Alicia Alonso: criterios y trascendencia
El legado de la bailarina recientemente fallecida se dirime entre la grandeza de sus logros artísticos y la dureza de una personalidad férrea
La justicia salomónica del arte ha colocado a la bailarina Alicia Alonso, que murió este jueves en La Habana a los 98 años, en una posición que aún deberá ser revisada dentro de años, pues con el ballet sucederá lo que con otras artes, como el teatro isabelino o la Commedia dell’arte, que han tardado en encontrar su sitio dentro de las grandes y más trascendentes manifestaciones socioculturales. Si el ballet dejó de entenderse en la edad contemporánea como un arte menor es también gracias al tesón y la presencia de mujeres como Alonso, en una línea que acaso arranca con Isadora Duncan, Anna Pavlova y Martha Graham.
¿De qué fue ejemplo esta mujer de tan afilado y característico perfil, esta artista de personalidad escénica singular nacida en una pequeña isla caribeña sin tradición en el ballet e inmersa en su pachanga? Ante todo, de rigor y de seriedad, de tesón y de una voluntad que le hizo rozar lo tiránico; era dura como el pedernal, con ella misma y con los demás. Es obligado decir enseguida que Alonso desarrolló gran parte de su carrera con severas deficiencias visuales, y no es exagerado asegurar, que varios años bailó virtualmente ciega, un tiempo en que aún hacía ballets completos (como Giselle y El lago de los cisnes), de varios actos y de gran exigencia física y formal. ¿Es esto solamente un gesto excéntrico o contiene algo heroico? Es algo más, es un símbolo más empírico que romántico de esa voluntad de hierro y de un amor indiscutible con su profesión; también de una gran ambición. Y de ahí que tanto en su país, Cuba, como internacionalmente en el mundo del ballet –y hasta en las más dispares balletomanías- se la considere sinónimo de grandeza, de fuerza, de una heroicidad que no se discute y que a veces se une a su inveterado carácter y al tono severo y vertical de su largo mandato; en su caso, era tan querida y venerada como odiada.
Se ha discutido y criticado que extendió su carrera más allá de lo aconsejable y que ejerció una férrea dictadura estelar durante su largo reinado en la dirección artística del Ballet Nacional de Cuba. Que truncó carreras y no permitió florecer una escuela coreográfica a la altura de las expectativas de la Escuela Cubana de Ballet. Claro que en tales pronunciamientos hay verdades. Todos esos asuntos serán ahora materia de estudio, de discusión y también son parte de la historia viva de la danza, que siempre ha sido hija funcional de la política. El ballet es político, sea rosa o azul.
Cuando Alicia Alonso estaba en el esplendor se bailaba de manera muy diferente a como se hace hoy. Probablemente a partir de lo que le habían inculcado a ella sus maestros italianos –Zanfretta el primero, pero también Vincenzo Celli y otros-. Hace pocos años, al recibir el premio Positano a toda su carrera, Alonso declaró en Roma que era consciente que les debía todo su virtuosismo legendario tanto a ellos como a los retales de la antigua Escuela Italiana de Ballet que le habían llegado también (por la vía de Cecchetti) gracias a los maestros de la diáspora rusa de la revolución de octubre de 1917 (Obújov, Romanov, Bronislava Nijinska, Legat). La ballerina habanera del recién creado Ballet Theatre ya en los tempranos años cuarenta era, para su tiempo, de “técnica perfecta y limpieza excepcional”, en las palabras de un crítico de esos días, y destacó del resto y marcó una manera de hacer ballet.
Fue una adelantada a su tiempo. Sus otras dos grandes obsesiones: primero el respeto por los estilos y su diferenciación; y después, la necesidad de conservar intacto el repertorio en una lectura filológica; estas verdades de ley troncal han tenido una gran fuerza premonitoria de los peligros a que se enfrenta hoy el ballet académico en todo el mundo. Es verdad que hoy se baila todo prácticamente igual, se ejecutan secuencias de pasos sin distinciones ni matices, los ballets empiezan y terminan sin emociones. Raras veces hay destellos, pero alguna vez ocurre, y eso es una esperanza que informa y conculca a lo que planteaba Alonso siempre. Por otra parte, el repertorio es maltratado, vulnerado, troceado y remontado sin tener en cuenta las raíces y los materiales coréuticos patrimoniales. Alicia Alonso sabía que esto iba a pasar y desde hace décadas advertía de tales peligros. Su principal mensaje estético, su legado, pasa por este principio, que está vigente.
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