Bilbao reabre el ‘caso Zuloaga’
El Museo de Bellas Artes expone un centenar de pinturas, 60 inéditas, que muestran su dimensión universal más allá de sus visiones de la España negra
Su descarnada y dramática visión de una España atrasada y oscura, poblada de mendigos, enanos, toreros o marquesas le convirtió en el retratista de las obsesiones nacionales de la generación del 98. Pero Ignacio Zuloaga (Eibar, Gipuzkoa, 1870-Madrid,1945) fue mucho más que el narrador de un país anclado en el subdesarrollo. Coetáneo de Sorolla y autor de una obra que sobrepasa las 1.000 pinturas, Zuloaga logró en vida el aplauso internacional de expertos y coleccionistas, un reconocimiento que en España se le negó durante mucho tiempo por su apoyo a las fuerzas nacionales durante la Guerra Civil. Frente a los prejuicios ideológicos distorsionadores de su obra, el Museo de Bellas Artes de Bilbao ha decidido reajustar su categoría artística con una muestra antológica de un centenar de obras, 60 de ellas inéditas, con las que se repasan sus diferentes etapas y se le reconoce la importancia y la proyección internacional que ocupó a comienzos del siglo XX.
Junto a las obras maestras que forman parte de la colección permanente del museo como El cardenal (1912) o el Retrato de la condesa Mathieu de Noailles (1913) se suman otras prestadas por colecciones privadas y públicas de todo el mundo, como el Museo Ignacio Zuloaga de Pedraza (Segovia), el Reina Sofía de Madrid, el Museu Nacional d'Art de Catalunya, la Hispanic Society de Nueva York, el Musée d'Orsay de París, la Galleria Internazionale d'Arte Moderna di Ca'Pesaro en Venecia o el Museo Franz Mayer de México. La exposición plasma las investigaciones, recogidas en el catálogo, que durante los últimos cinco años han realizado Javier Novo González, jefe del Departamento de Colecciones del museo, y el historiador Mikel Lertxundi Galiana. Los dos expertos, comisarios de la exposición, resucitan así el llamado caso Zuloaga, la eterna tensión que vivió el artista entre los aplausos en el exterior y las descalificaciones internas.
La primera gran novedad que aporta el estudio sobre el que se basa la exposición tiene que ver con el número de obras que se conservan del artista. Hasta ahora, ese conjunto se cifraba en unas 600 pinturas, según el estudio de Enrique Lafuente Ferrari. Lertxundi y Novo afirman que se sobrepasa el millar. Hasta ahora se habían estudiado las obras que eran propiedad de instituciones museísticas o que eran custodiadas por la familia. Pero hay muchos cuadros en manos privadas que han sido rastreados al detalle por los investigadores y ahora se pueden ver en la exposición de Bilbao.
Miguel Zugaza, director del museo asegura sin dudar que esta es la muestra más extensa y completa que se le ha dedicado nunca a Zuloaga. “Aquí se explica su brillante trayectoria autodidacta, su excepcionalidad como retratista de personas y también de perros y se analizan sus coqueteos con el franquismo”.
La primera de las tres secciones en las que está dividida la exposición, Zuloaga antes de Zuloaga 1889-1898, da pie para recordar sus orígenes acomodados. Hijo de un damasquinador con clientes por toda Europa, Plácido Zuloaga, aprendió en el taller del padre sus primeras nociones de dibujo y grabado. Comenzó sus estudios con los jesuitas en Francia y los completó entre Madrid, París y Roma. El realismo como movimiento y el retrato como género fueron sus firmes opciones desde sus primeros años, tal como se puede ver en los trabajos de mediano formato que nutren el arranque de la muestra.
Ajeno a los movimientos vanguardistas de finales y comienzos de siglo, en Madrid y en Roma estudió y copió al detalle a los grandes maestros del pasado. La estancia en París le permitió conocer y exponer junto a los grandes artistas del momento (Toulouse-Lautrec, Degas, Gauguin) y conoce a la que sería su esposa y musa, Valentine Dethomas, una bella mujer de la alta burguesía que introdujo a su esposo en los ambientes intelectuales y artísticos parisinos. Gracias a ella, trató a Marcel Proust, Maurice Barrès o André Gide.
Entre viajes y largas estancias en diferentes ciudades españolas (Segovia, Sevilla), fue desarrollando un estilo con el que quiso aunar los elementos populares con las referencias clásicas y con la tradición de la escuela española de Berruguete, Montañés, Ribera y Zurbarán. Es el período que va entre 1898 y 1825 y es también el momento en el que, al igual que Sorolla, logra un éxito internacional sin precedentes en la pintura española. Sus paisajes castellanos y sus oscuros personajes de la España profunda le convirtieron en uno de los primeros fenómenos de masas del mundo artístico. Se conociera o no al autor, su obra ha sido reproducida hasta la saciedad en forma de cartel o postal por los locales públicos de la geografía española. Son las obras que le ligan con la Generación del 98 y que fueron rechazadas por un amplio sector que consideraba que se hacía una presentación folclórica de España. Pero los comisarios de la muestra aseguran que las mujeres agitanadas (La del abanico, o Cándida con mantón chinesco) y los toreros deformes son, en realidad, un retrato de los perdedores que sobrevivían de mala manera en los campos y en los arrabales de las ciudades. El contrapunto a esas oscuras estampas lo ponen espléndidos retratos como el de la Señora de Garay (1938).
La parte más peliaguda de la biografía y obra de Zuloaga se puede ver en el remate de la exposición. Al estallar la Guerra Civil, colabora con la estrategia propagandística del franquismo. De la mano del régimen exhibe su obra en Venecia, Londres, Bilbao, Madrid y Barcelona. Retrata al dictador y a varios miembros de su familia. Acepta encargos de obras destinadas a agasajar a Hitler y a Mussolini. Los comisarios no tienen dudas. “Nadie utilizó a nadie”, afirma Lertxundi. “Cuando pinta a Franco en 1941 con toda su pompa él tiene 70 años y lo hace porque quiere, en beneficio propio. Lo mismo ocurre cuando representa a la España Nacional en actos de propaganda”. Reflejo de esa colaboración se exhibe una obra importante, el retrato del comandante José María Huarte. No están los iconos franquistas porque su interés es más simbólico que artístico y lo contrario distorsionaría el contenido de una exposición que trata de poner en valor el peso de Zuloaga en la historia del arte.
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