François Mitterrand, en el espejo privado de su biblioteca
Más de mil libros y documentos del presidente francés a subasta. La colección refleja sus amistades literarias, como García Márquez, y su inclinación por autores de derechas
La tradición del rey filósofo —el presidente escritor: el intelectual al frente de la nación— tiene arraigo en Francia. Del fundador de la V República, el general De Gaulle, que escribió unas memorias notables, a su último sucesor, Emmanuel Macron, muchos jefes de Estado han querido ser, al mismo tiempo, hombres de letras. Pocos destacan tanto en esta mezcla como François Mitterrand, presidente de la República entre 1981 y 1995. Lector y bibliófilo cultivado, cliente fiel de las librerías del Barrio Latino de París, amigo de escritores y él mismo escritor ocasional, Mitterrand dejó una amplia biblioteca al morir a los 79 años en 1996.
Más de mil obras literarias procedentes de esta biblioteca, incluidos algunos manuscritos y apuntes, se pondrán en venta el 29 y el 30 de octubre próximos en casa de subastas Piasa, de París. La colección pertenece a la parte más secreta de la biblioteca del presidente socialista, figura central en la política francesa desde los años cincuenta hasta los noventa. En 1990 donó 20.000 ejemplares de su colección a la biblioteca de Nevers, en su feudo del departamento de la Nièvre. En unas cajas de cartón en su piso de París quedaron las obras de bibliófilo y las carpetas que su hijo, Gilbert Mitterrand, ha decidido poner en venta. Se subastarán a un precio estimado conjunto de los 683 lotes de 450.000 euros.
“Lo guardaba todo. Y antes de su muerte lo organizó todo”, dice el librero Jean-Baptiste de Proyart, el experto que ha preparado la venta, en su despacho con vistas al Sena y la torre Eiffel.
El librero despliega sobre la mesa algunos de las piezas de la colección. “Para François Mitterrand, de son ami”, se lee, con letra clara y grande, en la dedicatoria de Cent ans de solitude, la traducción francesa de Cien años de soledad. Es uno de los siete volúmenes —todos encuadernados— que Gabriel García Márquez dedicó a Mitterrand en 1981, probablemente en ocasión de la visita del Nobel colombiano a París para participar en la ceremonia de investidura del presidente recién elegido, episodio que narró en un artículo en EL PAÍS titulado Mitterrand: el otro, el presidente.
En su dietario L’abeille et l’architecte (La abeja y el arquitecto), publicado en 1978, Mitterrand recordaba cómo Pablo Neruda le hizo descubrir Cien años de soledad. El poeta chileno le dijo al político francés que era “la novela más bella que América Latina ha producido desde la última guerra”. “La leí al día siguiente”, escribe Mitterrand, que añade que más tarde conoció a García Márquez en París. “Era, en efecto, el hombre de su obra”, escribe. “Sólido, cuadrado, risa y silencio. No empleo esta palabra para sorprender: bajo la exuberancia de la imagen y la prodigiosa fiesta del verbo, se extiende un desierto de silencio como sólo sabe inventarlo la selva tropical”.
Que en aquella época, los años setenta, cuando Mitterrand era diputado y líder socialista, se interesó por el mundo latinoamericano, queda patente en algunas notas sacadas de las dos carpetas, o scrap-books. Por ejemplo, en una tarjeta de invitación a una recepción en noviembre de 1971 en el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, con el presidente Salvador Allende y Fidel Castro. O en las notas que garabateó en un papel durante un viaje a Cuba con el nombre de personalidades cubanas: “Pablo Milanés. Músico”, se lee. O: "Alicia Alonso. Bailarina. Dirige el ballet nacional”. Felipe González aparece, junto a Enrique Tierno Galván, en un manuscrito que acabó incluido en La abeja y el arquitecto: un apunte sobre un congreso de los socialistas españoles en abril de 1978. “Un auténtica ceremonia de boda…”, escribe. Unos años antes —hacia 1976, según el catálogo— apunta en el reverso de una tarjeta de visita la genealogía de los Borbones de España.
Jean-Baptiste de Proyart sigue desplegando libros y notas sobre la mesa. Las memorias del último líder soviético Mijaíl Gorbachov dedicadas. Un libro de Valéry Giscard D'Estaing, presidente tras derrotar a Mitterrand en 1974. Unos apuntes sobre una reunión en Washington con otro maquiavelo, Henry Kissinger, que demuestran el talento literario de Mitterrand ("Seduce o golpea", describe al anfitrión). Un ejemplar dedicado por Ernst Jünger ("Al señor presidente de la República, en recuerdo del encuentro franco-alemán del 22 de octubre de 1984 en Verdún", escribe, en alusión al icónico encuentro con el canciller alemán Helmut Kohl en el campo de batalla de la Primera Guerra Mundial).
La querencia por los escritores conservadores como Jünger es una de los datos que revela esta colección, auténtico canon de la literatura de derechas francesa de entre finales del siglo XIX y los años setenta del siglo XX. Abundan las obras —siempre encuadernadas— del intelectual nacionalista Maurice Barrès, de los colaboracionistas Robert Brasillach, Drieu La Rochelle o su admirado Jacques Chardonne, de la llamada generación de los húsares en la posguerra, de Jean d'Ormesson. Es el Mitterrand ambiguo y en claroscuro, tal como ha quedado fijado en la memoria colectiva: el joven funcionario en Vichy y el primer presidente socialista en la V República; el hombre público de izquierdas y el intelectual privado de derechas. ¿Quizá porque se formó en una cultura conservadora? ¿O porque la literatura francesa, como sostenía el crítico Thibaudet, tiende a la derecha mientras la política tiende a la izquierda?
"Mitterrand no se censura", resume el librero De Proyart. "No hace purgas ni en su pensamiento, ni en su biblioteca, ni en sus papeles para ser políticamente correcto. Su identidad es múltiple".
De Camus a Echenoz
Mucha novela. Poca poesía. Escritores de derechas pero también amigos que le dedicaban los libros, como Milan Kundera, Marguerite Duras o Françoise Sagan. François Mitterrand no perdió interés en la literatura de su tiempo ni en los escritores más jóvenes. En la colección que se pondrá a subasta a finales de mes, sorprenden, por ejemplo, los tres lotes con novelas encuadernadas de Jean Echenoz publicadas en los años ochenta y a principios de los noventa. Mitterrand acostumbraba a poner una pequeña hoja dentro de cada libro en la que, con su pluma Waterman, anotaba el autor, el título, el precio pagado, la librería donde lo compró y la fecha y dónde lo encuadernó. Los límites culturales del presidente, que sólo leía francés, se reflejan en la elección de autores, aunque, además de un colombiano también hay alemanes (Ernst Jünger, Thomas Mann), británicos (Graham Greene) y nortamericanos (Tom Wolfe, William Styron). Y entre los franceses de su generación, no sólo hay conservadores. Albert Camus le dedica a mediados de los años 50 un ejemplar de Los justos con las siguientes palabras: "Al señor ministro del Interior [cargo que entonces ocupaba], en recuerdo de una causa justa y en homenaje deferente".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.