Los 750.000 euros de Fuentetoba para recuperar el viejo monasterio derruido de La Monjía
Un pequeño pueblo de Soria se endeuda para comprar una ermita y espacio abandonados pero de gran valor emocional


La pequeña pila de agua bendita está reseca y restos del enyesado del techo profanan el receptáculo. A una escultura de Cristo la han dejado tuerta. Los sepulcros de los propietarios históricos del monasterio de La Monjía (Fuentetoba, Soria) han sido mancillados: los intrusos, cual ladrones de pirámides, abrieron las tumbas en busca de reliquias. También se llevaron unas figuras de dos santos. La humedad corroe la ermita románica y tras cebarse sobre las capas modernas revela la vieja policromía. Los bancos del templo se apilan al fondo junto a un armario hundido, desprovisto de telas de casullas en favor de telas de araña y nubes de mosquitos que se ciernen sobre el prójimo. El enorme inmueble, del siglo XVI, y sus hectáreas alrededor valen 748.309 euros. “Como estos”, ha respondido el Ayuntamiento, a costa de endeudarse durante 25 años. Los vecinos aplauden la medida por el sentir espiritual y emocional de quienes rezan a esos santos y, en otros tiempos, descubrieron allí la televisión gracias a la generosidad de los antiguos dueños.
El cambio de tiempos ha arruinado el monasterio. Los candados apenas impiden las razias de los ladrones, mientras que el paso del tiempo ha tumbado muretes, destruido techos, combado vigas, horadado los muros y podrido las maderas. Los árboles escalan por las paredes y dificultan algunos accesos, mientras que los caprichosos agujeros en la techumbre ofrecen haces de luz, como claraboya entre tejas agrietadas. Luciano Hernández, de 61 años, pasea por la ermita de origen románico mirando con preocupación y pesar el destrozo. “Estamos contentos y preocupados”, comenta el alcalde de esta entidad local menor (420 habitantes), a 15 minutos en coche de Soria. Los vecinos están contentos por la iniciativa aprobada de destinar esos tres cuartos de millón a hacer público esos bienes privados tan añorados por el pueblo, pero también preocupados porque ahora le toca al Consejo de Cuentas de Castilla y León validar los planes económicos de Fuentetoba: solicitar un crédito de 400.000 euros a devolver en 25 años, aportar 150.0000 de la tesorería y vender dos parcelas para fines inmobiliarios y destinar a La Monjía ese ingreso. El préstamo, con un interés fijo del 3,64%, exigirá 24.000 euros de abono anual durante los 25 años.
Los números, a expensas de confirmación oficial, salen. Más compensa todavía el factor sentimental tras padecer el olvido, destaca el concejal Luis Mateo, de 69 años. “El que no arregla gotera, casa entera”, dice al constatar el hundimiento prácticamente absoluto del complejo, otrora habitado por decenas de religiosos, sus sirvientes y los encargados de gestionar las fincas y el ganado. El terreno total asciende a 325 hectáreas, se vendía por dos millones de euros y abarca al monasterio, catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC), así que el propietario debe cuidarlo y abrirlo al público. El acuerdo con los dueños se cerró en 10 hectáreas, amén de La Monjía, que incluyen un manantial con cascada donde esperan obtener un abastecimiento de agua para el municipio. “Hay una gran devoción social, el 99% está ilusionado de que sea suyo oficialmente, aunque últimamente haya sido de propiedad privada”, sostiene Hernández. Los nobles decimonónicos enterrados en el sepulcro, Jorge Olcina y Laura Carrillo, vendieron el conjunto de tal modo que llegó a la familia Carabantes, de alto linaje soriano y apreciada en Fuentetoba.
Los dos ediles del Ayuntamiento caminan por las estancias junto a su perro Baloo, que va con cuidado de no meter la zarpa en los agujeros del suelo. Ambos señalan una enorme mesa de madera donde, juran, los viejos Carabantes ofrecían “un ágape, un vino español” durante la romería de verano de la virgen de la Valvanera, inquilina entonces de la ermita del monasterio. Los generosos patrones también congregaban al pueblo en torno a su televisor, el primer que hubo allí durante años, y en verano abrían la piscina para el disfrute de los vecinos. Mateo recuerda que en esa pantalla vio en 1964 aquella añeja Eurocopa que ganó España. Después hubo vericuetos financieros, ultrajes nobiliarios y La Monjía recayó en una sociedad agropecuaria a quien ahora tratan de comprarle los terrenos y las emociones concitadas.
El alcalde apunta que buscarán “subvenciones de la Junta o estatales” para administrar el monasterio, mientras Mateo indica que “será para uso y disfrute del pueblo, tendremos que mirar si puede hacerse alguna concesión que implique restauraciones”. Aclara, además, que al ser BIC tiene que abrirse gratuitamente. Este estatus fue concedido en 2024 tras años de litigios en los tribunales, donde los dueños anteriores renegaron de esa certificación porque estarían exigidos a cuidarlo como no hicieron. La justicia les dio la razón en un primer momento porque el expediente inicial comenzó en 1995 y durante esas décadas no hubo ni avances judiciales ni materiales.
La presencia humana se aprecia en que algún intruso dibujó “2024″ en la capa de polvo de un espejo. Hernández sube a la planta inferior y señala una pared desnuda donde antes había “un cuadro gigante de un cura que parecía que te miraba”. “De niños nos daba respeto”, dice. Arriba hay cocinas de carbón vencidas por el desuso, una fresquera llena de botellas de leche vacías, un estante con decenas de botellas de anís La Sevillana vacías, esqueletos de camas, armarios, cajoneras y letrinas. En lo alto de una sala oscura, ocho murciélagos duermen cabeza abajo con el suelo lleno de sus cagarrutas. La corriente hace cerrar los goznes de la cubierta de una ventana como si el edificio instara a devolverlo al descanso de décadas.
Afuera, al calor de la primavera precoz, dos tipos de pueblo: una urbanización sin alma y con casoplones modernos y más allá las viviendas modestas de siempre, con frontón, ropa oreando al viento y gatos al sol. Allí, Segunda Recio, de 85 años, aplaude la adquisición: “De pequeñas íbamos a limpiar las sepulturas”. Su amiga Julia Romera, de 74, remata: “¡Pues que sea del pueblo y de nadie más, es lo más grande del mundo”. Entre ambas recuerdan esos famosos vinos y el prestigioso televisor. Los pasos llevan a casa de Juliana Álvarez, de 90 años, a quien EL PAÍS visitó hace dos para hablar de cuando se puso el conjunto a la venta por dos millones. Juliana, trabajadora antaño en la finca, sigue igual: vivaz, ojos brillantes, buena memoria. “La virgen de Valvanera la tenemos abajo. Le dije al cura que para qué querían subirla. ¿Para que se hunda también?”. La anciana agradece el cambio de titularidad: “Sí, señor, que el pueblo recupere lo que es suyo”. Sus plegarias han sido atendidas: “Cuando pongo unas velas las enciendo mirando hacia arriba, hacia La Monjía”.
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