‘Destello bravío’, el fogonazo que ilumina el festival de Málaga
La película de la debutante Ainhoa Rodríguez ilustra con realismo mágico la España olvidada de un pueblo extremeño
“¿Sabes qué es el realismo mágico? Pues, en el fondo, las leyendas de los pueblos”. Y en esa sentencia Ainhoa Rodríguez (Madrid, 38 años) se ha zambullido para crear Destello bravío, la película diferente de la sección oficial del festival de Málaga. Diferente por lo que cuenta, por cómo lo cuenta, con quién lo cuenta. Y también por cómo realizó el filme al margen de cualquier canon industrial. La cineasta, de familia y crianza extremeña, se lanzó a vivir nueve meses en la comarca de Tierra de Barros (Badajoz), en concreto en Puebla de la Reina, para que sus habitantes no la percibieran como una extraña, sino como alguien que quería rodar algo muy especial con ellos. “En un pueblo de campesinos, de la dureza del campo, hay que tener fugas, puntos que les hagan huir lejos de su realidad”, resume Rodríguez. “Y eso alimenta Destello bravío”. Tras su paso por el certamen, se estrenará comercialmente el 18 de junio.
En esos hombres y mujeres, la cineasta encontró compañeros de juego: “En común teníamos el dolor por la pérdida de la infancia, la necesidad de recuperarla —yo hago cine porque es la manera en que puedo cumplir esa ansia— y hemos montado este divertimento. Los pueblos fabulan para encontrar un sentido a su existencia”. Ese juego le obligó a vivir allí, a crear en ese momento el guion, “los hilos argumentales”, a conocer a la gente e invitarla a las distintas pruebas de reparto. “Como deberían de hacerse las películas”, dice antes de soltar una risa y reconocer que va “en contra de lo establecido”. Rodríguez absorbió el día a día rural durante sus nueve meses de estancia “como un embarazo”, tras los cuales rodó cuatro semanas. “Claro que tenía que vivir allí: ha sido un proyecto de vida”, afirma. Antes había seleccionado bien la localidad: no quería una imagen de postal, un lugar idílico, sino una población como otras muchas, de unos 600 habitantes. “Me he criado entre Cáceres y Almendralejo, conozco Extremadura, sabía el tamaño de la localidad que necesitaba. Fui a muchos lugares, y al llegar a Puebla de la Reina sentí algo brutal, racial”.
Así Rodríguez, con años a la espalda de docencia cinematográfica y de laboratorios de creación “sobre perspectivas de género o miradas no normativas”, fue armando Destello bravío en un taller de cine en la comarca, que desarrolló durante cuatro meses tres días a la semana. “Fue un acto de fe mutuo... Bueno, casi más de ellas en mí”, reconoce. Porque a lo largo de la película la cineasta ahonda en la cultura del patriarcado poniendo a mujeres de mediana edad a confesarse historias, a bailar en trance, incluso a tener sexo delante de la cámara. “Me dieron todo. Y antes en los pueblos se vivía con las puertas abiertas. Hoy no. Hay otros temores que les llevan al encierro y por tanto a esa fabulación: un señor me contó que veía todas las noches pasar por encima del pueblo un gusano enorme. Esa vida está llegando a un final”. Antes de eso, la cineasta ha filmado a esas mujeres “que aguantan el peso de las tradiciones heredadas, aunque poseen una fuerza física, soñadora y sexual que va a mover montañas”.
Su propia Cinecittà
De esa España vaciada, con sus mitos, la película levanta testimonio para que no desaparezca de la memoria común. “Por eso se manejan varios finales: ese destello bravo que va a pasar y nos borrará a todos del mapa, esa muerte tanto física como existencial, cuando sociedad busca un sentido a la vida. Los campesinos se aferran a esas creencias, a sus tradiciones, ante la llegada del neoliberalismo que todo lo iguala sin alma: casas, personas, comida, ropa... Y además es un pueblo que emite una luz verde por la noche por pura enfermedad porque se está deshaciendo”, insiste. En la película ha habido un trabajo firme de posproducción, de distintas texturas visuales y sonoras, para ilustrar esas ráfagas de leyendas y forjar un filme que hibrida formatos y géneros.
Un rodaje tan inmersivo derivó en una ventaja casi irrepetible para Rodríguez. “Usaba el pueblo como si fuera mi Cinecittà: ‘Déjeme su coche, a ver esas cortinas, veamos esa ropa’. Es decir, puede que rodara la vida, pero era una vida reconfigurada a mi gusto en un pueblo suspendido en el tiempo y en su descomposición”, rememora. Tras estrenarse en el festival de Róterdam, la película ha ganado el premio a mejor dirección en el certamen de Vilnius | Kino Pavasaris (Lituania) y forma parte de la selección del 50º aniversario del New Directors New Films, organizado por el MoMA y el Film at Lincoln Center, en Nueva York. La pandemia ha cercenado posibles viajes, aunque cuatro de las protagonistas han podido, al menos, presentar en Málaga Destello bravío.
Rodríguez es pesimista, cree que lo que va a venir acabará con esa España. “Y por eso”, aduce, “cuento la película a modo de suspense. Es doloroso, porque siendo ellas de unas creencias, católicas, tan alejadas de las mías, hemos encontrado nuestros puntos en común, nuestros hechos extraordinarios compartidos”. A algunas les contó historias; a otras, partes de guion; a otras, ideas... “Con el objetivo de que fuera todo orgánico. Dependía de cómo fuera cada una. Y así, por ejemplo, surgió la conexión con Angelita, a la que le conté mi sueño de infancia, volar, volar lejos, y de repente ella me la contó con sus palabras y llorando. Obviamente, yo también lloré mientras me percataba de que estaba contando la idea de su paraíso católico, cuando yo creo que en el momento que las cosas se acaban, finalizan para siempre”.
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