La novia ensangrentada
Es un guiñolesco divertimento con aires de comedia negra, al que le falta crueldad para ser verdaderamente oscura cuando no es más que gris clara

A pesar de no ser nueva, la imagen de la novia ensangrentada, convertida en guerrera en un día concebido por los convencionalismos para que solo sea princesa, sigue teniendo un gran poder visual y metafórico. Es el triunfo de la individualidad en una jornada para la pareja, la personalísima venganza de una mujer harta, a la que se le ha hinchado el orgullo hasta acabar con cualquier vestigio de inocente recato. “¡Hoy es mi día!”, clamaba Leticia Dolera en Rec3, con el posesivo escrito en mayúsculas gritonas, armada con una motosierra y con los ojos inyectados en sangre. “¡Cuando la muerte nos separe, cuando tu muerte nos separe, me voy a quedar con todo!”, se rebelaba ante su ya marido la engañada Érica Rivas en uno de los episodios de Relatos salvajes. Y así, hasta llegar a La novia ensangrentada, la película de Vicente Aranda sobre la influencia lésbica y sobrenatural de una novia cadáver en otra reciente esposa, inspiradora para Quentin Tarantino en Kill Bill.
'NOCHE DE BODAS'
Dirección: Tyler Gillett, Matt Bettinelli-Olpin.
Intérpretes: Samara Weaving, Andie MacDowell, Adam Brody, Mark O'Brien.
Género: comedia. EE UU, 2019.
Duración: 95 minutos.
En Noche de bodas, cuarto trabajo conjunto de los estadounidenses Tyler Gillett, Matt Bettinelli-Olpin, no hay vampiras lesbianas como en la película de Aranda, pero sí una familia de millonarios que, cada vez que se casa alguien de la dinastía, practica una especie de juego vampírico durante la jornada nocturna de las nupcias. Un guiñolesco divertimento con aires de comedia negra, al que le falta crueldad para ser verdaderamente oscura cuando no es más que gris clara, pero que va sobrado de efervescencia y de exquisita falta de pretensiones y de complejidad, ya desde su forzadísima premisa.
Ambientada casi exclusivamente en una única noche, la película de Gillett y Bettinelli-Olpin tiene ese toque de encuentro coral y de muertes sucesivas en un absurdo ambiente gótico de Un cadáver a los postres, con protagonistas que parecen salidos del Cluedo y en donde la novia que interpreta con dulce fiereza Samara Weaving es la viva representación del miedo que suelen provocar las familias políticas. Los autores envuelven bien su juguete con una fotografía de textura gruesa y leve grano, con el ocre y el granate como colores dominantes, y ambientándolo en una casa heredera de las producciones de Roger Corman que adaptaron relatos de Edgar Allan Poe. De hecho, la película bien podría llamarse La caída de la casa Le Domas, el apellido de las sanguijuelas que forman la familia del novio. En cambio, a la puesta en escena le falta brío. Se nota que los autores tienen buenas ideas conceptuales y de personajes, pero a la hora de visualizarlas les falta potencia, y la mustia colocación de la cámara y el montaje en la secuencia de la decapitación es el mejor ejemplo.
Sin embargo, pese a lagunas evidentes (la parte en el exterior de la casa), Noche de bodas acaba en todo lo alto, con unos estupendos 20 minutos finales, los mejores, tanto en la única idea elevada del guion, la reacción del novio ante el dilema amoroso frente a las dos mujeres de su vida, como en la resolución vampírica tras la llegada de la luz del amanecer. Y, sobre todo, cuando esa imagen imperecedera de la novia ensangrentada vuelve a dominar con rabia femenina un día no de rosas sino de perros.
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