Ensoñación lírica y técnica
Hay una magnífica introspección sobre la dicotomía entre el sueño y el recuerdo. Pero, también, una rémora de autocomplacencia, de deleite excesivo
En los últimos años un puñado de autores de todo el mundo y de variados estilos ha rescatado las posibilidades del formato cinematográfico para establecer metáforas sobre el relato en sí, para ahondar en la lógica interna y en el estado mental o social de sus personajes, para acompañar al fondo del asunto con algo tan, en principio, técnico como las condiciones de la proyección.
LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE
Dirección: Bi Gan.
Intérpretes: Tang Wei, Huang Jue, Lee Hong-Chi, Sylvia Chang.
Género: drama. China, 2018.
Duración: 138 minutos.
Con el formato académico 1,37:1 de Ida, hoy tan desacostumbrado, Pawel Pawlikowski encerraba a sus criaturas en una pantalla casi carcelaria de la que, como en la historia de fondo, les resultaba imposible salir, sumando además una puesta en escena donde los personajes ocupaban la parte inferior del encuadre, con mucho aire por arriba: acogotados por el formato y por la vida. De un modo semejante, el de la prisión social, Xavier Dolan filmó al protagonista de Mommy en un aún más extraño 1:1, configuración cuadrada de la que en un instante sublime escapaba gracias al ensanchamiento de la pantalla hasta un panorámico 1,85:1.
Y ahora el chino Bi Gan ha ido más allá con Largo viaje hacia la noche, una película marcada por una solución que trasciende la técnica para alcanzar el onirismo exacerbado y la inolvidable experiencia cinematográfica. Un cambio en el núcleo central del relato desde las habituales dos dimensiones hasta la tridimensionalidad, que se produce cuando el protagonista de la historia se pone unas gafas: es entonces cuando el espectador debe colocarse las suyas de 3D e iniciar así una vivencia poco común en la butaca. Un dispositivo en modo alguno caprichoso, que va acompañado de un recurso de puesta en escena que hace confluir a la perfección el fondo y la forma: 50 minutos de plano secuencia sin (aparentes) cortes de montaje. Así, el viaje del personaje por la desolación y la búsqueda, por el amor perdido, por un mundo al mismo tiempo real y ensoñador, es también el nuestro como espectadores. Una alucinación mental portentosa, expuesta con la milimétrica cadencia de movimientos que el director chino ya había demostrado en su primera película: Kaili Blues, de 2015.
Eso sí, independientemente del ensayo inmersivo, Largo viaje hacia la noche se puede hacer un tanto cuesta arriba porque Bi, también guionista, se regodea quizá en exceso con su concepto del tiempo, y ahí la secuencia de la manzana, de raíz bressoniana, quizá pueda resultar ejemplificadora junto a la de la partida de pimpón. Como Wong Kar-wai, referencia meridiana en muchos aspectos (el tratamiento del color y las texturas, cierta simbología), el cineasta chino acude a la presencia física del tiempo por medio de relojes y diálogos. Pero no se conforma con eso; también rescata su detención de la vida a través de una de sus imágenes insignia: la de la cabeza sobre el hombro y el pecho del amante, filmada con un plano frontal.
Hay en Largo viaje hacia la noche una magnífica introspección sobre la dicotomía entre el sueño y el recuerdo. Pero, quizá también, una rémora de autocomplacencia, de deleite excesivo en su propia capacidad para el asombro, que es mucha, dejando un tanto de lado su, en demasiados momentos, confusa narrativa.
Babelia
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