Popocho, nuestro hombre orquesta
El autor, compañero de Pedro Ayestarán en la Mondragón y en el programa ‘Viaje con nosotros’, homenajea a su amigo, fallecido a los 69 años
Pedro Ayestarán —fallecido ayer sábado a los 69 años— tenía un apodo muy simpático que le puso su madre, Popocho. Ya el nombre marcaba un poco al personaje: familiar, amable, resultaba cercano, como de un cuento de hadas. Y, desde luego, diferente.
Nos conocimos a través de amigos comunes. Recuerdo que en su casa muchas veces se oía música que le traían sus hermanos de Francia, vinilos que no se encontraban en España. Pero aparte de haber sido músico, baterista y de que en aquellos momentos se dedicara a dibujar, descubrí a un hombre con un enorme sentido del humor y una gran carga de subversión hacia todo lo que le rodeaba. Siempre sabía parodiarlo, y darle la vuelta.
Llegó a despertar en mí y mis compañeros una fijación, por su gran fuerza y personalidad. Y yo, que estaba en otros grupos con nombres tan disparatados como Calígula u Orfeo, intentando abrirme paso, de repente descubrí que allí había una posibilidad de hacer música y humor, una mezcla de Buster Keaton, Groucho y Harpo Marx. Era un cóctel explosivo donde podías cantar, decir las cosas con rabia e ironía, pero dentro de una puesta en escena como Una noche en la ópera o cualquier película de los hermanos Marx. Esa irreverencia, el reírte de todo empezando por nosotros mismos, no era normal, y menos en un momento en que España estaba saliendo de la dictadura. Tocábamos temas intocables. Y de un programa radiofónico en 1976 arrancó ese corte de mangas musical que fue la Orquesta Mondragón, que fue teniendo cada vez más éxito.
Popocho enamoraba a los escritores, a los poetas que escribieron letras para nosotros, como Eduardo Haro Ibars, Luis Alberto de Cuenca y Joaquín Sabina, que en Ocupen su localidad le llamaba “el enano de la Mondragón”. Era un hombre que engatusaba. Generó muchos personajes, el más famoso fue quizás la caperucita feroz, pero también estaban la mosca, el hombre pequeñito, el marido de la muñeca hinchable. En un show de televisión parodió a Miguel Ríos. Llegó a hacer hasta de Franco.
El tándem que hacíamos Popocho y yo era un poco como los de siempre, al estilo del Gordo y el Flaco. Y se fue creando una especie de gran circo alrededor de nosotros. También lo tuve conmigo en el programa Viaje con nosotros, al margen de lo que hacíamos con la Mondragón. Con su sabiduría y su sentido de la observación, nos enseñaba a ser ácidos, corrosivos, imprevisibles, a contrapelo, a contracorriente.
Me acuerdo de cuando él hacía de Humpty Dumpty mientras yo, vestido de novia, cantaba Stand By Me. Visto que yo tenía la tendencia a alargar la canción, una vez me contó que él, dentro del disfraz de huevo, sacaba las manos y se fumaba uno o varios cigarros.
Popocho era insustituible. Multifacético, camaleónico, era culto, tenía una gran sensibilidad, y le gustaban el arte, el cine, el rock, el teatro y el circo. Era fan de Buster Keaton (hasta se le parecía físicamente) y Chaplin, en los que se inspiraba a la hora de hacer caras y expresiones. Pero chupaba y observaba de todo el mundo, era un gran vampiro y rápidamente hacia suyo cualquier personaje de la realidad distorsionada de entonces y de hoy.
A la vez, cuando nos veíamos, era muy crítico con la música que hacíamos. No dejaba pasar ni una. Cada vez que preparábamos un disco tenía que dar su visto bueno. Teníamos un sentido del darle la vuelta a la provocación que hoy no estaría tan bien visto probablemente. Hasta el último momento seguimos actuando, salvo este año, que ha sido terrible. Nuestro último concierto memorable fue en la plaza de la Constitución, en San Sebastián, en la Semana Grande. Todo el mundo se reía con él, era muy profesional, un gran ser humano, muy querido. En Argentina y México también le querían mucho.
Estoy sobrecogido. Tengo ahora 62 años. Y le conocí con 14. Él tenía 21. Cambió mi experiencia vital, trabajaba en un banco y gracias a ese cóctel maravilloso pudimos hacer lo que nos ha dado la gana. Pedro ha sido una gran fuente de aprendizaje, una excelente persona, y todos los que han trabajado con ese hombre pequeñito, como dice la canción de Eduardo Haro Ibars, le apreciaban.
Éramos muy fan de Woody Allen también. Entre nuestros planes estaba ir a ver El festival de Rifkin, rodada en nuestra ciudad, en los lugares donde crecimos. Pero se ha marchado antes de que pudiéramos hacerlo. Era nuestra cita pendiente. Se me abrieron los ojos con él, con ese mundo felliniano que reflejaba. ¡Cuántas veces habremos visto Amarcord! Pedro era un hombre orquesta. Nunca mejor dicho.
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