París se tiñe del azul y rosa de Picasso
El Museo de Orsay reivindica la obra más temprana del pintor en la mayor antológica de los últimos 20 años sobre la etapa previa al cubismo
Al principio de la muestra, Picasso tiene 19 años. El joven prodigio de la pintura acaba de desembarcar en París para participar en la Exposición Universal de 1900, habiendo sido escogido como representante del arte español. Supondrá su primera toma de contacto con la efervescencia de las vanguardias en la capital francesa y un preludio a los seis años que pasará viajando sin cesar entre París y Barcelona, forjándose una identidad como artista a la que se mantendrá fiel hasta el final de su vida. Es lo que defiende Picasso, azul y rosa, la gran exposición de cerca de 300 obras que el Museo de Orsay inaugura en París. Hasta el 6 de enero, la muestra propone una relectura y una rehabilitación de su etapa anterior al cubismo, siempre considerada la más accesible y consensual, aunque Picasso ya renegase entonces del academicismo con todas sus fuerzas y demostrase una voluntad feroz de inscribirse en la modernidad.
Picasso (Málaga, 1881- Mougins, 1973) vuelve al lugar donde llegó. El museo parisino, que fue estación de tren mucho antes que pinacoteca, fue el sitio donde el pintor se apeó de su vagón al llegar a la capital francesa. “Por esa razón anecdótica, resultaba el lugar perfecto para organizar la exposición”, señala el comisario general de la muestra, Laurent Le Bon, director del Museo Picasso de París, que firma su primera colaboración de envergadura con el de Orsay. Está claro que no es la única: que el lugar esté especializado en exponer el arte situado entre 1848 y 1914 refuerza todavía más su idoneidad. “Durante los periodos azul y rosa, Picasso logra pasar del siglo XIX al siglo XX”, explica Le Bon. El malagueño es el eslabón perdido en esa cadena evolutiva. La exposición lo demuestra en una de las primeras salas gracias a una hábil decisión escenográfica. De cara, el visitante se enfrenta a Mujer en azul (1901), retrato prestado por el Reina Sofía que inmortaliza a una dama de vestimenta ampulosa. A sus espaldas, una pared perforada permite percibir, algunas salas más allá, La vida (1903), óleo metafísico en el que Picasso condensa las edades de la existencia y resume su investigación plástica de todo el periodo azul. “El primero es, en cierta manera, un cuadro decimonónico. El segundo es moderno en su tratamiento de la figura humana y en su carga alegórica”, analiza Le Bon.
La exposición parisina es la mayor dedicada al periodo precubista desde 1997, cuando se celebró otra de tamaño y préstamos similares en la National Gallery de Washington. Esta vez, la cuestión cromática ocupa un lugar central. En la primera página del catálogo, aparecen muestras de todos los azules y rosas que Picasso utilizó durante ese lustro, una paleta poco habitual en los cuadros postimpresionistas de autores como Van Gogh y Toulouse-Lautrec, que tanto impactaron al joven pintor. “Fue al pensar que Carlos Casagemas estaba muerto cuando me puse a pintar de azul”, confesaría Picasso al historiador Pierre Daix, en alusión al suicidio de su gran amigo. Por otra parte, el rosa irrumpió en sus lienzos cuando el pintor descubrió a una troupe circense al pie de la colina de Montmartre.
Sin embargo, en los pasillos de esta muestra, la tradicional asociación del azul con la melancolía y del rosa con la pulsión de vida no resulta especialmente evidente. Existen en sus lienzos añiles vivaces y también lavandas funestos. “A veces hay azul en el rosa y rosa en el azul. En realidad, pese a la versión que se ha dado, no son etapas uniformes”, confirma Le Bon. No debe de ser casualidad que, en la primera retrospectiva protagonizada por Picasso, celebrada en la galería Georges Petit en 1932, el artista colgase cuadros de ambos periodos en una misma pared. “Entendió que su obra era un todo, pese a que los demás quisieran clasificarla en categorías distintas”, apunta el comisario. La exposición recrea, desde su segunda sala, ese desorden conceptual, mezclando los autorretratos que firmó en 1901 y en 1906, y arrimando El abrazo, pastel del periodo azul, a Los adolescentes, perteneciente al rosa. El resto de la muestra se inscribe, en cambio, en una cronología tal vez demasiado obediente.
La muestra se cierra con el abandono gradual del rosa, tras dos años experimentando con él, y la transición al color ocre durante su estancia en Gósol, la localidad ilerdense en la que Picasso volvería a alterar su estilo y su paleta. El pintor decidió experimentar con volúmenes poliédricos, similares a los que Cézanne utilizaba para pintar sus paisajes. Sin embargo, el malagueño los aplicó al rostro humano, influido por el descubrimiento de la escultura romana y del arte íbero en una exposición en el Louvre. A lo largo del año 1906, lienzos como Los dos hermanos y Muchacho con caballo abrirán paso a retratos femeninos como El peinado o Dos desnudos. Unos meses después, ya en 1907, Picasso firmará Las señoritas de Avignon y empezará así la aventura del cubismo. “En ese corto periodo de seis años, Picasso descubre lo que será su característica principal como pintor: una reinvención permanente”, concluye Le Bon. Al final de la exposición, Picasso tiene 25 años. La pintura ha cambiado con él. Su arte nunca dejará de hacerlo.
Préstamos de excepción
La vida (1903), obra maestra del joven Picasso, es uno de los grandes préstamos obtenidos por esta exposición, a la que llega desde la colección permanente del Museo de Arte de Cleveland. Hay unos 40 más, algunos tan importantes como La acróbata de la bola (1905), procedente del Pushkin de Moscú, que lo ha cedido en contadas ocasiones –se pudo ver en el Prado en 2011–, o Joven con una cesta de flores (1905), prestado por la colección Rockefeller. La Tate Modern ha prestado Mujer con camisa (1905) y la National Gallery de Washington ha mandado Mujer con abanico (1905), aunque no La familia de los saltimbanquis, que no es prestable por decisión del coleccionista que la cedió a ese museo. Tampoco está El viejo guitarrista ciego, expuesto en Chicago y demasiado frágil para cruzar el océano. Entre los principales prestatarios de la muestra también se encuentra el Museu Picasso de Barcelona. A través de un acuerdo firmado con el de Orsay para el intercambio de obras, ha mandado a París distintos paisajes de los tejados barceloneses o el retrato picassiano de Benedetta Bianco, además de los dibujos en que retrató a algunos de sus contemporáneos, como Casas o Rusiñol.
Babelia
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