El último asedio de la Acrópolis
Tras siglos de derrumbes, incendios, guerras y bombardeos, una iniciativa ciudadana lucha ahora por frenar la construcción de edificios altos en dos barrios que rodean el recinto arqueológico
¿Es la vista a un monumento un bien cultural? ¿Tienen más derecho a disfrutarla los huéspedes de un hotel de lujo que los vecinos del barrio? No hay solución inmediata al dilema que desde hace meses agita Atenas y, sobre todo, el área de la Acrópolis. La construcción de establecimientos que superan la altura de los edificios del entorno para poner el Partenón en bandeja a turistas de presupuesto holgado, choca con la cotidianidad de los habitantes del área de Makriyanni-Koukaki, que se extiende a los pies de ese emblema de la civilización europea (e imagen de marca de la ciudad de Atenas) que es la venerable Acrópolis.
La cuestión podría sonar baladí, una simple porfía de estetas, si no fuera porque representa la punta del iceberg de un fenómeno global, la turistificación, en una ciudad que este año visitarán más de cinco millones de personas —casi la mitad de la población griega— y que demanda más camas mientras la proliferación de plataformas como AirBnB tiene en pie de guerra a los vecinos. Nada que no sufran a diario Lisboa, Barcelona o Venecia. Pero Atenas, dicen sus habitantes, es otra cosa: uno de los emblemas de Europa, que ha conseguido sobrevivir durante 25 siglos a todo tipo de derrumbes, incendios, asedios, guerras y bombardeos.
Acrópolis quiere decir en griego la parte más alta de una ciudad. Pero donde el poeta romántico alemán Friedrich Hölderlin vio una ciudadela coronada de violetas (en los primeros versos de El archipiélago), hoy reina una coreografía de grúas y andamios —la interminable restauración del Partenón, a la que se sumará en breve la de la cella o naos—, enjambres de turistas en fintas de paloselfis y, de vez en cuando, el horrísono zumbido de un dron operado desde la cercana colina de Filopapo. Los viajeros románticos europeos que tras siglos de tinieblas redescubrieron Grecia saldrían hoy pitando.
A los vecinos de la Acrópolis, sin embargo, esa turbamulta les resulta ajena: a los pies de la diosa tutelar de Atenas, los mortales necesitan su visión diaria, como espejo que les devuelve su imagen, y por eso no están dispuestos a renunciar a ella. Casi 26.000 atenienses han firmado una petición online para frenar la construcción de edificios que cieguen la vista del monumento. La arquitecta y urbanista Irini Frezadou es la promotora de la iniciativa, que surgió como protesta a la erección de un hotel de 10 pisos a pocos metros del recinto y el proyecto de otro similar. “Se supone que esta es un área con protección arqueológica. Pero una construcción tan gigantesca como esa recibió el visto bueno del Consejo Arqueológico Central (KAS, en sus siglas griegas, que luego rectificó). Desgraciadamente en 2012, en lo peor de la crisis, se permitió dar más altura a los edificios de la zona y el Ministerio de Medio Ambiente y el de Cultura aprobaron una horrible norma que permite levantar mamotretos a 400 metros de la ladera [de la Acrópolis]”, explica Frezadou, una apasionada de España y del flamenco.
Gracias a dicha ley, se completó e inauguró el hotel de marras, que tiene una altura de 31,5 metros —récord en el vecindario— y cumple con todos los estándares verdes que exige la licencia de edificación: una fachada en madera y bicicletas con cuadro también de madera, a la puerta, entre otros reclamos de sostenibilidad. Sobre la idoneidad cool del hotel, Frezadou objeta: “Un edificio implica mucho más: tiene un impacto directo en tráfico, ruido, polución y en el tejido económico de la zona, y el de Makriyanni-Koukaki está agonizando: los residentes se están yendo, y el comercio tradicional, cerrando. Mi modista durante 30 años ha debido mudarse a otro barrio por no poder pagar el alquiler”, lamenta Frezadou.
Moratoria temporal
“La transformación de nuestro entorno es una pesadilla por culpa del turismo masivo y por eso tenemos que movilizarnos rápidamente, porque no existe protección real. En nombre de la sostenibilidad, necesitamos urgentemente una nueva normativa de planificación urbana”, concluye la arquitecta, que se felicita por la suspensión temporal de las obras del otro mastodonte, un hotel de nueve plantas con un aparcamiento subterráneo de tres. Gracias a la iniciativa Akropoli-Makriyanni SOS, las autoridades aprobaron en marzo una moratoria de un año y la prohibición de levantar edificios de más de 17,5 metros, “pero en 2020, tras el reciente cambio [político], quién sabe qué va a pasar”, suspira Frezadou. “En Grecia nuestro mayor tesoro son el entorno y la historia, y ambas cosas están en peligro en la Acrópolis”.
La iniciativa que impulsa Frezadou ha llegado incluso al Consejo de Estado, la más alta instancia judicial del país. “No somos unos ilusos, y reconocemos que Atenas necesita buenos hoteles, pero no a expensas de la Acrópolis, nuestro mayor monumento. Seguiremos haciendo campaña para que el edificio [inaugurado] no sea demolido, pero sí para que reduzca su altura en al menos dos plantas”, cuenta Andreas Papapetrópulos, el abogado que, contratado por suscripción popular, se encarga del caso. Pero el cambio político en el país ha dejado en un limbo los propósitos de unos y otros: mientras el nuevo Gobierno desea incentivar las inversiones para crear puestos de trabajo, está pendiente la constitución de un comité interministerial encargado de revisar la normativa urbanística del área, mientras las autoridades arqueológicas —un poder casi absoluto en un país que vive en gran parte de su pasado— remiten al Ministerio de Medio Ambiente y eluden pronunciarse sobre los nuevos permisos de obra.
Durante casi una década de crisis, el turismo ha sido la tabla de salvación de la economía griega, gracias a récords de más de 30 millones de turistas al año, pero a qué precio: el de una masificación que provoca frecuentes protestas, no exentas de altercados, en Koukaki, un barrio tradicional de clase media donde, por culpa de la turistificación, los suvlakis han dado paso a los smoothies; la musaka, al kale, y los vecinos de toda la vida, a un trajín de hiperbóreos tirando de maletas de ruedines. Al margen de alquileres por las nubes, son las venerables piedras de la Acrópolis las que concitan todos los desvelos.
Frezadou ha hallado un aliado en Elinikí Etería (Sociedad Griega), el capítulo local de Europa Nostra. “Pensábamos que los dos barrios estaban protegidos por su proximidad a la Acrópolis, pero hay permisos de construcción porque la ley permite levantar nuevos edificios. Nos sumamos rápidamente a [la campaña de] los habitantes y hablamos con todos los responsables de todos los ministerios. Así logramos que se parara la construcción del otro hotel”, explica Lydia Carras, presidenta de Elinikí Etería, que ocupa un bello edificio neoclásico en el corazón de Plaka. “Pero no se trata solo de paralizar construcciones, lo que pretendemos es una ley de protección urbana para zonas de interés arqueológico que no dependa del ministro del ramo, ni cambie según el partido en el poder. Queremos una ley general de protección arquitectónica y urbanística al servicio del patrimonio, y no de las personas”, concluye.
“Impresiona lo poco que sabe la gente acerca de la protección del patrimonio común, pero aún más su empeño en movilizarse por preservar el pasado, que es también movilizarse por el futuro. Porque la Acrópolis no es solo un monumento, es nuestra identidad, lo que nos define como atenienses, como griegos y como europeos. En ese sentido somos muchos más los concernidos, no solo los locales”. La frase tiene dos madres: en dos lugares y dos momentos distintos la pronuncian como una profesión de fe dos mujeres que, junto a miles de vecinos, han hecho de la visión de la Acrópolis la bandera de una lucha para que una ciudad no pierda su alma.
15 millones de visitas y una espera
En diez años de existencia, el Museo de la Acrópolis ha recibido 15 millones de visitas, pero aún espera la definitiva: la llegada de los mármoles robados del Partenón por lord Elgin a principios del siglo XIX, que se exhiben en el Museo Británico de Londres y que Atenas reclama desde hace décadas. “Elgin arrancó alrededor del 50% de las esculturas originales, y en el museo mostramos, con copias de las piezas sustraídas, cómo era el original para subrayar la importancia de la reunificación de los mármoles”, explica Dimitrios Pandermalís, director del museo. En una doble perspectiva, que es también un diálogo de cristal y piedra —el Partenón puede verse desde las salas acristaladas del museo—, dialogan el pasado y el presente. “En la sala dedicada al Partenón el visitante tiene la oportunidad de recorrer el templo reconstruido con todas sus esculturas y a la vez contemplar, en lo alto de la Acrópolis, el templo real”. Las amplias cristaleras, además, “revalorizan las piezas sin necesidad de recurrir a luz artificial”.
Porque ni el museo es un museo cualquiera —se concibió con el propósito de albergar un día las piezas robadas—, ni el Partenón un recinto arqueológico más. "Las esculturas del Partenón tienen un significado muy simbólico: en ellas está la primera representación de la primera democracia del mundo, porque el arte griego fue una expresión de la política de su tiempo". Pero el signo de los tiempos es ahora el virtual, y el museo recurre a las nuevas tecnologías para recrear la historia del monumento y explicar su significado. "En estos diez años he comprobado que los visitantes cada vez saben menos de mitología, de historia o cultura clásica. Por eso el museo debe suplir esas carencias y enseñarles no sólo lo que se ve, sino el contexto necesario para entender la visita. Para finales de año todo el contenido del museo estará disponible online, para profanos y para expertos". Para explicar, entre otras cosas, por qué los estudios clásicos deberían tener (o recuperar) relevancia, "porque pueden explicar cuestiones contemporáneas".
Coincidiendo con el décimo aniversario del museo, que se celebró en junio, se abrió al público una excavación de 4.000 metros cuadrados en los mismos cimientos del mismo, que permite recorrer un antiguo barrio ateniense y ver las casas, talleres y baños que le dieron vida desde la Grecia clásica hasta el periodo bizantino. Lo local, lo popular, frente a la universalidad elevada del Partenón. Porque “el museo nos devuelve nuestras raíces europeas, nuestra memoria. Por eso la cuestión del retorno de los mármoles no es solo cultural, sino altamente simbólica: el Partenón es el emblema de la civilización occidental, el logro culminante de un mundo que dio origen al nuestro".
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