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Timothy Snyder: “Existe el riesgo de que Trump pierda y trate de seguir en el poder”

El historiador reflexiona en 'Nuestra enfermedad’ sobre el deterioro de la democracia en EE UU a partir de su propia experiencia hospitalaria

Tereixa Constenla
El historiador estadounidense Timothy Snyder en Madrid en 2018.
El historiador estadounidense Timothy Snyder en Madrid en 2018.VICTOR SAINZ

Cada vez hace libros más urgentes. Timothy Snyder (Dayton, Ohio, 51 años) se convirtió en un reputado historiador gracias a los ensayos sobre la Europa del siglo XX, que condensaban años de investigación. Hasta que llegó el presente e impuso su propia tiranía. Había que explicar a Trump y a Putin, a quienes dedicó El camino hacia la no libertad en 2018. Su nuevo ensayo es aún más apremiante: germinó en diciembre de 2019, mientras Snyder corría el riesgo de morir tras una cadena de chapuzas médicas, lo escribió mientras seguía medicado y llegó a las librerías diez meses después. Nuestra enfermedad (Galaxia Gutenberg, en traducción de María Luisa Rodríguez Tapia) es el resultado del encuentro entre la emoción y la razón: la furia de un hombre que se ve al borde del final y la reflexión de un intelectual que constata la perversión de un sistema sanitario más preocupado por la cotización bursátil que por salvar vidas. Un libro íntimo y político, visceral y reflexivo, caliente y frío. “No voy a ser nunca más como era antes, y tampoco quiero serlo. He aprendido cosas y por tanto soy mejor”, escribe.

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Otros asuntos no han cambiado tanto. La última conferencia que dio antes de su hospitalización, en Múnich a comienzos de diciembre, versó sobre cómo hacer de EE UU un país libre. La primera que siguió a la enfermedad, en febrero en Connecticut para recaudar fondos para las escuelas públicas, desmenuzó algunas lecciones útiles de la historia en las transiciones hacia las tiranías. La libertad, ayer y hoy, sigue preocupando al historiador por encima de todo. “La paradoja de la libertad”, expone en su libro, “es que nadie es libre sin ayuda”. En este presente, una parte importante de esa libertad depende “de la confianza en la sanidad”.

Snyder no es un sin techo. Como catedrático de Yale, puede pagarse un seguro médico. Aun así comprobó cómo la lógica mercantilizada que impera en los hospitales atentó contra su salud. El 15 de diciembre le operaron de una apendicitis en Connecticut y a las 24 horas le enviaron a casa sin detectar la infección que colonizaba su hígado. Entre diciembre y marzo pasó por un hospital alemán y cuatro estadounidenses sin que apreciaran que había en marcha un proceso grave hasta el 29 de diciembre. Septicemia. Algo que te puede enviar al cementerio. Se encorajinó. “Creo que la rabia era mi cuerpo tratando de sobrevivir. Simplemente no quería morir. No quería que mi mundo interior acabase. Ni quería que mis hijos fuesen huérfanos”, expone por correo electrónico.

A partir de esa introspección en la experiencia personal del dolor, Snyder reflexiona sobre la enfermedad colectiva, la desviación del sueño americano hacia la patología: ansiedades, adicciones a los fármacos, desatenciones médicas, suicidios. “Los estadonidenses mueren sin motivo todo el tiempo y no deberían. Los estadounidenses se preocupan todo el tiempo sobre si serán cuidados y no deberían. Mi experiencia es solo el ejemplo de un problema general, y uno que pudo resolverse. Principalmente la medicina no debe ser algo para ser rentable”.

Algo falla mucho en un país capaz de descuidar a los voluntarios que se jugaron la salud durante el 11-S. En el documental Sicko (2007) Michael Moore abordó el caso de varios rescatadores con enfermedades crónicas derivadas de su labor entre los escombros de las Torres Gemelas y marginados por el sistema sanitario del mismo país que durante unos días les consideró héroes. “Nuestro sistema de medicina como negocio, dominado por los seguros privados, los grupos regionales de hospitales también privados y otros intereses poderosos, se parece cada vez más a un sistema de apuestas ilegales”, afirma Snyder en su libro.

Personal sanitario acomoda en un montacargas a un fallecido por coronavirus en el hospital Central de Brooklyn el 30 de marzo.
Personal sanitario acomoda en un montacargas a un fallecido por coronavirus en el hospital Central de Brooklyn el 30 de marzo.Brendan McDermid

Algunos datos para el escalofrío citados por el historiador: la tasa de mortalidad de los recién nacidos de madres afroamericanas de EE UU supera la de Albania, los estadounidenses mueren más jóvenes que en países como Líbano, Chile, Singapur o Canadá. “Ya era demasiado fácil morir antes de que llegara el coronavirus”, escribe con ironía. “El desastre de la gestión de la pandemia es el síntoma más reciente de nuestra enfermedad, de una política que proporciona sufrimiento y muerte en vez de salud y seguridad, beneficios para unos pocos en vez de prosperidad para muchos”, agrega.

Y otro síntoma de la enfermedad colectiva es, para Snyder, la presidencia de Trump, donde observa señales de alarma para la democracia: “En todo el mundo los líderes autoritarios mintieron sobre la gravedad de la plaga, aseguraron que sus respectivos países eran inmunes, castigaron a los periodistas que decían la verdad y utilizaron las crisis que ellos mismos habían creado para consolidar su poder. El comportamiento de Trump siguió esa misma pauta”.

La pandemia y el presidente, responde por correo, han polarizado a los estadounidenses.

—¿Es necesario que Trump pierda las elecciones para comenzar a curar su país?

—Sí. Y otras cosas también son necesarias.

—¿Qué riesgos hay si Trump consigue su segundo mandato?

—El riesgo es anterior: que él pierda las elecciones y trate de continuar en el poder de todos modos. Si gana, ya ha señalado sus proyectos. Uno es la definición de la gente blanca como víctimas de racismo y otro es la transformación de los funcionarios públicos en un cuerpo contratado y despedido por el presidente.

El reinado de la ignorancia que crean las redes sociales

Sostiene Snyder que el “abrumador poder informático” de EE UU no sirve de nada contra el virus. “A comienzos de año las empresas de redes sociales podrían haber difundido información útil sobre la enfermedad, pero fallaron. Lo más útil que podrían hacer sería apoyar el periodismo local, pero también fallaron en esto, de hecho han acelerado su destrucción”, lamenta el historiador. Su receta para rebajar su poder es drástica: separar las grandes compañías en distintas empresas, gravarlas con impuestos y subvencionar el periodismo local. “Facebook y Google se quedan con los ingresos publicitarios que antes se repartían los periódicos, a pesar de que no informan de noticias”, plantea en el ensayo. Y alerta: “En los sitios que se han quedado sin periodismo local por culpa de las redes sociales, reinan la desconfianza y la ignorancia”.

Por correo añade: “El efecto principal de las redes es hacernos menos lógicos y más impulsivos, como ocurre con las drogas. Están basadas en el principio de la adicción”.

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Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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