a La Taberna, también conocido como el bar de Luci. “Me cautivó por su fuerza, por su inteligencia”, dijo. “Y era una persona muy vital que lo daba todo por la amistad. Si hubiera algo que no nos perdonaría hoy, sería que después de montar todo esto no nos fuéramos al bar a hablar y a tomar vinos”.
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