Abraham B. Yehoshua: “El olvido nos libera a los judíos de la tiranía de la memoria”
El escritor israelí pasea en ‘El túnel’ por la realidad cotidiana del alzhéimer, convertida en alegoría de los conflictos de Israel
Abraham Bulli (apodo familiar) Yehoshua, el novelista menos conocido, y tal vez más lúcido, de un excepcional trío de narradores hebreos con proyección internacional, junto con Amos Oz y David Grossman, se interna en la oscuridad del alzhéimer en El túnel, su última obra vertida al español. A caballo entre el realismo y el simbolismo, describe una cotidianidad sembrada de alegorías que intenta arrojar luz, en medio de la confusión de la enfermedad, sobre la identidad del Estado judío. También sobre la suya propia, para tratar de redimirse de la desolación por la muerte de su esposa, Rivka, con la que convivió 56 años, precisamente mientras escribía este libro, editado ahora por Duomo y traducido del hebreo por Raquel García Lozano.
Yehoshua explica por teléfono que se encuentra enfermo. Aplaza la cita con EL PAÍS a causa de una visita al hospital y prefiere mantener la conversación a distancia para bucear en las claves que contiene El túnel sobre su visión de Israel. Ya no quiere recibir visitas en su casa, próxima a Tel Aviv, donde vive solo. Cuando se le desea una pronta recuperación, replica con una duda: “No lo sé. Desde que murió mi mujer ya nada es como antes”.
“He sido un escritor que ha abordado todas las crisis y conflictos en la familia, pero creo firmemente en el matrimonio”, reconoce. Es uno de los ejes centrales de su obra, con cumbres como Un divorcio tardío. “La pérdida de Rivka fue un gran desastre para mí. La enfermedad se la llevó en apenas dos meses. Tras su muerte me llevó tiempo recuperarme y acabar el libro”, relata. “Seguí el hilo de la historia donde lo había dejado, y en el fondo ella me ayudó a acabarlo”. En El túnel, Dina, la esposa del protagonista, el septuagenario Zvi Luria, le empuja a seguir trabajando de forma altruista en su profesión de ingeniero de caminos, a pesar de estar jubilado, para frenar el avance de la demencia senil.
Nacido en Jerusalén hace 84 años, A. B. Yehoshua, quien suele firmar sus obras con ambas iniciales, compartió con Oz, fallecido en 2018, y Grossman, una visión favorable a la paz con los palestinos, con dos Estados separados entre el río Jordán y el Mediterráneo, pero hoy ya no ve posible más que un solo Estado.
Yehoshua dice que está enfermo. Cuando se le desea una pronta recuperación replica con una duda: “No lo sé. Desde que murió mi mujer ya nada es como antes”
“En hebreo hay dos términos para describir la demencia senil. Uno se refiere a algo oscuro y otro hace alusión a la turbación. Esta última acepción es la que usé: algo confuso”, detalla el autor de La novia liberada. “La memoria es un asunto central en la identidad judía, que no está basada en acontecimientos históricos, sino en una mitología, como la destrucción del templo [de Jerusalén, en el año 70]”.
Sostiene que la identidad se basa en la fe. También alerta de que en los últimos años, cuando la sociedad judía ha comenzado a fragmentarse entre laicos y religiosos, nacionalistas y partidarios de la paz, askenazíes y sefardíes, “la memoria colectiva, en lugar de iluminarles, se ha convertido en divisiva. Por eso le concedí a Zvi Luria el privilegio de olvidar la realidad que nos circunda”, aclara.
–¿Por eso le puso un tatuaje en el brazo, como a los judíos en Auschwitz?
–En realidad, es solo un recurso técnico para poder navegar por su vida. Olvida siempre el código de la alarma para poder activar su coche. Si dependiera de un trozo de papel en el bolsillo, la enfermedad le llevaría a perderlo. Tiene sentido grabárselo en su propio cuerpo. Es algo práctico. De todas formas, al poder activar su coche, Zvi se vence al olvido y escapa de su Holocausto personal.
“Un tercio de nuestra gente murió por nada. No por territorio, ni por religión, ni por ideología, ni por dinero o algo material”, afirma
“El olvido nos libera a los judíos de la tiranía de la memoria. Creo que nos debemos liberar del desastre de que mataran a más de seis millones de judíos. Un tercio de nuestra gente murió por nada. No por territorio, ni por religión, ni por ideología, ni por dinero o algo material”, condensa el peso del recuerdo el exterminio en la vida de su pueblo.
Hijo de la diáspora sefardí, los ancestros de Yehoshua llegaron a Jerusalén desde el Mediterráneo oriental a mediados del siglo XIX, cuando había muy pocos judíos en Tierra Santa. “Mi padre hablaba ladino con su familia, pero con mi madre, originaria de Marruecos, hablaba en francés, así que yo no aprendí el judeoespañol”, justifica la ausencia de ese legado cultural paterno mientras su voz se apaga a veces al otro lado del teléfono y, de tanto en tanto, se enardece.
Piensa que El túnel es una respuesta a la división de la sociedad israelí: “Debemos crear comunicaciones entre los distintos sectores. Es muy importante para un país tan pequeño abrir vías subterráneas de comunicación. Ese es el significado del túnel que se excava en la novela para salvar a una familia palestina”.
“A pesar de todos los esfuerzos que algunos de nosotros hicimos en el pasado en favor de la solución de los dos Estados, considero que ya no funciona”, argumenta
“A pesar de todos los esfuerzos que algunos de nosotros hicimos en el pasado en favor de la solución de los dos Estados, considero que ya no funciona”, argumenta acerca de su alejamiento de la tesis preponderante en la izquierda israelí y en la comunidad internacional. “Una de las razones es el colonialismo de los asentamientos en Cisjordania. Ese ha sido el gran error de Israel, que nos incapacita ahora para aplicar la solución de los dos Estados”.
–¿Y la de un solo Estado?
–No lo sé. Tal vez un modelo federal, como Bélgica. O confederal, como Suiza. Tenemos que encontrar una salida. Hoy hay cerca de dos millones de palestinos viviendo como israelíes, con plena nacionalidad [a pesar de la reciente ola de violencia intercomunal]. Conviven con nosotros en los hospitales, también en las universidades, en las fábricas. El hecho de que un partido político árabe se haya unido a la actual coalición gubernamental es muy positivo.
En su periplo interior por el olvido y la desmemoria, El túnel viaja hasta el cráter de Ramon, en el profundo Negev, y evoca al padre de la nación y primer jefe de Gobierno, David Ben Gurion. El desierto suele estar muy presente en la obra de Yehoshua. “Ben Gurion nos pidió a los israelíes que habitáramos el sur, casi la mitad de nuestro territorio. Él predicó con el ejemplo y se instaló en un kibutz [granja agrícola israelí en régimen de cooperativa] en el desierto. Pero los demás no le seguimos. En lugar de asentarse en Cisjordania, protegidos por el Ejército, y de perturbar la vida de los palestinos, los colonos podrían haberse ido al Negev y transformarlo en un vergel”, concluye la clase de anatomía sobre su libro, entroncado con la utopía fundacional del Estado judío.
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