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La vida de Churchill: puros, coraje y lágrimas

Andrew Roberts publica una monumental biografía del estadista británico que enfatiza su lado pasional y ahonda en sus motivaciones personales. Lloraba con facilidad, era devoto de Shakespeare, y hubiera sido partidario del Brexit

Winston Churchill en 1946 en Miami Beach junto a su mujer, Clementine, y su hija, Sarah.
Winston Churchill en 1946 en Miami Beach junto a su mujer, Clementine, y su hija, Sarah.
Jacinto Antón

La imagen de Winston Churchill como primer ministro orondo, apoyado en un bastón, haciendo el signo de la victoria y con un puro en la boca es la más emblemática del gran político británico, pero apenas una cara de un personaje realmente poliédrico no solo hasta lo inesperado sino incluso hasta lo desconcertante. Una nueva biografía del reconocido historiador Andrew Roberts, titulada simplemente Churchill, la biografía (Crítica), como subrayando su carácter de “definitiva” -y así ha sido saludada en diferentes medios-, muestra a un Churchill muchísimo más complejo y humano con detalles sobre su personalidad como que sufrió de abandono de niño y eso le marcó decisivamente o que era propenso al llanto, un rasgo muy poco británico.

Estuvo a punto de morir numerosas veces, incluidos lances bélicos, accidentes de avión y un atropello en Nueva York, y sobrevivir reafirmó su idea de estar llamado por el destino. Fue amigo de gente tan diversa como Chaplin, Rupert Brooke, Noel Coward y Lawrence de Arabia (del que escribió el obituario). Se adelantó al cuidado de los animales (aunque de joven cazó un rinoceronte blanco y leones), le encantaban y nunca se comía a uno al que pudiera llamar por su nombre. También era un gran entendido en mariposas. Supersticioso, creyó que el hundimiento del Royal Oak en Scapa Flow, al norte de Escocia, tuvo que ver con que él se había puesto ese día por error una corbata negra en vez de la de lunares.

El monumental libro de Roberts, de 1.300 páginas, notas, bibliografía e índices aparte, lleno de detalles como rastrear su afición por el brandi o la ropa interior de seda (y dónde la compraba), es una portentosa investigación sobre una de las figuras fundamentales de la historia que se lee con la misma pasión con que ha estado escrita y que era, según su biógrafo, el rasgo característico de Churchill. Roberts (1963) ha utilizado numerosas fuentes nuevas como los diarios privados del rey Jorge VI. “Es una obra resultado de 30 años de estudiar al personaje, cuya vida fue un verdadero decatlón, por la variedad, y que me ha llevado cuatro años escribir”, señala el historiador, autor de biografías de Napoleón, Salisbury, Halifax o los Windsor y que ya se acercó a Churchill en un libro sobre él y Hitler en que analizaba la forma de ejercer el liderazgo en ambos.

Winston Churchill en Sudáfrica en 1899.
Winston Churchill en Sudáfrica en 1899.Colección particular

Dotado de un sentido del humor muy británico, también característico del carismático primer ministro, Roberts admite de entrada que hay poco sexo en la biografía, pues a Churchill no le interesaba demasiado, y no tuvo al parecer en su vida grandes romances ni aventuras fuera del matrimonio con su esposa Clementine, hasta el punto de que las tres mujeres más importantes para él fueron esta, su niñera y su madre. No le pillaría el Me Too. “No hay mucho sexo, pero espero que eso se compense con que hay grandes cantidades de violencia”, bromea; “se podría hacer una película de Tarantino”. Roberts se refiere a que la vida de Churchill fue inseparable de la guerra, desde su participación como soldado en las campañas en Sudán y Sudáfrica hasta las dos Guerras Mundiales, pasando por su actividad militar menos conocida en otros frentes como en Cuba o la frontera norte de la India.

Sobre qué síntesis puede hacer de Churchill tras su maratoniano encuentro literario con él, medita: “Esperaba encontrar muchos defectos en su personalidad, y desde luego que los hay, y que hizo pifia tras pifia, pero capturó toda mi simpatía por la forma en aprendió de sus errores, y acabé tomándole mucho cariño. No se deduzca de eso que el libro sea una hagiografía, en absoluto. Churchill es una persona para la que no me hubiera gustado tener que trabajar”. ¿Nos hubiéramos sentido a gusto con él en la distancia corta? “Sí, si él hubiera querido que nos sintiéramos así. Tenía la habilidad política de hacerte sentir el más importante de una habitación. Pero también le era muy fácil hacerte sentir espantosamente mal con su ingenio y mordacidad”.

En la mente de mucha gente es difícil unir la estampa del joven Churchill con la del Churchill maduro. “Fue distintas personas a lo largo de su vida como lo somos todos, y él vivió 90 años, y se fumó 190.000 puros y bebió muchísimo. Se convirtió en una imagen completamente diferente de aquel soldado y periodista delgadito que cargaba como lancero en Omdurman [Sudán] contra los mahdistas -donde mató a varios por su mano- y escapaba audazmente de los bóers. Entonces era un gran deportista, campeón de polo, de esgrima (florete), estaba muy en forma. Pero hay unas características en Churchill como el hilo de un tapiz, que podemos seguir. Una es el coraje. Su coraje físico mezclado con su coraje moral. Muchos políticos tienen uno u otro, pero tener los dos es algo extraordinario. Otra área central es su pasión: el motor de Churchill eran sus emociones, algo muy raro en un británico, que solemos ocultarlas y más en un aristócrata inglés como él. No le importaba llorar en público, cosa que a los británicos les costó hacer incluso cuando murió Diana de Gales, en eso él, tan victoriano en tantos aspectos era muy de una época anterior, de la regencia, iba con el corazón en la mano, como los románticos ingleses, como un Shelley”. Otra característica “es la sinceridad de su amistad, en la que por cierto nunca tuvo prejuicios con la homosexualidad”.

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La falta de cariño de niño aparece en el libro como un condicionante esencial. “Sus padres eran profundamente egoístas y prácticamente lo abandonaron al cuidado de otros, eso le marcó pero nunca se lo hizo pagar: continuó adorando a su padre –que había anexionado Birmania al Imperio- y quería locamente a su madre (amante de Eduardo VII, entre otros), a la que le dedica palabras maravillosas en su autobiografía. En todo caso es un espectáculo muy triste ver a un niño tan sensible dejado por sus padres, muy pocas veces fueron a verlo en sus años escolares, prácticamente solo una vez en que estaba al borde de la muerte por enfermedad. Fue entonces, apunta Roberts cuando empezó a intimar con el brandi, y eso porque el médico se lo aplicaba como remedio por ambas vías. “Así es”, ríe el biógrafo, “después de eso uno pensaría que abominaría del brandi, pero no, aunque muy pocas veces en su vida se mostró ebrio”. Hay un lado histriónico en Churchill, ¿viene de un anhelo de niño deseoso de llamar la atención? “En realidad creo que no te metes en política si no te interesa llamar la atención. La gente sin ego no entra en política. La ambición sin talento es mala pero en Churchill como en Napoleón, al que admiraba (como a Clemenceau), otro rasgo poco británico, esa ambición estaba justificada”.

La egolatría del personaje, su vanidad, la fe en su sino, la creencia en que era un hombre predestinado, echa algo para atrás. “Le hace antipático, es justo decirlo. Todos a su alrededor debían girar en su órbita, era tremendamente exigente con su familia, secretarios, colegas del Parlamento…”. También su afán por ganar dinero y por el lujo son censurables. “Siempre estaba sin blanca, sus padres fueron derrochadores terribles, pero la buena noticia es que gracias a eso escribió tantos libros, porque se los pagaban bien. Incorregible, cuando tuvo dinero a los 73 años por la venta de su obra sobre la II Guerra Mundial, se dedicó a comprar caballos de carreras”.

Churchill no llegó a conocer a Hitler. El alemán canceló una cita en Múnich en 1932 con el pretexto de que estaba sin afeitar

En cuanto a la cara ropa interior de seda… “Justificaba que era porque tenía la piel muy fina”. Muy británicas, en todo caso, las dos cosas, la piel y la ropa interior de seda. El biógrafo ríe con ganas. Roberts considera que virtudes y defectos de Churchill, como su militarismo (su gran frustración fue no ser un general) o su propensión al verbo inflamado que pasó a ser sublime, funcionaron muy bien en una situación de crisis brutal como la II Guerra Mundial, su mejor hora. ¿Se hubiera hecho otro juicio histórico de Churchill sin esa contienda? “Sí, si hubiera muerto en 1939 podría haber sido considerado un brillante fracaso. Pero los errores que cometió antes, el aprender de ellos, le convirtieron en el gran líder para una guerra. Por ejemplo, el fracaso en los Dardanelos en la I Guerra Mundial. Allí aprendió que no debía interferir con el alto mando militar, usar su posición para usurpar la de ellos”. En esto fue al revés que Hitler. “Precisamente. En la Guarida del Lobo, Hitler escuchaba a sus grandes generales una hora y luego hacía lo que quería desde el principio. Curiosamente Stalin fue más como Churchill en el sentido de dejar cada vez más a los militares llevar la guerra”.

Roberts explica que Churchill y Hitler, que nunca se conocieron personalmente, estuvieron a punto de encontrase una vez. “Así es, en Múnich en 1932. Había una cita acordada para tomar café, Hitler no se presentó, pretextando que estaba sin afeitar y tenía muchas cosas que hacer. No se caían bien, por supuesto. Hitler luego montaba en cólera cada vez que se le mencionaba el nombre de Churchill, y este detestaba el antisemitismo, lo que era también un rasgo inusual en la clase alta británica”. Hitler y Churchill, esos dos grandes pintores… “No, solo uno: Churchill, artista vocacional de verdad; Hitler dejó de pintar en cuanto tuvo un sueldo fijo del partido”.

El biógrafo de Winston Churchill, este martes en Madrid.
El biógrafo de Winston Churchill, este martes en Madrid.Óscar Cañas (EP)

No se entiende a Churchill, maestro de la anáfora, sin su capacidad oratoria. “Tenía memoria fonográfica, que es el equivalente en sonidos de la fotográfica. Recordaba fragmentos de poesías del colegio, era capaz de recitar 1.200 líneas de las Leyes de la antigua Roma, de Macaulay, sabía grandes trozos de las obras de Shakespeare. Lo veneraba. Hay la anécdota de cuando asistió en primera fila a una representación del Hamlet de Richard Burton y se pasó la obra anticipándose a los parlamentos del actor, para exasperación de este. Pulía sus discursos los practicaba durante horas. La gente entendía que eran excepcionales. Eso acentuó su carisma”.

¿Se perdió un gran poeta con Churchill? “Escribió muchos libros, aunque solo una novela, y ganó el Nobel de literatura así que no lo perdimos del todo”, ríe el biógrafo. ¿Eran, como oradores, luz y sombra Churchill y Hitler? “Me parece que sí, hay una dicotomía maniquea. En Hitler existe un orador carismático sin duda, y también practicaba un montón, pero su mensaje de odio y resentimiento sumado a los traumas alemanes crearon una fórmula de éxito oratorio perversa”.

En el hálito épico y lírico de la prosa churchilliana hay ecos del Lawrence de Arabia de Los siete pilares de la sabiduría. “Le influyó, era el tipo de héroe militar que Churchill hubiera deseado ser”. ¿Qué hubiera pensado Churchill del Brexit? “Su hija Mary me advirtió de que nunca supusiera nada que pudiera creer su padre de cosas que hayan pasado después de su muerte. Dicho esto, sabemos que no hizo ningún gesto para acercar a Gran Bretaña al proyecto europeo. Muy probablemente hubiera sido favorable al Brexit”. Roberts ironiza con respecto a la biografía de Churchill escrita por Boris Johnson, al que fascina el personaje. “La mía se ha vendido solo un poquito más, es bueno que los políticos escriban de historia”.

A las meteduras de pata de Churchill, los Dardanelos (“la peor, 147.000 bajas”), su machista descalificación de las sufragistas, creer que lo de Wallis Simpson no iba en serio... , Roberts añade el retorno del patrón oro. En cambio, no le parece que su actitud sobre la independencia de la India y Gandhi fuera un error. “Gandhi quería destruir el imperio, es lógico que Churchill estuviera en contra”. El mejor discurso para el biógrafo es el del 5 de octubre de 1938, "una argumentación sublime en la que mostró la insalvable distancia entre la democracia británica y los nazis, que iguala a cualquiera de los más famosos durante la guerra, como el de lucharemos en las playas, etcétera, el de sangre, sudor y lágrimas o el de nunca tantos debieron tanto a tan pocos. Y el mejor párrafo está en el que pronunció en el funeral de Chamberlain en noviembre de 1940. Lleno de expresiones maravillosas como ‘la historia que nos ilumina con luz parpadeante’ o ‘marchemos siempre en las filas del honor’. De nuevo percibimos la influencia de Shakespeare”.

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Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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