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Encierros, rupturas y moscas gigantes: así fue la Mostra de Venecia de la nueva normalidad

Distintas películas rodadas meses antes de esta crisis parecieron presagiar este presente marcado por los confinamientos y la desigualdad social

Álex Vicente
Una imagen de 'Quo Vadis, Aida?', dirigida por Jasmila Zbanic.
Una imagen de 'Quo Vadis, Aida?', dirigida por Jasmila Zbanic.

Empezó con la mayor incertidumbre, pero termina convertida en un ejemplo a seguir. La Mostra de Venecia, primer festival internacional que se celebra presencialmente tras la irrupción del coronavius, concluye este sábado sin contagios conocidos (o, por lo menos, comunicados por la organización) y con el éxito contrastado de sus abundantes medidas de seguridad. La mascarilla era obligatoria dentro y fuera de las salas, el aforo fue reducido al 50% para respetar las distancias de seguridad, para ver cada película se requería reservar entrada y uno debía superar un control térmico varias veces al día para poner circular por el recinto del festival, o presentar un test molecular negativo si se llegaba desde fuera de la zona Schengen (y desde algunos países más, como España o Grecia).

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Además, la alfombra roja quedó tapiada por un muro para evitar concentraciones innecesarias y las fiestas fueron prohibidas. El ambiente parecía fúnebre, pero entonces llegó el cine. Este es el resumen de la “edición cero” de Venecia, como la definió la actriz Anna Foglietta, que esta tarde presentará la ceremonia de clausura en la que el jurado presidido por Cate Blanchett anunciará un palmarés todavía abierto.

Cine confinado

En una sección oficial un tanto irregular, pero de nivel aceptable si se atiende a las circunstancias, distintas películas transcurrían en interiores opresivos que, inevitablemente, recordaron al reciente encierro colectivo, pese a haber sido rodadas antes de la pandemia. The World to Come, improbable historia de amor entre dos mujeres en el Nueva York rural del siglo XIX, contrapone una naturaleza llena de peligros, símbolo de la brutalidad social que rodea a sus protagonistas, a la protección que encuentran en el entorno doméstico. One Night in Miami, solvente debut de Regina King en la dirección, transcurre casi íntegramente en un hotel de Florida, donde Cassius Clay, Malcolm X, Sam Cooke y Jim Brown reflexionan sobre las perspectivas de futuro de la causa negra. En lugar de camuflar el huis clos con argucias postizas, King asume plenamente su origen teatral.

También tiene origen como texto dramático La voz humana, el mediometraje de Pedro Almodóvar inspirado en un monólogo de Jean Cocteau. La despedida de Tilda Swinton al amante que la acaba de dejar tiene lugar por vía telefónica, dentro de un magnífico piso lleno de esos colores que tanto gustan al director, aunque hacia el final insinúe que no hay más escapatoria que salir al exterior si uno quiere cambiar de fase. Algo parecido a lo que vive el propio cine de Almodóvar, que deja atrás los esquemas dramatúrgicos inspirados en esa obra de Cocteau –una mujer que espera en vano a su amante con la maleta hecha– para dirigirse hacia territorios nuevos y, según anunció el director en Venecia, más austeros.

Conciencia de clase

De la misma manera, distintas películas rodadas meses atrás parecían anunciar los acontecimientos vividos en este implausible 2020. La griega Mila, que abrió la sección paralela Orizzonti, pronosticaba una pandemia global que provocaba una amnesia repentina a media humanidad. En la sección oficial, sobresalió Nuevo orden, de Michel Franco, que pronostica un estallido de violencia social tras el que se instaura un régimen paramilitar en el que los pobres logran someter a los ricos. Por su parte, Nomadland, que se marcha de Venecia convertida ya en una de las películas de esta temporada, recuerda el coste social que tienen los descalabros económicos a partir de una historia de temporeros nómadas tras la crisis de 2008, como un presagio inconsciente de una situación que, sin lugar a dudas, está a punto de reproducirse.

La cuestión de la clase social, que ha desaparecido mucho menos de lo que nos gustaría creer, atravesó también otros títulos vistos en el festival: Miss Marx, desigual biografía de la hija del padre del socialismo, que luchó por los derechos de los trabajadores y las mujeres; Dear Comrades, donde Andrei Konchalovsky relata, a partir de una huelga obrera de que terminó en carnicería, la toma de conciencia de los “buenos soviéticos” que perdieron la fe en el Estado, o Pieces of a Woman, donde el húngaro Kornél Mundruczó describe el luto de una pareja que pierde a su bebé en un parto calamitoso, pero también la injerencia de la dinámica de clase en la crisis familiar que abre ese luto.

En Never Gonna Snow Again, la polaca Malgorzata Szumowska estudia el contraste social entre los nuevos ricos de un suburbio residencial y un inmigrante ucraniano dotado con poderes mágicos y, en Mandibules, lo nuevo de Quentin Dupieux, dos palurdos domestican a una mosca gigante con el único objetivo de dejar atrás la indigencia. Y en Mainstream, de Gia Coppola, dos camareros y un vagabundo se hacen de oro al inventarse un programa para YouTube, antes de descubrir aquello de que el dinero no da la felicidad.

Revisión histórica

Otro ciclo de películas prefirió indagar en las cuestiones de memoria, otro tema de plena actualidad en medio mundo. La emotiva Quo vadis, Aida?, de la bosnia Jasmila Zbanic, rememoró la matanza de Srebrenica, donde más de 8.000 personas fueron asesinadas en 1995 por el ejército serbio sin que las Naciones Unidas hicieran nada para evitarlo. Wife of a Spy, primera cinta de época de Kiyoshi Kurosawa, que evoca un capítulo tan incómodo en su país como los experimentos con humanos durante la Segunda Guerra Mundial.

Laila in Haifa es el regreso de Amos Gitai, mal acogido en la Mostra con una nueva historia ambientada en un club nocturno donde se encuentran israelíes y palestinos, metáfora algo pesada de la difícil convivencia entre esas dos comunidades. Mientras tanto, el documental Final Account recoge el testimonio de la última generación de alemanes que participó activamente en el Tercer Reich. Su intención es recordar los hechos para evitar que se puedan reproducir, aunque cada vez esté menos claro, como demuestra el propio documental al dar la voz a un joven ultraderechista, que hacer memoria sea un antídoto eficaz.

Directores con padrinos

Los maestros del cine no abundaron en la selección veneciana. Por lo menos, en primera línea. En realidad, distintas películas escondían nombres muy celebrados en sus créditos: grandes directores apadrinaron en calidad de productores el paso por Venecia de prometedores cineastas. El más interesante pareció el indio Chaitanya

Tamhane, que compitió en la Mostra con la magnífica The Disciple, retrato de un joven músico tradicional que se debate entre las ganas que le pone a su oficio y la mediocridad de los resultados en una película producida por Alfonso Cuarón. Terrence Malick figura, como productor ejecutivo, en los créditos de The Book of Vision, presentada en las secciones paralelas, sobre un científico del siglo XVIII que se debate entre el racionalismo y el animismo. Desde Azerbaiyán llegó In Between Dying, de Hilal Baydarov, que sedujo a buena parte de la crítica por su estimulante búsqueda formal y que ha producido Carlos Reygadas. Por último, Martin Scorsese es el productor ejecutivo de la mencionada Pieces of a Woman, que será recordada por su plano secuencia de 25 minutos que refleja un terrible parto en casa que no terminará bien.

Documentar el mundo

En esta edición sin grandes títulos hollywoodienses, el documental se convirtió en uno de los géneros estrella en Venecia. Notturno, lo nuevo de Gianfranco Rosi (Fuego en el mar), deja de lado su tendencia al folclorismo para recoger imágenes de una fuerza innegable en las fronteras que separan Siria, Irak y Líbano, a partir de una inmersión durante tres años pensada como complemento al lenguaje periodístico. Hopper/Welles describe la conversación desconocida entre el director de Ciudadano Kane y el de Easy Rider, un incunable fílmico donde el viejo Hollywood se da cita con el nuevo. Como en una ucronía de Tarantino, solo que esto sucedió de verdad en 1970.

I am Greta refleja el culto a la personalidad que suscita Greta Thunberg, que a menudo logra eclipsar su combate por el planeta. Lo mismo sucede en una película donde se habla más de este personaje amado y odiado, pero muy poco de la cuestión de fondo. Además, Crazy, not Insane, lo nuevo de Alex Gibney, recorre, con Laura Dern como narradora, la trayectoria de la psiquiatra Dorothy O. Lewis, personaje polémico y fascinante que estudió la psicología de los asesinos en serie. Y City Hall, del modélico Frederick Wiseman, propone un retrato del alcalde de Boston, el demócrata Marty Walsh, como contraejemplo a la personalidad y a la política de Donald Trump, en una defensa encendida de un debate cívico abierto y de la vocación funcionarial por el bien común.

Por último, Abel Ferrara desconcertó con un documento imperfecto pero fascinante, Sportin' Life, un diario fílmico del confinamiento donde la nueva normalidad se infiltra por las grietas que se abren en la vieja hasta que, de repente, termina por suplantarla. No había película más pertinente para una edición tan extraña como esta.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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