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Memorias del gitano gay que se libró de que su padre lo asesinara

Mikey Walsh cuenta en un libro su infancia y adolescencia de maltrato continuo, en una familia que esperaba de él un boxeador implacable y no un hombre homosexual

Mikey Walsh, tapándose la cara en una foto promocional.
Mikey Walsh, tapándose la cara en una foto promocional.Capitán Swing

El día en que Mikey Walsh decidió volver a su casa, después de haberse fugado con 14 años, su padre se levantó de un salto, llegó corriendo hasta él y le dio un puñetazo en la boca. “Eres un maldito maricón venenoso. ¿Cómo te atreves a volver aquí y difundir algo así? Joseph es tu tío y te tiene en un pedestal”, le dijo. El tío había abusado sexualmente de Mikey desde que este tenía seis años y hasta que huyó de su casa. Para cuando eso sucedió, Mikey apenas había ido cuatro años al colegio y no tenía ni DNI. Sí acarreaba un amplio historial de palizas y agresiones, que su padre le propinaba cada vez que no demostraba ser todo lo hombre que debía ser desde los cinco años. Quería un boxeador y desde luego no aprobaba que fuese homosexual.

Tenía todo en su contra para sobrevivir fuera del clan, pero dentro estaba sentenciado. Así que tuvo que aprender. Encontró trabajo en una hamburguesería y al salir, escribía. Empezó un diario: “Era una forma de escribir a mi familia sin que tuvieran que responderme”, cuenta a este periódico el autor del libro El chico gitano (publicado por Capitán Swing y traducido del inglés por Lucía Barahona). Estaba desesperado por cambiar su apariencia, su discurso, su educación. “Simplemente expresaba mis dudas y mis miedos. Era un momento solitario y extrañaba a mi familia y mi hogar terriblemente”, dice. "No podía volver. Con el paso del tiempo, mejoré mi ortografía y comencé a leer cómics y novelas gráficas”.

Con el paso del tiempo, mejoré mi ortografía y comencé a leer cómics y novelas gráficas

Y así, con lo mínimo, escribió esa parte de su vida desde las profundidades del “mundo secreto de los gitanos romaníes”, como reza el subtítulo del libro. Mikey Walsh es el seudónimo de un escritor, columnista y activista LGTBI británico, que sufre trastorno de ansiedad social, prefiere aparecer con la cara tapada en la foto promocional (no en la solapa) y evitar las apariciones públicas.

Resistencia gay

El propósito de esta autobiografía era, dice sin dar su nombre, “entristecer a una persona que amaba mucho”. Pero también porque se lo debía a su familia. Como venganza. Cuenta que pasó toda su vida tratando de hacer lo correcto para ellos, pero que siempre falló. Le hicieron pagar por ser gay hasta su adolescencia. “Dejar mi hogar fue lo único que pude hacer por ellos. Como gitano homosexual me han dicho un millón de veces, y aún siguen haciéndolo, que ser gay simplemente no sucede en nuestra comunidad. Es una de las muchas cosas que aún les cuesta aceptar, como a muchas otras comunidades, culturas y religiones. Al final, ser gay era la única parte de mí que no se rompió. No importa cuántos intentaron sacármelo y cuánto rezaba para que no lo fuera cuando era un niño”, asegura.

Amo mucho mi cultura y estoy orgulloso de ser un hombre gitano gay

“Día tras día, vivía odiándome por ser un monstruo entre los gitanos”, cuenta el narrador, cuyo libro se convirtió en un superventas internacional hace una década. Si su padre se enteraba de que era homosexual estaba casi seguro de que lo mataría. También le hacía luchar con su hermana. O luchaban entre ellos o les daba una paliza. “Así que nos pusimos a pelear. Nos mordimos, dimos patadas, golpes, nos arañamos y machacamos el uno al otro con la máxima brutalidad de la que fuimos capaces, rezando para que no tardara en hacer sonar la campana”, cuenta en el libro. Furioso por su derrota a manos de una niña, el padre le pegaba con todas sus fuerzas. Cada domingo los enfrentaba y cada domingo su hermana Frankie se alzaba vencedora. “Estaba acostumbrado a que me llamara maricón, para demostrarme el desprecio que le provocaba. Se reía de mí, me escupía y me soltaba un diccionario entero de insultos homófobos cien veces al día”, recuerda.

Racismo estructural

Ante los hechos que cuenta cuesta imaginar que haya dejado algo fuera, aunque Walsh asegura que solo se han caído del libro algunas cosas que no podía poner en palabras, por cuestiones técnicas. Dice que solo se ciñó a los hechos, en una historia que de haber sido ficción habría caído como falsa y amarillista. “Fue la aventura más grande de mi vida. Tengo algunas cicatrices sangrientas y feas de ella, pero cuando era hermosa nada podía comparársele. Amo mucho mi cultura y estoy orgulloso de ser un hombre gitano gay”, remata.

Durante sus 14 años de tormento, encontró salvación en su madre. Ella quería que Mikey aprendiera a leer y a escribir. Y a él le encantaba el arte y deseaba ir al colegio todos los días. Y entonces se encontró con la dificultad de ser distinto: ”Gitanos apestosos, cabrones, venís aquí y echáis a perder nuestro colegio. Nos dais asco”, les decían sus compañeros en las aulas.

Mi padre se reía de mí, me escupía y me soltaba un diccionario entero de insultos homófobos cien veces al día

Walsh es el autor del libro y la víctima de su protagonista: su padre. “Lamento no esforzarme más en ser más amable con él. Porque a pesar de su forma de ser, todavía nos queremos mucho y sé que estaba completamente perdido tratando de hacer lo que fuera para mejorarme. Mi familia sabe todo sobre el libro y ha sido muy comprensiva. Mi padre todavía no puede hablar de lo que es ser gay y nunca podré llevar a un novio a casa… , pero está bien. Alguien le leyó el libro mientras estaba en prisión [no sabe leer]. Siempre creerá que él me hizo así, pero no es cierto”.

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