Acostarse temprano
Si el escritor no ha pasado días, semanas o meses pensando en la primera frase de su novela, yo lo noto y me apeo del libro
Se acerca agosto, siempre que eso ocurre me acuerdo de una novela que leí cuando tenía veintitantos años. Me acuerdo de Luz de agosto de William Faulkner. Estos días estoy releyendo El ruido y la furia, un libro que quema. La primera parte de El ruido y la furia es como una prueba de fuego. Si consigues leer eso y no arrojar la novela por la ventana con gesto de cólera infinita, pasas la prueba. Esta vez me he saltado la prueba de fuego, porque a mi edad ya no estoy para pruebas, y me he ido a la segunda parte, que me gusta más. Puedes hacer eso con las joyas de la literatura universal. Ellos, los escritores, no lo notan, porque están muertos.
Esa es la gran condición para ser un clásico: estar muerto. Me gusta mucho Faulkner, y me gusta mucho El ruido y la furia porque es una novela incompasiva. Me dedico estos días a recordar lo que leí de joven. La primera frase de una novela es de capital importancia. Hasta tal punto que yo ahora, con la edad que tengo, ya me puedo permitir el capricho de decidir si leo una novela solo por cómo comienza. Si la primer frase no es cautivadora, ya no sigo. Si el escritor no ha pasado varios días o semanas o meses pensando en esa primera frase, yo lo noto y me apeo del libro.
El primero que supo que el comienzo de una novela era trascendental fue Cervantes. El comienzo del Quijote es un acto de creación pura. Arranca a Don Quijote de las tinieblas del espacio y del tiempo y le da la vida. Los rockeros saben perfectamente que la primera canción de un disco, o la primera canción de una actuación en directo, tiene que ser un zepelín directo al corazón del público. Eso se lo vi hacer a Lou Reed cuando era Lou Reed. Eso lo han hecho siempre los Rolling Stones. Eso lo hace Bruce Springsteen. Todos lo aprendieron de Cervantes.
Uno de los comienzos más arrebatadores que he leído en mi vida lo escribió Francis Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby, en donde el narrador de la novela recuerda un consejo paterno: “cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien, ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas”. Es un comienzo que apela a la indulgencia, a la tolerancia y a la comprensión de la vida. Esto último es lo que le pedimos a la literatura: comprensión de la vida. Y Marcel Proust comenzó su En busca del tiempo perdido con una frase simple y magistral, que nadie ha conseguido igualar: “mucho tiempo he estado acostándome temprano”. Hay una escena de una hermosura devastadora en la última película que rodó Sergio Leone. En Érase una vez en América, un personaje le pregunta a un Robert de Niro ya sexagenario: “¿Qué has estado haciendo durante estos últimos 35 años?”. Y De Niro se queda mirando a su interlocutor con una cara de melancolía cósmica, también de rabia, también de venenosa soledad. Y contesta esto: “Acostarme temprano”.
Babelia
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