La condesa acusada de robar un ‘van dyck’ declara que era “horroroso”
Cristina Ordovás Gómez-Jordana se enfrenta a cuatro años de cárcel en el juicio por la presunta apropiación indebida de un cuadro del maestro flamenco
Hacia la mitad del juicio, la imputada puso a todos de acuerdo. “Nunca había pasado algo así”, coincidieron jueces y letrados. El móvil de la condesa Cristina Ordovás Gómez-Jordana había sonado durante largo rato, sin que pudiera detenerlo. “¡Apaga, no salgas!”, le ordenó su abogado. Demasiado tarde: la mujer, de más de 80 años, según se comentó en el juicio, se levantó y se marchó de la sala, justo en medio de la declaración de un testigo. “No la conozco, pero ya me lo imagino. Ahora se pone a hablar”, dijo resignada la presidenta del jurado. Y eso que el asunto, en la Audiencia Provincial de Madrid, era tremendamente serio: la aristócrata, viuda del conde Juan de Goyeneche, se enfrenta a entre tres y cuatro años de cárcel y a una indemnización de 165.000 euros por la presunta apropiación indebida del cuadro Anna Sofía, condesa de Carnarvon, atribuido al maestro flamenco Van Dyck (1599-1641). Tras cuatro horas en las que se habló de impagos y promesas rotas, de Andorra y de Liechtenstein, el caso quedó visto para sentencia.
Eso sí, las juezas deben desentrañar un enredo mayúsculo: más allá del prólogo, todo es niebla. En 2009, dos ingleses, John Gloyne y Noel Kelleway, adquirieron la obra, datada entre 1633 y 1641, en una subasta de Christie’s en Londres, por unos 40.000 euros. Con la colaboración de un español, Pedro Saorín, trasladaron el cuadro a Madrid, para venderlo en otra puja, en la casa Ansorena. Ya que nadie lo compró, lo guardaron en una tienda de antigüedades, a la espera de confirmar la autoría de Van Dyck y subir su precio.
En junio de 2014, Saorín dio con una compradora potencial: la condesa, a la que conocía desde hacía medio siglo. Así que el cuadro fue llevado a su casa, para que terminara de convencerse a pagar los 165.000 euros pactados. Lo que la mujer decidió, según el fiscal, fue quedarse tanto la obra como el dinero: “Es una apropiación indebida de libro”. Hartos de meses de evasivas, los ingleses la denunciaron. Frente a ello, el letrado defensor reconoce un posible incumplimiento contractual, pero nunca un delito penal, y pide la absolución.
Reclamaciones previas
Cristina Ordovás, viuda de Juan de Goyeneche, ha estado siempre relacionada con el mundo del arte. Su suegro, el conde de Guaqui, poseía una gran colección. En el pasado, la aristócrata ya había tenido alguna reclamación por parte de personas para las que había trabajado.
En noviembre de 1992, su marido, el conde de Ruiz de Castilla, resultó herido grave por un paquete bomba enviado desde Barcelona a su casa de Madrid por correo ordinario. El atentado se produjo en el número 19 de la calle del Marqués de Cubas, próxima al Congreso. El aristócrata era yerno del general Manuel Ordovás, que presidió el consejo de guerra de Burgos, y hermano de Alfredo Goyeneche, presidente del Comité Olímpico Español, y amigo del rey Juan Carlos.
La encargada de hacerle la mudanza a la condesa en 2015, Inés García Cruz, también la acusa de impago, como reiteró ayer en el juicio por el van dyck. De hecho, todavía no devolvió a la aristócrata sus pertenencias, que conserva en un almacén a la espera de que esta salde su deuda. Cristina Ordovás, en cambio, defiende que sí pagó y que, pese a ello, García Cruz se lo robó todo. La condesa presentó incluso una denuncia, que fue archivada.
En fase de instrucción, la condesa defendió que el cuadro le había sido sustraído durante una mudanza en 2015. Ante las juezas, añadió un segundo hurto, de un año anterior, en el que desapareció el van dyck: un empresario alemán, Gerard Wolf Mier, acudió a su casa para llevarse varias obras que enseñaría a un comprador en Marbella, autorizado por la propia condesa. En el monto de cuadros embalados, por lo visto, se coló Anna Sofía, condesa de Carnarvon.
La condesa, que calificó de “horroroso” el van dyck, se declaró víctima de estafa: “Tengo un defecto. Soy confiada y tonta. La gente ha cambiado y el dinero también”. La acusada implicó además a Saorín: dice que este la engañó en la negociación y se hizo pasar por dueño del cuadro. Según declaró la aristócrata, dos ingleses que ella desconocía empezaron meses después a enviarle un "bombardeo" de e-mails y reclamarle el dinero de la obra, así que ella intentó contactar de nuevo con Saorín para comprender lo ocurrido. Además, apuntó que su conocido le debía unos 320.000 euros y quería pedirle que pagara él a los ingleses. Sostiene que el artista se volatilizó.
Saorín lo negó todo, aunque sí admitió ante la jueza que el 30% del precio de venta iba destinado a él. Sin embargo, dijo que se desentendió de la operación del van dyck cuando empezó a olerle mal.
Para las acusaciones, el relato es muy distinto: nada más obtener el cuadro, la condesa lo vendió a Wolf Mier, junto con unas cuantas obras. Es decir, cuando contestaba a los correos de los ingleses, o se reunía con ellos en mayo de 2015 prometiéndoles por enésima vez el pago, con intereses, hacía ya meses que no tenía el van dyck. Dos exasesores de la condesa confirmaron un traslado de 33 cuadros a la sociedad del alemán en junio de 2014, y que ella les fichó para deshacer la operación. Lograron recuperar la mayoría de las obras, pero Wolf Mier sostuvo, al parecer, que era otro dañado por la condesa: adujo que le debía 600.000 euros, y por eso se quedó el van dyck.
El cuadro, según se supo en el juicio, se encuentra en Zúrich. Cuando la acusación particular preguntó si la condesa misma lo había vendido en Suiza, ella estalló: “¿Está usted loco o qué?”. La jueza intervino: “Esto es una sala de juicio, no una taberna”. La acusada pidió disculpas a todos. Desde luego, ahí estuvo muy noble.
La juez pone orden
Además de ordenar el caos que le relataban, la juez tuvo ayer trabajo en exceso. Prácticamente nadie —acusada, letrados y testigos— se salvó de sus reproches. "Si quiere contestar, conteste a lo que le preguntan. Si va a contar una historia que no tiene que ver, no responda. Nos ahorramos tiempo", le repitió hasta tres veces a la aristócrata. Al abogado de la acusación particular le invitó a plantear "cuestiones relevantes". Y al letrado defensor le espetó: "Si ya nos da usted mismo la respuesta, sería estupendo". Finalmente, cuando el relato empezó a abarcar también obras de Tiziano, Pollock, Rodin y otro van dyck, se dirigió a todos los presentes: "Les recuerdo que estamos aquí por un cuadro en concreto".
Babelia
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