Maestros de ayer y de hoy
El emotivo homenaje de Jorge Pardo y Niño Josele al recientemente fallecido Chick Corea y el cuarteto estelar de Kenny Barron brillaron en la tercera jornada del Jazzaldia
Cuando murió Chick Corea a principios de este año, se sintió muy especialmente en nuestro país. La relación de Corea con España era estrecha desde hacía décadas, y había cristalizado en su música en muchas ocasiones, hasta el punto de incorporar a diferentes músicos españoles a grabar o girar con él. Cuando el Jazzaldia de San Sebastián pensó en rendir homenaje al pianista, que tantas veces pasó por sus escenarios, es natural que se lo solicitase a dos de los más cercanos colaboradores españoles del maestro: Jorge Pardo y Niño Josele. Así, como una celebración especial y casi única en memoria de Corea, y no como parte de una gira plenamente organizada para ello, Pardo y Josele ofrecieron en el Kursaal de San Sebastián un concierto homenaje sentido, muy auténtico, sin mucha más pompa que la música y el recuerdo de Corea en las numerosas historias y anécdotas que aprovecharon para contar entre tema y tema. El grupo, al que no se pudo incorporar el percusionista Jonathan Cortés, como estaba previsto, se completaba con el hijo de Niño Josele, José Heredia, José de Josele, joven pianista que ya lleva tiempo actuando con su padre, y que tuvo también mucha relación con Corea, que lo enseñó a menudo en las giras en las que acompañaba a su padre de niño.
Entre los tres músicos se repartieron el concierto pieza a pieza, tocando en trío, en dúo y en solitario; empezaron con una versión de Touchstone, el tema que da título al álbum en que colaboraron por primera vez Corea y su viejo amigo Paco de Lucía, pasaron al flamenco puro, con la escalofriante maestría de Pardo y Josele, y de ahí a personales interpretaciones propias, como el A mi compadre Antonio que Niño Josele escribió en homenaje a Corea hace una década, o ajenas, como los ecos del clásico de Corea La fiesta, que Pardo evocó en un tema con flauta en solitario. José de Josele estuvo a la altura de las circunstancias —sentado al piano en un homenaje a Chick Corea, nada menos— y, aunque le falta aún un poco de carretera, tiene lo más importante a su favor: mucho tiempo por delante y grandes aptitudes. Otro clásico de Corea con Paco de Lucía, The Yellow Nimbus, un recuerdo a la pasión del pianista por Bill Evans, con una sentida versión de My Foolish Heart, y así pieza a pieza hasta el inevitable bis con Spain. Obvio, sí, pero ¿de qué otra forma podía ser? En conjunto, casi dos horas de música y recuerdos en un concierto íntimo que será difícil de olvidar, por lo único y especial de la ocasión.
Y de un maestro que nos dejó, a otro que sigue con nosotros y en una excelente forma: Kenny Barron, que cerró la noche en la Plaza de la Trinidad con un All Star Quartet que era, efectivamente, estelar, formado por el vibrafonista Steve Nelson, el contrabajista Peter Washington y el baterista habitual de Barron en los últimos años, Johnathan Blake. Cuatro jazzistas de primera provenientes de diferentes generaciones, tocando la misma música con un dominio y una elocuencia arrolladora. Demasiado acostumbrados a las fórmulas, clichés e interpretaciones en piloto automático que caracterizan a menudo al jazz más ortodoxo, escuchar a una banda tan vibrante en directo fue más que un soplo de aire fresco. Con Barron, en San Sebastián volvimos a creer en el jazz puro, genuino, en un grupo que swinguea completamente «apretado» y en el que ocurren cosas en todo momento, no solo en manos del solista. La batería de Blake es portentosa y creativa en cada compás, el pulso de Washington sosteniendo todo en su sitio, los solos de Nelson redondos y muy organizados, las ideas de Barron saliendo a borbotones de sus manos, sin perder el swing un solo segundo. Con un repertorio basado en algunos standards como How Deep Is The Ocean o Don’t Explain, y en originales de Barron como su clásico And Then Again o el precioso Song For Abdullah, que en San Sebastián interpretó el pianista en solitario, el concierto fue una lección magistral de tradición.
La velada la había abierto el casi ubicuo Marco Mezquida. Es difícil saber cómo consigue compaginar el pianista la enorme cantidad de proyectos que lidera o en los que participa: en un mes cualquiera se le puede escuchar en solitario, con sus proyectos reimaginando la música de Beethoven o Ravel, con su dúo junto al guitarrista flamenco Chicuelo, acompañando a Sílvia Pérez Cruz, tocando con el grupo de Gonzalo del Val… La lista es realmente asombrosa, y más aún cuando uno comprueba que Mezquida, un pianista completísimo, siempre destaca en cada uno de esos proyectos, sea en el lenguaje que sea. Entre todos ellos, Talismán, su reciente álbum que presentó el viernes en Jazzaldia, parece tener algo especial para él, quizá por nacer como un conjunto de composiciones escritas expresamente para los músicos junto a los que creó sus Ravel’s Dreams, con quienes tiene una química especial: el chelista Martín Meléndez y el percusionista Aleix Tobías. La música del trío es como Mezquida, tan variada como personal; es inútil buscar una raíz o inspiración concreta en ella, porque todo lo que sugiere proviene de muchos tipos de músicas, reflejando la poliédrica personalidad musical del pianista y los suyos. Talismán es música bonita adrede, con toda la intención de serlo; música “para jugar”, como él mismo la presenta, que suena precisamente así: luminosa, alegre y apasionada.
Babelia
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