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Sorogoyen, el rey de la adrenalina

Todo es veraz, tenso, duro y apasionante en los dos primeros capítulos de la serie ‘Antidisturbios’

Carlos Boyero

En la secuencia inicial de la serie española Antidisturbios una mujer joven que practica un juego casero con su familia se mosquea hasta la crispación con su padre porque cree que este la ha engañado en la partida, le niega algo en lo que ella cree estar cargada de razón. Y siento cierto desconcierto en ese arranque. Pero imagino que esa secuencia no es gratuita. Que servirá para explicar la conducta posterior del personaje. Ella será una de los policías de asuntos internos que investigarán a un grupo de Antidisturbios acusados del homicidio de un senegalés durante un desahucio. Y sospecho que la testaruda dama llegará hasta el fondo al sentirse manipulada, convencida de que el poder le oculta datos y pruebas.

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Empleo la palabra imaginar porque solo he visto los dos primeros capítulos. Y salgo deslumbrado con la experiencia. Pero como soy humano, por mucha fascinación que me haya provocado el inicio, me veo incapaz de permanecer en la sala seis horas seguidas en compañía de la agobiante mascarilla. O sea, necesito poder fumar a solas en la terraza de mi habitación sin que ningún neurótico o policía vocacional te quiera crucificar, oyendo el viento que provoca la galerna, observando el diluvio y un mar aullante. Sería maravilloso disfrutar de todas esas cosas mientras veo completa la serie en una televisión gigantesca. Pero no se puede tener todo, afirmaba mi posibilista y santa madre.

Y las sensaciones que me proporcionan la extraordinaria cámara, el sentido visual y la atmosfera de Rodrigo Sorogoyen, las situaciones y los diálogos que inventan los notables guionistas Isabel Peña, Eduardo Villanueva y el propio Sorogoyen, la adrenalina que te contagian, son de primera clase. Hace que te sientas en la piel, en la cabeza, en el corazón, en el volcánico estado nervioso, en el miedo, en la incertidumbre del grupo de policías que siguiendo unas ordenes tan irresponsables como turbias debe desalojar de una casa a las treinta personas que se han reunido para impedir el desahucio. Y te ocurre lo mismo con el grupo que protesta, que sabe que la violencia va a estallar en cualquier momento. Y te acojonas, estás dentro de la impresionante trama, dejas de ser un mirón. Cada gesto, cada mirada, cada grito, te resulta insoportablemente real. Se necesita mucho talento para implicar de esa forma al espectador. Todo es veraz, tenso, duro y apasionante en estos dos primeros capítulos. Y los intérpretes parecen no interpretar, sino que están filmando un documental, que lo que hacen y dicen, su entorno y sus circunstancias, lo que expresan y lo que callan, pertenece a la vida misma.

Quiero pensar que la calidad de Antidisturbios va a mantenerse hasta el desenlace, también que va a entrar en juego la sordidez política, incluso alguien muy parecido al siniestro Villarejo. Tengo razones para albergar cierto mosqueo. El corto Madre, que se inventó Sorogoyen, me pareció una obra maestra. Al transformarlo en un largometraje consiguió un desastre pretencioso.

No hay nada interesante que contar de la disparatada película china Wuhai. Y todo el mundo cinéfilo sabe que la directora japonesa Naomi Kawase es muy sensible, conoce su afición a plasmar la poesía de la naturaleza, a filmar amaneceres y atardeceres, flores, árboles, el murmullo del mar y de los ríos, esas cosas tan líricas. En True Mothers no renuncia a esa estética, pero se centra (y se alarga un montón) en el calvario de una pareja que adoptó a un niño y al que ahora reclama su presunta madre biológica. De acuerdo, Kawase posee delicadeza y sentimiento. A veces la respeto, otras me carga, nunca logra apasionarme.

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