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Los tres insultos que marcan la historia de Guatemala

El realizador Jayro Bustamante completa con ‘Temblores’ y ‘La llorona’ su tríptico sobre el alma retrógrada de su país

Jayro Bustamante, en 2019 en el rodaje de 'La llorona'. En vídeo, el tráiler de la película.
Gregorio Belinchón

La carrera de Jayro Bustamante (Ciudad de Guatemala, 43 años) no ha sido precisamente fácil. Director de cine en Guatemala, un país con escasa industria audiovisual. Como muchos cineastas latinoamericanos, Bustamante empezó en la publicidad, dirigiendo anuncios. Como muchos cineastas latinoamericanos, el guatemalteco emigró a Europa para ahondar en sus estudios, y por eso residió en París y Roma. Algunos de sus cortos tuvieron un recorrido festivalero, incluso llegó a trabajar en animación stop motion. Y en 2013 tomó una decisión arriesgada: su primer largo, Ixcanul, sería en cachiquel, el idioma procedente del maya en el que hablan medio millón de nativos de Guatemala, los actores principales de ese drama. En 2015 la película concursó en la Berlinale, obtuvo el premio Alfred Bauer, lanzó a Bustamante a la ruta de los grandes certámenes y llegó a clasificarse a los Oscar.

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De esta forma, Bustamante pudo aspirar a un reto mayor, completar una trilogía que solo existía en su cabeza, y así llegaron Temblores y La llorona, ambas el año pasado. Por culpa de la pandemia se estrenan ahora en España: Temblores hoy viernes y La llorona el 13 de noviembre. “Casi prefiero llamarlo tríptico del insulto”, comenta el cineasta. “Son los más comunes en mi país”. Aunque a continuación advierte. “Las películas no están hechas para mostrar los problemas de discriminación que nos desbordan, sino que reflejan el orgullo del guatemalteco de ser como es, un orgullo por no progresar”. El primer insulto, el de ser indio, lo contó en Ixcanul, “en un país donde más del 60% de la población es indígena, y eso queda claro en la calle”. El cineasta pone como prueba de ese miedo por discriminación étnica el último censo de su país, “donde solo el 41% de la población se autodenominó indígena”. Él se definió como ladino, “una palabra que arrastra también un terrible pasado”; él prefiere el término mestizo. “Y así se lo dije a los del censo, que tres semanas más tarde me dijeron que no valía por peyorativa, algo ridículo”.

El segundo desprecio nace de la homofobia, y lo ilustra en Temblores. “Para mí, la homofobia está directamente ligada al machismo”, cuenta Bustamante. “Desde los mayas mi país no ha cambiado en su concepción piramidal: arriba, la religión, la fuerza. Debajo, el resto”. Por eso en Temblores el protagonista, ejecutivo de clase alta casado con hijos que un día hace pública su homosexualidad, pertenece a una iglesia evangelista integrista. “Es el credo que triunfa en Guatemala desde los ochenta con la dictadura del general Ríos”, y suspira tras una media sonrisa. “Lo peor es que las mujeres, las más vejadas, se han convertido en las guardianas de la religión. ¿Miedo al cambio, a soplos de aire fresco?”.

Y así llega el tercer insulto: “Comunista”. Aunque el cineasta explica: “Comunista no tiene en Guatemala un significado político, sino que denomina a cualquiera que se preocupe por los derechos humanos. ¿Quieres que se aplique la justicia? Comunista. ¿Quieres que se acabe la impunidad? Comunista. ¿Apoyas el progreso? Comunista. Así hemos acabado siendo líderes de América en discriminación, desnutrición crónica y analfabetismo”. De ahí nace La llorona, en referencia a la mítica canción, un filme de terror en la que los fantasmas de las víctimas asaltan los sueños de un dictador y su familia. “Salir hoy a la calle por mi país es un acto de valentía”. Con todo lo anterior, Bustamante se siente muy pesimista: “Hay una generación perdida, que no cambiará. La mía aún habla de ciertas cosas, pero heredamos el miedo y esos insultos. Solo los adolescentes actuales puede que lideren un cambio”, aunque con una apuesta arriesgada. “Todo depende de la educación, y eso está en manos...”. Un gesto de dolor remata la frase.

El cineasta rueda con “poco dinero, a espaldas del sistema, haciendo trucos para que parezca de mayor producción”. Si en Temblores hay grandes tiros de cámara, en La llorona contó con un cameo de la premio Nobel Rigoberta Menchú, “que suma verdad al filme”.

En La llorona, Bustamante se aleja del drama para pasar al terror. “Siendo, como somos, una sociedad caribeña, de color gracias a al pasado maya, nos rodea un oscurantismo enraizado en lo que no queremos hablar, en apartar la vista. Me indignan esos nuevos movimientos de positivismo -terrible palabra-, que dicen que sonrías para que el país vaya mejor. Eso es una tontería. Te irresponsabiliza del pasado, no va contigo, te hace cerrar los ojos... Y eso es La llorona”, explica, subrayando ese momento en que quien cierra los ojos es la Corte Suprema guatemalteca. “Solo nos queda el realismo mágico para responder a la impunidad. Esa llorona es la madre tierra llorando a sus desaparecidos en matanzas”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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