El arte ibero que condujo a Picasso hasta el cubismo
Una exposición del Centro Botín en Santander narra a través de 200 obras el impacto de piezas artísticas antiguas en la ruptura del pintor con el canon clásico
Pablo Picasso descubrió el arte ibero de su región de nacimiento, la costa oriental de la Península, en una exposición en el Museo Louvre de París en 1906. Aquellas figuras en piedra caliza y barro, de líneas simples y expresión hierática que se acababan de descubrir y se mostraron en la pinacoteca francesa se incorporaron a su imaginario artístico de tal manera que supuso su alejamiento definitivo del canon clásico. El Centro Botín de Santander recorre esta transición en Picasso Ibero, una muestra que con más de 200 piezas explica cómo el artista malagueño empezó a escribir la gramática del cubismo.
La exposición es un juego de espejos en el que piezas primitivas colocadas al lado o frente a obras de Picasso más que dialogar, se imitan. El primer ejemplo es la escultura imponente con la que empieza la muestra: La mujer con un jarrón, de 1933, procedente del Museo Reina Sofía (una de las decenas de instituciones que han colaborado en esta exposición que ha costado tres años de trabajo), figura que volvió a España con el cuadro del Guernica por deseo del artista. La pieza está en deuda con la Dama oferente que apareció en el Cerro de los Santos, de Albacete, y otras tantas representaciones de mujeres como la Dama de Elche en las que la sencillez de sus líneas contrastaba con cierta complejidad en su ornamentación. Esta zona castellana es una de las localizaciones donde más piezas de arte ibero del siglo IV a.C. se han encontrado y que constituyen el grueso del inicio de esta muestra. Una primera parte que es casi una gran exhibición de arte primitivo.
De este mismo lugar en Castilla-La Mancha proceden las cabezas masculinas dedicadas a una deidad, que tanto impresionaron al artista y desde las que empezó a experimentar. Picasso se usó a sí mismo de conejillo de Indias. “Los cuadernos de dibujo con los bocetos que hizo de su cara y su cabeza dan cuenta de toda la aventura por la que pasó”, explica Cécile Godefroy, comisaria de la exposición.
De esos estudios en papel salieron los nuevos rasgos de su pintura: ojos marcados, almendrados y vacíos, orejas alargadas, pómulos en vertical. El trazo se simplifica y en ocasiones es más grueso. Las figuras miran sin mirar. Los colores tierra, rojizos y blancos de las vasijas iberas también saltan a su pintura para conseguir cierto volumen. Sus modelos ya no posan para él. Fue su manera de distanciarse de la tradición pictórica del momento y, de paso, de la realidad. La etapa rosa de la que venía también concluye.
Al mismo tiempo, Picasso se convierte en coleccionista. Consigue adquirir más de un centenar de piezas de arte ibero. Dos de ellas, esas cabezas de hombres que tanto le apasionaron e inspiraron, resultaron ser piezas robadas del Louvre en 1907 por Géry Pieret, un estafador y aventurero belga que se las vendió al artista. Estuvieron ocultas en el armario del estudio de Picasso en París hasta que en 1911 decidió devolverlas al museo francés.
Un camino rápido y largo
En apenas un año, desde 1906 al verano de 1907, Picasso transformó su trabajo. Aún no había cumplido los 30 años. “Es un camino rápido, pero al mismo tiempo muy largo porque viene de un recorrido en el que fue incorporando la influencia de Gauguin, Matisse, la escultura catalana románica, al que luego seguiría el arte africano y de Oceanía en el Palais du Trocadéro en París”, relata Godefroy. Las señoritas de Avignon, de 1907, son el resultado de esta amalgama de estilos. La obra no forma parte de esta exposición, porque como recordaron los organizadores, no sale del Museo Moma de Nueva York desde hace 20 años porque no concede el préstamo de la pieza.
El laboratorio de influencias en el que se convirtió su estudio aparece de otras maneras en la segunda parte de Picasso ibero. En la sala diáfana del Centro Botín se avanza entre paneles al mismo tiempo que el artista evolucionaba en sus trabajos. El arte primitivo se mezcla con referencias populares como las procesiones, pervive el arte tribal y aparece la geometría. Es el resultado de una de las enseñanzas de Cézanne: “Captar la naturaleza a través del cubo, el cilindro y la esfera”.
El naturalismo va desapareciendo y se atisba el cubismo. Tal vez, uno de los ejemplos más gráficos es una serie de grabados de los años cuarenta colocados en fila. Son toros, uno de los animales del bestiario ibero que más aparece en su obra. El primero es un reflejo de la realidad, natural. El último es una combinación sencilla de líneas. Esa misma sencillez aparece en la representación de una mujer que Picasso acota al ancho y alto de una estrecha puerta. Una anatomía femenina de 1946 que estaba pensada para la casa art deco de un multimillonario matrimonio argentino residente en París. Finalmente no llegó a esta residencia por la vinculación de la pareja con el nazismo.
“Son tres exposiciones por el precio de una”, dice Laurent le Bon, director del Musée National Picasso-Paris, la institución con la que ha colaborado el Centro Botín para esta exhibición. En la parte final se reúnen obras donde aparecen figuras oferentes, animales, cabezas… Son ya los años sesenta y en el artista sobrevive ese primitivismo aunque a veces exaltado por los colores rojos, verdes, amarillos que aparecen en el cuadro Jacqueline au chapeau de paille de 1962 con el que termina la exposición.
Exposición 'Picasso Ibero'
Centro Botín, Santander: del 1 de mayo de 2021 al 12 de septiembre de 2021. Precios: entrada general, 9 euros; grupos, 7 euros.
Babelia
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