Sobre el tuit de Trump y el fascismo
El presidente sabe que no tiene autoridad para aplazar las elecciones. Lo que busca son aliados, dentro o fuera de Estados Unidos, que ayuden a crear una situación en la que parezca imposible celebrarlas
“Con el voto por correo universal (no el voto rogado, que está bien), las elecciones de 2020 serán las más FALSAS Y FRAUDULENTAS de la historia. Serán un gran bochorno para EE UU. ¿¿¿Aplazamos las elecciones hasta que la gente pueda votar debidamente y a salvo???” (Donald Trump, tuit del 30 de julio de 2020).
Qué quiere decir que el presidente de Estados Unidos proponga aplazar las elecciones? El tuit de Trump proclama que las elecciones de noviembre serán “falsas y fraudulentas”. Pero cualquier problema que puedan tener los estadounidenses para votar se debe al presidente y sus aliados. Trump está creando un problema, culpando de él a otros y utilizándolo para consolidar su poder.
Si hay un elemento falso y fraudulento en la democracia estadounidense es, sobre todo, la privación del derecho a voto de los negros. La mitad de los Estados del país han aprobado recientemente leyes que dificultan aún más el voto a los ciudadanos que no son blancos, unas leyes que hay que revocar si queremos que EE UU sea una verdadera democracia representativa. Cada vez son más los estadounidenses conscientes del racismo que deja fuera de la política a los negros. Pero Trump, en vez de buscar una solución, se escuda en las protestas para desplegar en las calles una nueva policía secreta.
En 2019 el Congreso aprobó una ley para facilitar el voto de todos los estadounidenses, pero el Senado, que está controlado por el Partido Republicano, la echó abajo.
El segundo peligro que se cierne sobre las elecciones de noviembre es el de una intromisión extranjera. Y también este problema es achacable al presidente. En las elecciones de 2016, Trump se benefició deliberadamente de una campaña rusa en Internet y en las redes sociales, que incluyó la publicación de correos privados de su rival, Hillary Clinton. Varios politólogos creen que la campaña probablemente inclinó el resultado en favor de Trump y hemos sabido que, en 2016, el entorno de Obama sospechó que Rusia había interferido incluso en el recuento de los votos.
Trump siempre lo ha negado y ha ejercido represalias contra los que han querido revelar lo que ocurrió. Ahora sabemos que ha seguido pidiendo ayuda a Gobiernos extranjeros para la reelección. Hace poco indultó a Roger Stone, que hizo de intermediario con Rusia en 2016, lo que indica que espera volver a hacer lo mismo en 2020. El Congreso aprobó una ley para blindar el sistema electoral ante cualquier intervención extranjera, pero también la bloqueó el Senado.
Trump habla en su tuit del elevado número de votos por correo, y eso también es obra suya. Hay que decir que el voto por correo no tiene nada de malo. El propio Trump vota así, igual que muchos de sus asesores más cercanos. Enviar papeletas es mucho más seguro que votar de forma digital.
Este año, muchos estadounidenses quieren votar por correo porque les preocupa su seguridad. El país sufre una pandemia que ya ha matado a 150.000 ciudadanos. Y que ha alcanzado su dimensión actual porque Trump decidió negar los datos científicos, dar a entender que no había que llevar mascarilla y oponerse a las pruebas sistemáticas necesarias para contener la enfermedad.
Si el servicio de correos no puede absorber la sobrecarga de envíos, también será por culpa de Trump. Lleva años criticándolo, y hace poco nombró como responsable a uno de sus donantes, en absoluto capacitado, cuyas primeras decisiones parecen dirigidas a empeorar su funcionamiento. Los estadounidenses han empezado ya a notar los retrasos en su correo.
Dadas estas contradicciones, ¿qué intención tenía Trump con su mensaje? El presidente no es tonto. Sabe que tiene pocas posibilidades de ganar las elecciones de forma normal. Con su tuit, reconoce que Joe Biden va a derrotarlo y empieza a buscar alguna otra manera de permanecer en el poder. El tuit no está destinado a sus oponentes, sino a quienes están dispuestos a seguirle hacia la tiranía.
Trump deja claro que lo importante es mantenerse en el cargo como sea. Sabe que no tiene autoridad para aplazar las elecciones. Lo que busca son aliados, dentro o fuera de Estados Unidos, que ayuden a crear una situación en la que parezca imposible celebrarlas.
El tuit del 30 de julio, por tanto, marca un punto de inflexión. Antes, los partidarios de Trump podían creerse el engaño de que estaban en una campaña presidencial normal. Ahora le han oído decir que las elecciones de noviembre no contarán, y tienen que preguntarse qué significa estar con Trump. Significa, por supuesto, estar contra la democracia y en favor del autoritarismo.
Cualquiera que siga apoyando a Trump después del 30 de julio habrá tomado una decisión moral, a favor de una persona y en contra de la Constitución. Cualquiera que trabaje en su campaña, done dinero o piense votarle tiene que saber que todo va a ser una farsa, una forma de mantener las apariencias hasta noviembre, de disimular mientras se actúa por debajo. Los tres signos de interrogación del tuit indican que alguien tiene que encontrar una forma no democrática de mantener a Trump en el poder.
Existe una gran coincidencia entre los pensadores estadounidenses de izquierdas y de derechas en que el tuit de Trump es “fascista”. Yo mismo he escrito en ese sentido. Pero quizá lo sea en un sentido todavía más profundo e ignorado.
Como demostró Ian Kershaw, los nazis “trabajaban en la dirección del Führer”: para ellos, cada mensaje del líder no era una proposición lógica ni una observación empírica, sino una guía de cómo debía ser el mundo, una pista sobre cómo actuar. En este caso, se da a entender que hay que enturbiar las elecciones, y eso vale para el director de correos, las asambleas estatales controladas por los republicanos o los ciudadanos que tienen armas.
No obstante, parece poco probable que se salgan con la suya. Han tardado, pero muchos estadounidenses saben ya que deben prepararse para unas elecciones sin precedentes. Cualquiera que intente desbaratarlas, como propone Trump, se arrepentirá. Ese es el otro significado de los tres signos de interrogación: Trump confía en que otros infrinjan la ley para que él permanezca en el poder, pero no asumirá ninguna responsabilidad. Que otros se encarguen de debilitar la democracia estadounidense para que él pueda vivir a su antojo. Si lo intenta Rusia, tendrá que enfrentarse seguramente a la ira del Gobierno de Biden. Los que intenten “trabajar en la dirección del Führer” se encontrarán con que su líder acabará traicionándolos.
En eso, Trump es coherente: todo gira en torno a él y todos tienen que sacrificarse por él. A diferencia de los fascistas tradicionales, no tiene grandes sueños, no defiende ninguna causa terrible. Solo pretende que los demás sufran por él.
Timothy Snyder es titular de la cátedra Levin de Historia en la Universidad de Yale e investigador permanente en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Sus últimos libros son Sobre la tiranía y El camino hacia la no libertad. Su nuevo libro, Nuestra enfermedad, se publicará este otoño.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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