‘Amigo’: meritorio mal rollo en un único escenario

Es Amigo una película de coraje doble: el del posibilismo cinematográfico y financiero, el necesario para elevarse por encima de la falta de presupuesto; y también el del esfuerzo físico, el de una interpretación fuera de norma de Javier Botet, un actor singular asociado principalmente al terror a causa de sus peculiares características corporales. Sin embargo, el encomiable esfuerzo no se consuma por la falta de solidez del relato. Escrito por el propio Botet, por David Pareja, su compañero de reparto, y por el director, Óscar Martín, el guion apuesta por el minimalismo, la sencillez y la sutileza, pero acaba dando la impresión de relato demasiado escuálido, necesitado de matices y de recursos dramáticos y de diálogo.

Thriller psicológico con un toque de terror, ambientado en un único escenario, la casa en el campo donde un hombre delicado, paciente y amable cuida de un compañero algo malencarado, postrado en una silla de ruedas tras un accidente, Amigo habla de una especial dependencia mutua: la física y la moral, que tienen el uno con el otro y en radicalmente opuestas direcciones.

Los autores homenajean de forma explícita a Chicho Ibáñez Serrador con una película ambientada a principios de los años ochenta, cuando se emitía por la segunda cadena Mis terrores favoritos, por medio de diversos pasajes en el televisor del hogar, y también de un modo implícito con una obra de miedo asentada no en la oscuridad, sino en la luz del día, como en la formidable ¿Quién puede matar a un niño?, algo muy meritorio. Sin embargo, finalmente, pese al evidente desasosiego de alguna secuencia, y al mal rollo general, Amigo se queda un tanto a mitad de camino en su reflexión sobre el amor y el odio, y el tradicional “quien bien te quiere, te hará llorar”.