Cronista de la primera vuelta al mundo
El italiano Antonio Pigafetta recogió en un diario los tres años de la histórica expedición de Magallanes y Elcano
“Durante tres meses y veinte días no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcocho a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera porque era polvo mezclado con gusanos y lo que quedaba apestaba a orines de ratas”. Así de terrible fue una de las etapas de la epopeya de tres años y un mes que iniciaron en el puerto de Sevilla 237 hombres —cifra que eleva algún historiador a 265—. Uno de los 18 supervivientes del viaje, el italiano Antonio Pigafetta, dejó por escrito su relato; no fue el único, pero sí el más célebre de la primera circunnavegación terrestre, de la que este sábado, 10 de agosto, se cumplen 500 años de su partida en aguas del Guadalquivir. Entre las numerosas obras que se han lanzado en los últimos meses al calor de este quinto centenario, destaca la reedición de La primera vuelta al mundo (Alianza editorial), la relación que hizo Pigafetta de la expedición que comandaba el portugués Fernando de Magallanes (1480-1521).
¿Era Pigafetta un mercader, un navegante, le movía la labor evangelizadora? Este vicentino, nacido en 1492 o 1493, se define al comienzo de su crónica como alguien "que ha leído muchos libros" y que quería "ir a ver cosas que le pudieran satisfacer" para lograr "un nombre que llegase a la posteridad". Las letras y la fama. Unos propósitos baldíos si no hubiera tenido amistad con el obispo que era nuncio del papa León X en España. "Se enroló por enchufe", apunta por teléfono la autora de la introducción del libro de Alianza, Isabel de Riquer, profesora emérita de Literatura Románica Medieval de la Universidad de Barcelona, que se ha ocupado de la traducción del original. "Tenía a Magallanes por un ídolo, se nota en cómo cuenta su muerte en la batalla de Mactán". Incluso le atribuye la curación milagrosa de un enfermo en la isla de Cebú (Filipinas).
El texto de Pigafetta se define, en buena parte, a la precisión científica, cuenta lo que ve, sin aditamentos. Un estilo que resaltó Gabriel García Márquez en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1982, principiado con un homenaje al italiano: "Escribió una crónica rigurosa que, sin embargo, parece una aventura de la imaginación". El autor de Cien años de soledad afirmó que en el "breve y fascinante libro" de Pigafetta "se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy".
Llama la atención su faceta de naturalista en la descripción de la sorprendente flora y fauna que se encuentra ("pájaros que viven de los excrementos de otros") y recoge con la frialdad de un informe policial las costumbres de los pobladores, desde la infibulación al canibalismo: "No se los comen de una vez, sino que, una vez muertos, un día uno corta un trozo, se lo lleva a casa, lo pone a ahumar y al cabo de ocho días corta un trocito y se lo come asado". O la "costumbre del rey de Bacan, que antes de entrar en combate hacía que un esclavo lo sodomizara dos o tres veces". También "recopiló leyendas antiguas", subraya De Riquer, sobre tierras que no pisó, pero de las que habían escrito otros. Las incluyó con la muletilla de "me lo contó un piloto viejo", para darle verosimilitud.
Sus palabras no están exentas de una misteriosa subjetividad. "No cita a Elcano en ningún momento. ¿Quizás porque este lo dejó de lado?". Y eso que el de Guetaria fue quien "sacó a las naves de la maraña de islas de Filipinas y llegó a Sevilla". La relación entre Pigafetta y Juan Sebastián Elcano (1476-1526) parece inexistente.
Una antipatía relacionada con la desconfianza porque un portugués dirigiese una empresa pagada por Carlos I y comerciantes castellanos, deseosos de hacerse con las especias –azafrán, canela, clavo…–, codiciadas en Europa y que solo se podían adquirir pagando elevadísimos precios a los intermediarios que las traían desde las Molucas. Los capitanes españoles que acompañaban a Magallanes en las cinco naves "le tenían gran odio", apunta Pigafetta.
En los meses que estos modernos argonautas pasaron en la actual Indonesia hay menciones a los conflictos comerciales entre las dos potencias ibéricas y el regreso por la costa de África es un juego del ratón y el gato entre Elcano y los portugueses, que ordenan dar caza a los supervivientes. Unos hechos muy distintos de la historia que algunos quieren transmitir hoy, que el viaje fue fruto de la colaboración hispanoportuguesa. "El mérito de aquella gesta fue de quien lo financió", sentencia De Riquer.
El viaje prosigue entre tempestades, hambre, escorbuto y escaramuzas con los indígenas, hasta llegar a las Molucas y repletar las naves con especias. Sin embargo, hay constantes saltos en el tiempo en el diario, semanas en las que no hay una letra de su puño. "Puede que fueran periodos de calma chicha o durante las averías de los barcos".
Cuando el 8 de septiembre de 1522 echa el ancla en el muelle de Sevilla la Victoria, única nave en pie de las cinco que partieron, con 18 hombres famélicos al mando de Elcano, Pigafetta viaja a Valladolid para ofrecerle al emperador su obra. Parco, el italiano refiere que se fue de allí "lo antes posible"; busca un editor en otras cortes, pero no se interesaron, hasta que en 1530, el maestre de la Orden de Rodas, en Italia, le animó a completar el relato, escrito en italiano. A él se lo dedicó y por eso el libro es de estilo epistolar. Sin embargo, no hay rastro de ese manuscrito autógrafo. Lo primero que se conoció fue una copia del original que no fue hallada hasta finales del XVIII. También se perdió la pista de Pigafetta, el último destino del primer gran cronista de la vuelta al mundo.
Vocabularios indígenas
Como amante de las letras, Antonio Pigafetta dejó testimonio de las palabras con las que los indígenas denominaban desde las partes de su cuerpo a los animales y plantas que tenían a su alrededor, hasta el punto de incluir en su libro pequeños vocabularios, como los de patagones o malayos. “Hizo una labor de lingüista valiosísima, incluyó términos desde lo más sencillo a lo más abstracto”, destaca De Riquer.
Babelia
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