La primera vuelta al mundo, una crónica del dolor humano
El retrato de Magallanes escrito por Zweig ayuda a desmontar las disputas nacionalistas sobre el viaje del portugués al servicio de Castilla
A principios de los años treinta del pasado siglo, Stefan Zweig, que ya gozaba de fama mundial, se embarcó con destino a Brasil y Argentina en busca, como él mismo dijo, de los paisajes más bellos de la tierra y del encuentro con un grupo de camaradas intelectuales con los que debatir e imaginar. Lo placentero de la travesía, la comodidad del trasatlántico, la benevolencia del clima y la calma de un mar casi sin olas convirtieron su viaje en un gozo indescriptible que sin embargo le generó un sentimiento de vergüenza. Comparaba aquellos días de felicidad con los esforzados trabajos, las penalidades y sufrimientos de los argonautas del siglo XVI que en una especie de segunda Odisea circunvalaron la Tierra. Fruto de esas reflexiones, de regreso al hogar decidió documentarse ampliamente sobre los hechos y así dio a luz el que probablemente sea el relato más hermoso y memorable de cuantos se han escrito sobre la hazaña de Fernando Magallanes y su intento de dar por vez primera la vuelta al mundo, concluido finalmente por Juan Sebastián Elcano.
Dentro de pocos días se cumplirán 500 años desde que los cinco paquebotes fletados por la corona de España y encomendados a un portugués visionario, cuyo rey no supo prestarle el apoyo que encontró en la corte castellana, abandonaron la rada de Sevilla para emprender una travesía que habría de durar más de tres años y serviría para definir los límites reales de nuestro planeta. Las autoridades de los dos países ibéricos anuncian ahora grandes fastos que han de jalonar el recuerdo de aquella efeméride. Al margen la asistencia a exposiciones, la concurrencia a los debates, el visionado de películas y la participación en los conciertos musicales que se avecinan, el mejor homenaje que puede hacerse a la figura de Magallanes es la lectura de esta obra de Zweig, escrita con la maestría de un gran novelista y la precisión de un historiador.
La narración se inscribe en la mejor de las tradiciones de los libros de aventuras y merece figurar en los anaqueles junto a los de Verne o Stevenson, por lo que cualquier lector tiene garantizadas dos o tres horas de indudable entretenimiento. No se trata de un texto erudito, sino emocional, pero es también una contribución notable a la comprensión de la geopolítica de la época y la rivalidad entre las dos potencias entonces imperiales; clarifica también el estúpido debate sobre qué país, si Portugal o España, debe reivindicar la nacionalidad de la gesta. Hace unos días leía yo en un periódico madrileño un titular patriótico que exaltaba su condición española en la línea de un dictamen de la Real Academia de la Historia. El Gobierno portugués, por su parte, ha decidido ignorar prácticamente la figura de Elcano en los actos oficiales de la conmemoración, y se multiplican las críticas a nuestras autoridades por no afirmar la identidad hispana frente al supuesto desprecio del país vecino.
Elcano era un individuo oscuro e ignorado que solo al final del viaje empieza a descollar. Se convirtió en héroe por casualidad
La historia, sin embargo, hace ya tiempo que dictaminó la verdad y Stefan Zweig lo cuenta con extraordinaria brillantez: Magallanes, pese a ser un auténtico héroe de guerra, no obtuvo el apoyo del rey de Portugal, por lo que se dirigió al Carlos, V de Alemania y I de España, que no solo financió el viaje, sino que hizo caballero de Santiago al explorador. Este españolizó su apellido y en todo se comportó como un exiliado que acató de forma más que leal la soberanía del emperador. En aquel momento el poderío en los mares le pertenecía globalmente a Portugal, y la expedición, que comenzaría en Sanlúcar de Barrameda en septiembre de 1519, tenía por objetivo fundamental ocupar las Molucas, principales productoras de especias, y ponerlas al servicio del trono de los Habsburgo.
Los capitanes españoles, que debían obediencia al almirante luso de acuerdo con las capitulaciones reales, nunca confiaron del todo en él y provocaron una revuelta que acabó con la decapitación de sus principales cabecillas. Elcano era un individuo oscuro e ignorado que solo al final del viaje empieza a descollar y que, tras la muerte del almirante en Filipinas, finalmente se hace con el mando de la única nave superviviente de la expedición. Con ella arriba a España, tras una azarosa travesía, tres años después del comienzo de la singladura. Una gran parte de estos hechos es conocida gracias al relato del italiano Antonio Pigafetta, que acompañó a los expedicionarios como relator del viaje. Escribió un diario personal reconvertido luego en crónica de los acontecimientos. Una edición del mismo hecha por la editorial Calpe con motivo del IV centenario es accesible ahora en Internet. Y parece fuera de dudas que Elcano, al que en su Guetaria natal se le suelen hacer frecuentes homenajes, se convirtió en héroe casi por casualidad. La aventura que él culminó, financiada por la corona de España y comerciantes sevillanos, fue ideada, planificada y abordada por un portugués que renegando de su rey acabó sirviendo a otro extranjero.
Esta batalla de nacionalismos, por trasnochada no menos dañina para las relaciones entre nuestros países, es además desconocedora de la realidad geopolítica en las postrimerías de la Edad Media, cuando las patrias eran las lenguas, y las naciones, simplemente el lugar de nacimiento, como bien saben los lectores de Cervantes. No había fronteras, ni aduanas, ni pasaportes. La aventura de Magallanes y Elcano, como antes la de Colón, fue patrocinada y alentada por Castilla, pero la colonización de América constituyó un emprendimiento europeo, en el que navegantes italianos, griegos, portugueses, holandeses y españoles se aventuraron, bajo el patrocinio y la supervisión del papado, en la colonización de los nuevos territorios.
Stefan Zweig menosprecia la figura de Elcano, casi un advenedizo a la gloria, y pone el máximo acento en la calidad de visionario del jefe de la exploración, muerto a lanzadas en una isla perdida de las Filipinas. Señala que “en un mes Magallanes consiguió más de España que de su patria en 10 años de abnegado servicio”. Lo describe como un personaje taciturno, paciente, pero determinado. No es un guerrero en pos del triunfo, sino un emprendedor y un líder, minucioso hasta el extremo en los preparativos del viaje, el avituallamiento y hasta las disposiciones hereditarias para el caso —como fue— de que pereciera en el empeño. Ninguna de ellas se cumplió. Relata con minuciosidad el gran novelista el valor de las fruslerías, espejuelos y campanillas que acarreaban los conquistadores para seducir a los indígenas: “Por un peine, un par de gansos; por una campanilla (y los barcos llevaban más de 20.000), un pesado cesto lleno de batatas…”, y también los horrores de la navegación y las hambrunas de los tripulantes. Cita así frases textuales del propio Pigafetta, que cuenta cómo devoraban las tiras de cuero que protegían los mástiles, después de sumergirlas durante días en el agua para que se ablandaran antes de asarlas a la brasa.
Un libro hermosísimo en definitiva, que nos habla, en palabras de su autor, del “viaje marítimo tal vez más terrible y lleno de privaciones que registra la eterna crónica del dolor humano y de la humana capacidad de sufrimiento que llamamos historia”.
‘Magallanes. El hombre y su gesta’. Stefan Zweig. Traducción de José Fernández. Capitán Swing, 2019. 244 páginas. 17 euros.
‘La primera vuelta al mundo’. Antonio Pigafetta. Traducción de Isabel de Riquer. Alianza, 2019. 296 páginas. 11,50 euros.
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