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Crítica | El reflejo de Sibyl
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La peli que te has montado

Un filme interesante pero cuyas múltiples capas de humor y drama no acaban de ensamblar entre sí

Imagen de 'El reflejo de Sibyl'. En vídeo, un avance de la película.
Elsa Fernández-Santos

EL REFLEJO DE SIBYL

Dirección: Justine Triet

Intérpretes: Virginie Efira, Adèle Exarchopoulos, Gaspard Ulliel, Sandra Hüller.

Género: tragicomedia. Francia, 2019

Duración: 100 minutos.

Existe una viñeta de la dibujante y humorista española Monstruo Espagueti que vendría al pelo para ilustrar al personaje principal de El reflejo de Sibyl, tercera película de la cineasta francesa Justine Triet. En la tira cómica, Espagueti inventa para sus amigas más fantasiosas una nueva categoría de premio: el Oscar a “la peli que te has montado”. Eso es exactamente lo que se merece Sibyl, la psicóloga que interpreta la actriz Virginie Efira, y por extensión Justine Triet, que se enreda en una historia excesivamente alambicada que no acaba de cuajar.

Sibyl es una psicóloga exalcohólica que decide abandonar la rutina de su consulta para retomar una vocación literaria que por circunstancias no muy claras abandonó hace diez años. El personaje muestra varias caras: la profesional, cuyo código deontológico rompe cuando descubre un jugoso material literario en una de sus pacientes; la familiar, cuyo íntimo drama está ligado a un pasado que poco a poco aflora pero que llega demasiado tarde y, finalmente, su fantasía, que en paralelo lo impregna todo hasta hacernos dudar de dónde empieza y acaba la ficción dentro de la ficción. El reflejo de Sibyl circula entre el drama y el humor (en algunos puntos, Virginie Efira hasta parece una Bridget Jones parisiense y refinada) y tiene sus mejores momentos en el viaje a Stromboli, esa isla con tantas evocaciones cinematográficas que permite a Justine Triet jugar con un metalenguaje cargado también de autoparodia.

Allí, en la isla, se rueda la película de la actriz-paciente, el personaje que interpreta Adèle Exarchopoulos. Y allí, una vez más, la tierra volcánica actúa como insondable metáfora de la naturaleza más incontrolable, también la humana. El cine, la autoficción, la vampirización de las vidas ajenas y la adicción (sí, todo muy almodovariano) son tres de los elementos que recorren un filme de múltiples capas que por desgracia no acaban de ensamblar en su totalidad ni de funcionar al mismo nivel.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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