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Olga Tokarczuk: “Con la pandemia, esta puede ser una época interesante”

La Premio Nobel polaca nos da la pala y nos insta a excavar. El cuestionamiento de la fe, los avatares de la historia de su país y la imposible inmutabilidad brillan como piedras preciosas en su última obra

Berna González Harbour

La pandemia impide o dificulta el viaje, pero Babelia propone aquí un recorrido por Europa y sus problemas, miedos, obsesiones y heridas de la mano de cinco autoras. La primera entrega fue Estoy contigo, de Melania Mazzucco, un viaje memorable por lo que ocurre con el inmigrante africano después de su llegada. En la segunda: Un corazón demasiado grande, de la española Eider Rodríguez, un recorrido por las cosas verdaderamente importantes. La tercera es la polaca Olga Tokarczuk.

La escritora Olga Tokarczuk, en Varsovia en 2018.
La escritora Olga Tokarczuk, en Varsovia en 2018.Adam Stepien / REUTERS

Crear un lugar propio y generar en torno a él una mitología válida para explicar la vida o para esbozar los límites de nuestra incapacidad de comprenderla es una meta a la altura de pocos autores. García Márquez lo hizo en Macondo, Cervantes en un lugar de La Mancha o Lewis Carroll en el país de las maravillas. Pero hay otro sitio llamando a la puerta: Antaño, “un lugar situado en el centro del universo”, la creación probablemente más fantasiosa, imaginativa y desbordante de Olga Tokarczuk, (Sulechow, Polonia, 1962), premiada en 2019 con el Nobel de Literatura de 2018, año en el que la Academia sueca lo aplazó.

Un lugar llamado Antaño (Anagrama) es el título recientemente publicado en España de esta Nobel, de quien apenas conocíamos Sobre los huesos de los muertos (Siruela) y Los errantes (Anagrama). La pandemia frustró su promoción en España y todos los planes que tenía en marcha, pero Tokarczuk ha encontrado en esta peste del siglo XXI, de un mundo que se creía seguro y no lo es, una buena excusa para frenar y además reflexionar. “Fue un alivio renunciar a mis viajes, estaba cansada y hacía mucho tiempo que no vivía en mi propia casa”, cuenta a EL PAÍS por correo electrónico. El confinamiento coincidió además con la enfermedad de su perro y agradece haberle podido cuidar. “Creo que la pandemia es ante todo una lección de humildad. Es un concepto antiguo y un tanto olvidado. El hombre olvidó la humildad ante la naturaleza, ante fuerzas superiores a él. Espoleado por una inusitada arrogancia, destruyó muchas cosas a su alrededor: a los seres vivos, el medioambiente, el paisaje. Cambió el clima. Y ahora prepara su despliegue en el cosmos”, reflexiona.

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Los que se han acercado a su obra saben que Tokarczuk, nacida bajo el comunismo en Polonia y adulta bajo el capitalismo y la democracia, navega a la vez en la introspección y en el amor a una naturaleza que la conecta fuertemente con el mundo. Su obra es un dique contra la frivolidad, la destrucción, la violencia. “La pandemia nos enseña que seguimos siendo una especie más sobre la tierra, dependiente de una intrincada red de relaciones, que tenemos un cuerpo frágil y mortal y que nuestras posibilidades son limitadas. Tengo la impresión de que vuelve la máxima Memento mori, tan popular en la formación cultural del Barroco europeo, cuando el ser humano se vio obligado a enfrentarse a epidemias, guerras y fuerzas crueles, inconcebibles. Es la vuelta a una visión del mundo como misterio, a una búsqueda del significado de la existencia humana en la tierra, a indagar sobre la naturaleza del hombre y la presencia del mal. Esta puede ser una época interesante”.

Y es en esa búsqueda perpetua que propone en la que encaña Un lugar llamado Antaño, la explosión más luminosa que puede realizarse de personajes, conflictos, relaciones, vidas y muertes. Tokarczuk eleva las vidas de locos, pueblerinos, molineros, párrocos, fieles católicos, soldados, invasores nazis o soviéticos, gentes cargadas de miserias, límites y estrechas ambiciones a una categoría majestuosa. De bisutería humana —la que componemos todos— logra joyas. Su foco se va posando en unos y otros, iluminando a humanos, animales y vegetales en una fusión que es común y alentadora en su obra. Ella está en todo.

Antaño es un pueblo cualquiera de Polonia, claro. Una Polonia católica y rural donde la búsqueda de una forma de vida aceptable está siempre truncada por los avatares que deciden otros: la I Guerra Mundial y el servicio al zar ruso, la invasión nazi y luego la soviética en la II Guerra Mundial; el régimen comunista y la corrupción intrínseca que alimentó entre los más trepas y serviles. Bosques, huertos, vacas sufren también los vaivenes de una historia que solo tiene que ver con voluntades ajenas.

“Antaño es un lugar alegórico y metafórico. En ese sentido, nunca ha existido y a la vez siempre existe”, cuenta Tokarczuk. “En Antaño, el tiempo es el orden básico, la estructura: si bien no es común para todos, en cierto sentido todos lo poseen. El tiempo de cada personaje es una especie de burbuja individual, una escena psicofísica en la que los personajes interpretan sus vidas. Estos tiempos interactúan mutuamente, llegando a veces a interferir entre sí”. La autora escribió este libro hace 25 años, “cuando aún veía el mundo como Leibniz, es decir, repleto de mónadas independientes. Hoy en día lo concibo un poco diferente: como una red de influencias mutuas”. En Antaño, son otros quienes deciden y los habitantes y el hábitat de Antaño sufren. Una poderosa metáfora vigente.

Pero no es solo eso. Detrás de todo acontecer se va hilando un cuestionamiento de Dios y de la creencia ciega en su poder. Ese que está en todas partes y que cuando lo intentas encontrar no está. Ese que nos creó y quedó tan orgulloso que no pensó en las consecuencias. Ese que no nos hizo el favor de la inmutabilidad, sino que nos permitió mutar para nuestra desgracia. Ese que va él mismo mutando. Reflexiones salpicadas por todo el libro de la mano de uno de los protagonistas, el hidrocefálico Izydor, que siendo un diferente, un discapacitado, crece en la novela como el único capaz de la genialidad en el pensamiento. No entiende Izydor por qué murió su madre en la guerra, por qué murió su padre, por qué se fue Ruta, su alma gemela, su amor, maltratada y esclavizada por un marido al que eligió para poder llevar zapatos de tacón.

¿Porque acaso no es todo eso incomprensible? ¿Acaso se puede sobrellevar tanto sin borracheras de vodka, sin revanchas? ¿Acaso alguien creía que por estar escondido en el centro del universo, ese centro que es el pueblo de cada cual, alguien se iba a librar de la muerte injusta, la invasión, la dictadura, el marido borracho, la violación o la rebelión de la naturaleza?

Son grandes las reflexiones posibles tras leer Un lugar llamado Antaño, como lo son las de Sobre los huesos de los muertos, una rica y singular novela negra donde una vieja animalista ejerce un protagonismo nada empático, pero resolutivo y brillante. Imposible sintonizar con ella salvo por los lazos del humor y la perplejidad. Que son enormes. Trabajo fino.

Hay autores fáciles que nos dan todo mascado. Los hay más difíciles, más desafiantes, que nos hacen trabajar. Tokarczuk nos entrega la pala y nos dice: excava. Busca esas joyas, las lecciones del conservadurismo y la adaptación, de la naturaleza, de la mutabilidad, de la fe y de la pérdida de fe. Coge toda esa bisutería y descubre que te he preparado piedras preciosas porque no hablo de Antaño, ni de Polonia, sino de tu pueblo y de ti. Enorme literatura que nos lleva a preguntarle por su motor.

—¿Por qué escribe?

“En el umbral de la vida adulta”, relata, “escribir me procuró una sensación de libertad y autoestima. Fue un gran consuelo, pues no tenía que realizarme en un rol impuesto por los demás. Encontré un espacio propio, misterioso y particular”. Escribía tanto en esos años que agradece que muchos de sus primeros textos no vieran la luz. “Ahora es mi profesión. Tengo la suerte de que, en mi caso, mi trabajo es también mi hobby. Creo que no sabría hacer ninguna otra cosa”.

En ocasiones, dice, “quisiera creer que la literatura, la escritura es un proceso que recrea el mundo”. Pero son pocos quienes se interesan por los libros y tan solo un reducido número de personas lee. “Unas palabras pronunciadas o firmadas por algún escritor son mucho menos relevantes que las decisiones de los economistas y políticos, los importantes descubrimientos científicos o los nuevos medicamentos. Son estos los que cambian el mundo. La literatura es un campo un tanto elitista en la actualidad. Implica a los países avanzados, con una infraestructura editorial desarrollada, donde opera un mercado, existe una red de librerías y periódicos. Somos unos privilegiados, tanto los escritores como los lectores. Ni en las recónditas estepas de Asia ni en los barrios bajos de las grandes ciudades africanas o americanas se lee literatura ya”.

La suya, confiesa, está de mudanza. Tokarczuk acaba de volver a vivir a su antigua casa, donde se gestaron sus primeros libros. “Me pregunto qué inspiraciones encontraré aquí, nuevas o añejas”. Estaremos atentos.

Traducción de las respuestas de Amelia Serraller Calvo.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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