Triunfo sin grandeza de Rubén Pinar en su encerrona
Paseó cuatro exageradas orejas ante una desigual corrida de distintas ganaderías
A hombros y con cuatro orejas se marchó Rubén Pinar por la puerta grande de la plaza de toros de Albacete tras su histórica actuación en solitario. Histórica, no por su resultado, sino por lo poco habitual de la misma. Cuatro exagerados trofeos (que pudieron ser más), que no pueden -o deben- ocultar la falta de emoción y grandeza que tuvo la tarde.
Pinar, un matador de acreditada técnica y oficio, pero que no nació con el don del arte o la gracia, no es torero para seis toros, y así lo demostró en la corrida que abrió la Feria de Albacete. Pese a sus esfuerzos por agradar (recibió, por ejemplo, a dos de sus oponentes a portagayola), la estimable variedad capotera que ofreció y los muchos muletazos que ejecutó, poco de lo visto y sentido perdurará en el recuerdo de los presentes.
DISTINTAS GANADERÍAS / PINAR
Toros de La Reina (1º), de gran clase y nobleza; Alcurrucén (2º), noble, mansito, soso; Domingo Hernández (3º), justo de casta y entrega; Victorino Martín (4º), codicioso, pero gazapón y de corto recorrido; El Tajo (5º), manso, con movilidad; y Daniel Ruiz (6º), noble y soso. Bien presentados, salvo los de Victorino y Daniel Ruiz, más justos.
Rubén Pinar, como único espada: estocada (oreja con petición de la segunda); estocada trasera y caída y un descabello (silencio); pinchazo y estocada (saludos); media pescuecera (oreja); estocada caída y atravesada (oreja con petición de la segunda); estocada corta muy tendida (oreja).
Plaza de toros de Albacete. Domingo, 8 de septiembre. Primera corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada.
Si acaso su primera faena, en la que el de Tobarra mostró su mejor versión. Relajado y vertical, toreó con templanza sobre ambas manos y se colocó en el sitio. Eso sí, delante tuvo al colaborador ideal. Un astado con el hierro de La Reina (propiedad de Joselito) de una nobleza, clase y bondad superiores.
También destacó el esfuerzo lidiador que realizó ante el cuarto, de Victorino Martín, el más justo de trapío del encierro, junto al animal que cerró plaza, de Daniel Ruiz. Codicioso, pero gazapón y de muy corto recorrido, el de Victorino no se lo puso fácil. Pese a lo mucho que rebañó, especialmente por el pitón derecho, Pinar solventó la papeleta con inteligencia y oficio y, tras una media estocada pescuecera, cortó otra oreja. La segunda.
Las otras dos, una de cada uno, las paseó tras pasaportar a quinto y sexto. Frente a ellos, dos ejemplares de El Tajo (también de Joselito) y Daniel Ruiz, y al contrario que ante el que abrió plaza, Pinar desempolvó su peor tauromaquia.
Colocado de forma ventajista -siempre al hilo del pitón o directamente fuera de cacho-, se olvidó del temple y, en vez de torear, dio pases. Dos faenas vulgares en las que prevaleció la cantidad sobre la calidad, pero que contaron con la aprobación y entusiasmo -bastante comedido, eso sí- de sus paisanos.
En los dos capítulos restantes, protagonizados junto a los toros de Alcurrucén y Domingo Hernández, faltos de casta y entrega, también echó mano de su mayor virtud: el oficio.
La gesta quedó en gesto. O gestito.
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