Lo importante es participar
El “ethos compartido” con el que los artistas justificaron su osadía se encuentra en contradicción frontal con una idea algo trasnochada de la meritocracia
La decisión de los nominados al premio Turner de repartir el premio entre los cuatro finalistas es sintomática de un cambio en la temperatura cultural. ¿Debe el arte seguir sujeto a una interminable sucesión de trofeos, medallas y galardones, más propios de una competición deportiva que de una práctica que persigue la propagación del pensamiento complejo y, a ratos, incluso el cambio social? Algunas voces empiezan a manifestarse contra el sistema de valores que desprende esta obsesión por los premios, instrumentos legítimos de marketing, aunque tal vez inasumibles para quienes critican, en su obra artística, el orden neoliberal y sus resortes. ¿Puede un creador limitarse a coger el dinero y correr si su trabajo describe las derivas del capitalismo, las estructuras de poder y su infiltración en la vida diaria, la resistencia silenciosa de mujeres y refugiados o la exclusión de las personas transgénero y no binarias? Era el caso de los cuatro candidatos al Turner.
Ese “ethos compartido” con el que los artistas justificaron su osadía se encuentra en contradicción frontal con una idea algo trasnochada de la meritocracia, en desuso ante la erosión del darwinismo social como un modelo deseable e incluso sostenible. Esos cuatro rivales que nunca lo fueron no son los primeros en dar el paso. En 2016, la artista Helen Marten, que entonces tenía 30 años, ya repartió las 25.000 libras que recibió al ganar el Turner con sus supuestos contrincantes. “Promover una jerarquía nunca es lo más útil”, aseguró la artista británica, al considerar que el arte tiene que proporcionar “una plataforma igualitaria de democracia”. Seguía el ejemplo del artista afroamericano Theaster Gates, responsable de una obra que habla de desigualdad y racismo. Al ganar el premio Artes Mundi en 2015, dotado con 40.000 libras, Gates anunció que lo iba a dividir con los otros nueve nominados.
Esta tendencia se expande hacia otras disciplinas. En agosto, la escritora Olivia Laing también compartió con los demás finalistas el dinero percibido al ganar el premio James Tait Black por su novela Crudo. “Dije en mi libro que la competición no cabe en el arte y lo pensaba de verdad”, defendió. “Crudo fue escrita contra un tipo de egoísmo que está por todas partes, contra una era de muros y fronteras, de ganadores y perdedores. No es así como el arte prospera y tampoco creo que lo hagan las personas”. En el fondo, ingresar el cheque le hubiera restado integridad a su proyecto artístico. Por último, el último premio Booker quedó repartido entre dos ganadoras ex aequo, Margaret Atwood y Bernardine Evaristo, aunque las reglas prohibieran esa posibilidad. El jurado entró en desobediencia ante su incapacidad de escoger entre una escritora que adivinó el presente y otra que parecía profetizar el futuro.
Babelia
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