Creadores unidos en tiempos de división
La decisión del jurado del Turner de aceptar la petición de los finalistas de que el premio fuese conjunto abre un debate sobre la competitividad en el arte
La sorprendente decisión del jurado del Turner de conceder el premio a sus cuatro finalistas, alabada y cuestionada casi a partes iguales, ha abierto un debate en el Reino Unido sobre el supuesto carácter obsoleto de la competición en el arte. Gesto inédito en la historia del galardón, anunciado el martes por la noche, obedeció a la propia solicitud de los artistas nominados, erigidos en un colectivo que quiso plantar cara con un frente unido “a estos tiempos divisorios”.
El jordano Lawrence Abu Hamdan, el londinense de origen colombiano Óscar Murillo y las también británicas Tai Shani y Helen Cammock van a repartirse las 40.000 libras de dotación del premio (que establece 25.000 libras para el ganador, y 5.000 para cada uno de los finalistas) después de que esta última subiera al estrado del Turner para subrayar el carácter de “comunidad, multiplicidad y solidaridad” del grupo. Los cuatro se dicen convencidos de que esa vindicación es incompatible con un formato competitivo que tiende a “dividir e individualizar”. Y así lo hicieron saber a los miembros del jurado el pasado octubre, en el que ha sido uno de los secretos (inusualmente) mejor guardados del mundillo.
¿Se verán obligados los finalistas del próximo año a hacer lo mismo? Es la pregunta que plantean los críticos. El desenlace de la presente edición del Turner “ha sido muy específico de este año”, les ha replicado el presidente del jurado, Alex Farquharson, quien junto a sus colegas decidió por unanimidad aceptar la propuesta del “colectivo” de nominados. En su declaración conjunta, este grupo de artistas que abordan en sus obras los efectos de la globalización en la fuerza laboral, la tortura en las cárceles del régimen sirio o la discriminación por género y raza denuncian “una era en la que el ascenso de la derecha y el fascismo en un entorno conservador hostil nos ha convertido a muchos en no bienvenidos en Gran Bretaña”.
Más allá de la fuerte carga política de la proclama (que tiene sus detractores en quienes opinan que desplaza al sujeto principal del premio: descubrir a los nuevos talentos del arte contemporáneo), la solución pactada por los candidatos y el jurado del Turner sienta un precedente con el que habrá que lidiar en el futuro. La ganadora del galardón en 2016, Helen Marten, ya dio alas a quienes consideran este tipo de competiciones un anacronismo: decidió repartir la dotación económica —aunque no el premio en sí mismo— con los otros tres contrincantes, alegando su rechazo a “promover una jerarquía”.
También se ha subrayado la creciente dificultad de los jurados, en una variedad de certámenes del mundo de las artes y las letras, a la hora de designar a ganadores y perdedores. Reciente todavía está la polémica por la concesión del Booker, el pasado octubre, a dos de las autoras finalistas, cuando las normas de ese premio literario prohibían hasta entonces ese tipo de división. El panel de jueces admitió entonces su incapacidad de decantarse por la consagrada Margaret Atwood o bien por la prometedora Bernardine Evaristo. Después de tres rondas de votaciones, claudicaron. Las reacciones enfrentaron a los defensores de dar una oportunidad a la “calidad y consistencia” de Evaristo, puesto que Atwood ya es la protagonista de una “carrera titánica”, con los que recordaron que el Booker juzga novelas individuales y no una singladura.
Lejanos ya los tiempos en los que el Premio Turner de arte contemporáneo acaparaba grandes titulares por su provocación, los maliciosos apuntan a que se ha intentado recuperar la relevancia con un desenlace inédito. Si el objetivo era generar debate, se ha conseguido cumplirlo con creces.
Babelia
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