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TIPO DE LETRA
Columna
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Juan Marsé también era humano

El nuevo libro póstumo del escritor barcelonés, ‘Notas para unas memorias que nunca escribiré’, será una decepción para los lectores ajenos al mundillo de la literatura

Javier Rodríguez Marcos
Juan Marsé (izquierda) y Pere Gimferrer, miembros del jurado del Premio Planeta en 2004, año en el que el primero redactó el diario recogido en 'Notas para unas memorias que nunca escribiré'.
Juan Marsé (izquierda) y Pere Gimferrer, miembros del jurado del Premio Planeta en 2004, año en el que el primero redactó el diario recogido en 'Notas para unas memorias que nunca escribiré'.TEJEDERAS

Historia de la literatura española reciente según Juan Marsé: “Prosistas. Camilo José Cela: prosa campanuda. Francisco Umbral: prosa sonajero. Javier Marías: prosa pringada. Javier Cercas: prosa resabiada. Carlos Ruiz Zafón: prosa insolvente. Juan Manuel de Prada: prosa ensotanada”. El autor de Últimas tardes con Teresa redactó esta lista en 2009, meses antes de recibir el Premio Cervantes, pero ve ahora la luz junto al diario que llevó en 2004 contra viento y marea y contra su propio desinterés por el género, por pura disciplina. Lumen acaba de publicar esos materiales, revisados por él antes de morir en julio pasado, en impecable edición de Ignacio Echevarría y con el título de Notas para unas memorias que nunca escribiré.

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Juan Marsé, desatado

Cualquier escritor que se asome a sus 441 páginas respirará aliviado si tiene la suerte de no aparecer en ellas. Cualquier lector, entre tanto, lamentará que Marsé hablara en serio al ponerles ese título. Además de por dejarnos novelas y poemas impagables, su generación —la de los niños de la guerra— se caracterizó por rayar a gran altura en la escritura autobiográfica. Juan Goytisolo, José Manuel Caballero Bonald, Jaime Gil de Biedma, Carmen Martín Gaite, Carlos Barral, Antonio Gamoneda o Josefina Aldecoa utilizaron la primera persona para analizar sin tapujos su vida y la de sus contemporáneos. Hasta el tímido Rafael Sánchez Ferlosio escribió sobre sí mismo unos folios inolvidables: La forja de un plumífero. El resultado es, en todos los casos, gran literatura. Coto vedado, Cuadernos de todo, Un armario lleno de sombra o Tiempo de guerras perdidas perdurarán en el futuro más allá de que los nombres propios que llenan sus páginas necesiten una tonelada de notas al pie.

Cualquier escritor que se asome a sus páginas, cuyo interés es más sociológico que literario, respirara aliviado si tiene la suerte de no aparecer en ellas

Por desgracia, las no-memorias de Marsé tienen más valor sociológico que literario. Harán las delicias de quienes quieran saber qué admiraba en los artículos de Juan José Millás y qué echaba de menos en sus novelas —lo mismo en ambos casos—, qué pensaba sobre el cine de Almodóvar —”no acaba de interesarme”— o cuánto le pagó Penguin Random House por dos libros, uno de ellos Canciones de amor en Lolita’s Club, el “guion novelizado” que le ocupa en 2004 y que el propio Echevarría no duda en calificar de “obra menor”: 80.000 euros.

El libro, sin embargo, será una decepción para los devotos del novelista barcelonés, que siempre pareció dar más importancia a su obra que a sí mismo y que ahorró a sus lectores las ególatras jeremiadas de muchos de sus colegas. A la pena de que no desarrollara sus fulgurantes juicios se le suma además la de asistir a las contradicciones de un autor que, al tiempo que consigna la variedad de llamadas, invitaciones, premios y muestras de admiración que recibe, se queja de ser ninguneado y de vivir en “la antesala del olvido respirando un venenoso silencio”. Vida familiar aparte, los que busquen en estos apuntes al Marsé más humano se encontrarán no con el Marsé escritor, sino con otro menos conocido: el literato.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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