Aprender a sumar para restar fascistas
La innovadora cartilla escolar de alfabetización de adultos que editó la República en 1937 es rescatada. En 2016, la Biblioteca Nacional la incluyó entre las 15 obras de arte españolas destacadas, junto a las pinturas de Altamira o ‘Las meninas’
En febrero de 1937 el Gobierno republicano libraba más de una batalla. A pesar de la Guerra Civil en curso, las autoridades no renunciaron a uno de los grandes objetivos que se había marcado la Segunda República cuando se proclamó hace 90 años: la educación de la población. El Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes decidió aunar ambas luchas y en febrero de 1937 editó la Cartilla Escolar Antifascista, método de alfabetización de adultos encuadrado dentro del programa Milicias de la Cultura y que al mismo tiempo respondía a una misión propagandística. Carmen Agullo, profesora de la Universidad de Valencia, experta en educación durante la Segunda República, lo explica así: “Mientras que las Misiones Pedagógicas buscaban llevar la cultura a los pueblos y estaban dentro del paradigma de la Institución Libre de Enseñanza, las Milicias defendían que al fascismo se le vence con las armas y con la cultura. Igual que había batallones de milicianos que luchaban con fusiles, había batallones de maestros que combatían el analfabetismo en el frente y los hospitales. Hacían murales, concursos de relatos y obras de teatro o marionetas, como las de María Teresa León y Rafael Alberti. Es en ese contexto en el que surge la Cartilla”.
La Cartilla Escolar Antifascista fue redactada por el periodista Eusebio Cimorra y Fernando Sainz, destacada figura de la educación pública española, sancionado por Primo de Rivera cuando, siendo inspector jefe de educación en Granada, se negó a que los escolares de la ciudad acudieran a saludar al obispo en su toma de posesión. Inspirados por las teorías de la Escuela Nueva y siguiendo el método Decroly, ambos autores crearon un material para adultos en un escenario bélico, que incluía frases como “No se-re-mos nun-ca es-cla-vos” o “La vic-to-ria e-xi-ge dis-ci-pli-na”, acompañadas por fotomontajes de Mauricio Amster, que empleó para ellos imágenes de José Val Del Omar y José Calandín.
El manual de alfabetización se completaba con una cartilla aritmética que utilizaba tanques y balas para enseñar a los soldados a sumar, multiplicar y, a pesar de su simbolismo en pleno conflicto, restar y dividir. Agullo explica: “Fue un producto innovador a nivel mundial que hay que entender en el contexto de la guerra, en la necesidad de alfabetizar a los soldados, en la lucha contra el fascismo y en un momento concreto del conflicto. Surgió con Jesús Hernández, ministro de Instrucción Pública, del Partido Comunista, y no podría haberse hecho con su sustituto, Segundo Blanco, anarquista”.
Aunque se imprimieron dos ediciones, una de 25.000 ejemplares y otra de 100.000, son pocos los que se conservan, tanto por haber sido un material destinado al frente, como por la represión franquista. “Solo he visto un ejemplar original. Me lo enseñó el hijo de un hombre que, durante la dictadura, lo conservó debajo del mármol de su mesilla de noche”, recuerda Agullo.
La maestría de Amster
Con motivo del 90º aniversario de la proclamación de la Segunda República, Libros del Zorro Rojo ha reeditado ambas cartillas en un volumen. Esta iniciativa editorial se suma al reconocimiento de la Biblioteca Nacional que, en 2016, incluyó la cartilla entre 15 obras relevantes del arte español, junto a las pinturas de Altamira o Las meninas. Pedro G. Romero, artista y autor del texto que acompaña a la reedición, resalta: “Es un reconocimiento justo”. Para él, la cartilla “es una pieza excepcional que refleja como pocas el entendimiento de la visualidad en la generación de la República. En cierto sentido, es la culminación de cierta estética comunista, agitprop (propaganda de agitación), realista y de fotomontaje, para la que es fundamental la maestría de Amster”.
Mauricio Amster llegó a España invitado por su amigo Mariano Rawicz. Ambos eran polacos, tipógrafos y judíos, como Max Aub o Cansinos Assens, figuras clave de la modernización de la cultura española durante la primera mitad del siglo XX. “A menudo, los héroes de la vanguardia como Picasso, Miró o Dalí hacen que nos olvidemos de nuestra propia modernidad, si se quiere, provinciana, pero de una manera de entender lo moderno propia de la península Ibérica. El tímido despertar de Sefarad en los pocos años de la República dio un vuelco al estado de cosas y esa aceleración de lo que podía ser un mundo nuevo es todavía su gran legado”, explica Romero.
La derrota de la República puso punto final a sus proyectos educativos. Fernando Sainz volvió a sufrir la represión por su labor pedagógica, Val del Omar continuó desarrollando su arte bajo el régimen franquista y Amster se exilió en Chile, donde sufrió otra dictadura, la de Pinochet. “Son dos ejemplos de supervivencia como, en muchos aspectos, también fueron supervivencia sus colaboraciones con la propaganda comunista en plena Guerra Civil”, comenta Romero. “En cualquier caso, hablar de colaboracionismo sería un error. Aunque ni Val del Omar ni Amster realizaron sus obras bajo las pautas hegemónicas de los regímenes políticos que las sustentan, tampoco se enfrentaron a estos frontalmente. Podríamos decir que los agujereaban. La Cartilla Escolar Antifascista de Amster agujerea la retórica estalinista, como Aguaespejo granadino o Fuego en Castilla de Val del Omar agujerean el régimen nacional-católico”.
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