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Italia revisa la memoria del ídolo Montanelli

La ola de protestas raciales socava el consenso en torno al legendario periodista, por su matrimonio con una niña africana

Indro Montanelli con un ejemplar de 'Il Giornale' en 1974.
Indro Montanelli con un ejemplar de 'Il Giornale' en 1974.Mondadori via Getty Images
Daniel Verdú

A Indro Montanelli (Fucecchio, 1909-Milán, 2001) le gustaba jugar en campo contrario. Sarcástico, provocador, terminaba siempre enfrentado incluso a su propio público. Aquella noche de 1969, durante la transmisión en la RAI de un capítulo de La hora de la verdad, el monumental periodista y escritor desveló un capítulo de su vida que embarró para siempre su nombre.

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—Se ve que elegí bien. Era una bellísima chica de 12 años… Perdonad, pero en África es otra cosa. Se la compré al padre. Era un animalito dócil, llegaba con el cesto en la cabeza donde me traía la ropa limpia.

Le costó 350 liras del año 1935 que entregó al padre tras negociar el precio. Se llamaba Destà y era una niña virgen. Montanelli, que entonces tenía 26 años, quiso que fuera así para no contraer ninguna enfermedad. También explicó luego que se limitó a seguir las costumbres y leyes del lugar. El legendario periodista comandaba el 20º batallón eritreo en Abisinia (Etiopía). Se fue allí fascinado por Benito Mussolini, en plena campaña africana. Pero también persiguiendo el aroma de las aventuras de Rudyard Kipling, a quien admiraba profundamente. Se hizo voluntario del ejército porque la agencia de noticias para la que trabajaba no quiso enviarle. Se casó con ella, luego volvió a Italia y regresó 15 años después para visitarla. Siempre dijo que la quería. Solía contar también que Destà tuvo tres hijos con un suboficial suyo que se casó con ella tras pedirle a él permiso. Al primogénito lo llamaron Indro. Nunca se avergonzó de ello.

Indro Montanelli con el uniforme militar durante la guerra de Etiopía.
Indro Montanelli con el uniforme militar durante la guerra de Etiopía.Mondadori Portfolio (Mondadori via Getty Images)

El pasado fin de semana, en plena ola mundial de protestas contra el racismo, el monumento que recuerda a Montanelli en los jardines Cavour de Milán —donde fue tiroteado en 1974 por la Brigadas Rojas— apareció teñido de rojo. El epígrafe de “periodista” que acompaña a su nombre fue tachado y sustituido por las palabras “racista y violador”. La derecha le defendió en bloque. Salieron al paso Matteo Salvini y Giorgia Meloni. Militantes de Fratelli d’Italia corrieron a limpiar la efigie y a reivindicar su figura. La izquierda matizó, añadió coletillas, pero siempre subrayó que Montanelli fue mucho más que ese episodio. Italia, somete ahora a juicio a uno de sus ídolos.

El pasado fin de semana, en plena ola mundial de protestas contra el racismo, el monumento que recuerda a Montanelli en los jardines Cavour de Milán —donde fue tiroteado en 1974 por la Brigadas Rojas— apareció teñido de rojo

La grieta que se abrió aquella noche en la televisión pública no era ningún secreto. La conocían todos sus allegados y la repitió y escribió el propio Montanelli muchas veces más. Marco Travaglio, actual director de Il Fatto Quotidiano y uno de sus grandes discípulos, también la recuerda. “Me la contó una de las primeras veces que entré en su despacho del Il Giornale”. En aquella oficina había un escritorio tallado por su abuelo, una Oivetti 22, un póster en la pared de una corrida de El Cordobés y los retratos de tres mujeres sobre la mesa. “Eran las esposas que había tenido: Destà [la niña eritrea], Maggie y Colette Rosselli. Le pregunté quién era aquella chica negra, y me contó toda la historia”, recuerda Travaglio.

Montanelli, un toscano de pies a cabeza, cáustico, autor de más de 30 libros y Premio Príncipe de Asturias en 1996, fue siempre un verso suelto en Italia. Primero fue fascista (“más que fascista era mussoliniano”, dijo). Luego renegó de ello y en pleno régimen tuvo que marcharse del país que adoraba tras escribir una crónica en Il Messaggero sobre la batalla de Santander (fue corresponsal en España durante la Guerra Civil), poco en sintonía con la épica oficial del régimen: “El único enemigo era el calor”, ironizó sobre lo que se había considerado una gesta bélica. Fue expulsado del partido, de la profesión, fue detenido, condenado a muerte, escapó del pelotón de fusilamiento por los pelos y se marchó a Estonia. Cuando volvió, escribió decenas de libros, miles de artículos que se estudian con subrayador todavía la universidad, una Historia de Roma trepidante o una enciclopédica Historia de Italia que se convirtió en el paisaje habitual de los salones de las casas de toda la clase media de la época.

La estatua vandalizada en Milán.
La estatua vandalizada en Milán.Claudio Furlan/LaPresse via ZUMA / DPA (Europa Press)

Montanelli fue también la firma más importante de Il Corriere della Sera durante más de 30 años. Pero también de ahí se marchó dando un portazo con un grupo de periodistas porque la línea editorial viró, para su gusto, demasiado a la izquierda. Fundó Il Giornale, un diario propiedad solo de sus lectores y de quienes lo escribían que pilotó, escorado a la derecha liberal, durante más de una década y le permitió mostrar sus principios insobornables como director. “Era un fuera de serie. Me transmitió dos lecciones fundamentales. Primero: no hay que tener dueños, solo lectores. Y segundo: Escribe pensando en los que te leen, no en mandar mensajes cifrados a políticos o en satisfacer tu ego o el de una tercera persona. Sé simple, breve, algo divertido… la gente ya tiene suficientes problemas”, recuerda Travaglio, entonces joven redactor de aquel artefacto. Pero sucedió algo que cambió el esquema del país. Y la visión que tenía la izquierda de Montanelli

Silvio Berlusconi entró en política en 1993 y polarizó Italia. “Nunca amé a Montanelli. Pero ahí nos encontramos del mismo lado. En el antiberslusconismo entró toda una parte del país unificada por aquella campaña”, señala Norma Rangeri, actual directora del diario comunista Il Manifesto. La izquierda se reconcilió con una de sus bestias negras y le perdonó todos sus pecados aquel año. La puesta en escena de aquella nueva alianza se produjo en la fiesta del periódico L’Unità (diario del Partido Comunista fundado por Antonio Gramsci), cuando su entonces director, Walter Veltroni [luego fue alcalde de Roma], le invitó a participar en un debate. Fue hasta allí esperando silbidos, como otras veces. Pero se marchó con un atronador aplauso.

La vida esos días en Italia ya solo se concebía en contra o a favor del entonces presidente del AC Milán y dueño de Mediaset y propietario de Il Giornale desde hacía 13 años. Montanelli había aceptado su dinero para relanzar el periódico cuando los números no cuadraban. Il Cavaliere, que años más tarde le ofrecería sin éxito un lugar en su mausoleo de amigos y familia en la mansión de Arcore, se había ido verle a la cama del hospital después de haber sido tiroteado por las Brigadas Rojas y le convenció. El periodista toleró durante todo ese tiempo a un editor con dudosos lazos y miembro ya de la turbia Logia masónica P2, pero puso fin a la historia cuando Berlusconi le pidió que el periódico apoyase el lanzamiento de Forza Italia. Abandonó así el rotativo que había fundado con otro portazo.

Montanelli nunca aceptó favores (al menos, profesionales). En 1991 rechazó el cargo de senador vitalicio que le ofreció el entonces presidente de la República, Francesco Cossiga. Y lo mismo hizo tras su salida de Il Giornale. Poco después de aquella renuncia recibió una llamada de Paolo Mieli, amigo y entonces director del Corriere della Sera (desde 1992 a 1997), su vieja casa periodística. “Le ofrecí mi cargo. La propiedad del periódico [Gianni Agnelli y el banquero Enrico Cuccia] estaba de acuerdo, claro”, recuerda el hoy articulista y lúcido ensayista. Montantelli prefirió fundar La Voce, un nuevo diario. “Cuando uno rechaza cosas así es que tiene un sentido de libertad muy alto. Yo esa valentía, esa independencia la conocí muy de cerca. Me pareció que se dio cuenta de su error. Pero no quiero minimizar lo más mínimo aquel episodio. De hecho, a mí no parece mal que quede una mancha roja en la estatua”. Esas, justamente, son las únicas que han podido borrarse ya.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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