En el laberinto de la Bienal de Venecia
Exposiciones de grandes pintores, bibliotecas del exilio y hasta los correos electrónicos de Hillary Clinton completan las propuestas paralelas de la cita
El pabellón de Lituania se llevó este fin de semana el premio gordo de la 58ª Bienal de Venecia con la pieza Sun&Sea (Marina), de las artistas Lina Lapelyte, Vaiva Grainyte y Rugile Bardzdziukaite. Se trata de una “opera-performance para 13 voces” sobre el cambio climático, en la que se observa desde arriba a los cantantes vestidos de bañistas y esparcidos por una playa creada con arena traída de la república báltica. El calentamiento global y la llamada de socorro de la Tierra, enviada precisamente desde aquí, punto verdaderamente crítico en el desastre planetario, han sido temas centrales de la cita, que permanecerá abierta hasta el 24 de noviembre con agua, seres marinos, detritus subacuático y hasta el olor a salitre (como en la sensacional pieza de Laure Prouvost en Francia) por todas partes.
Otra playa musical, esta de Liliana Moro, cierra, al ritmo de la canción Bella Ciao puesta en bucle, el recorrido del pabellón de Italia y la sobredosis artística del Arsenale; el antiguo astillero de la ciudad alberga 23 espacios nacionales además de la porción más grande de la parte comisariada, que este año se centra en el convulso presente bajo el título Ojalá vivas tiempos interesantes. El carismático comisario Milovan Farronato ha optado por domesticar el gigantesco espacio italiano con la construcción en su interior de un laberinto, inspirado en Italo Calvino. Así que todo acabó por encajar cuando los invitados el viernes a la exclusiva cena de inauguración del pabellón se perdieron en el laberinto dedicado a Borges en el jardín de la Fondazione Giorgio Cini, alquilada por Gucci, que, además de organizar el evento aporta financiación mayoritaria al proyecto artístico en una tendencia creciente de mezclar lo público y lo privado en estos Juegos Olímpicos del arte.
Ambas ideas, el agua y los laberintos, definen bien no solo esta edición de la bienal sino el mismo espíritu de Venecia, ciudad que se llena durante la cita de exposiciones y acciones artísticas en palacios, iglesias e incluso supermercados. Una vez que los asistentes creen haber asimilado los miles de estímulos del Arsenale y los Giardini toca coger el mapa del más allá e ir en busca de lo que uno no debe perderse: desde la blanquísima biblioteca de autores exiliados que el escritor y ceramista Edmund de Waal ha montado en el gueto de la ciudad a una muestra en el Palacio Ducal sobre el caldo de cultivo que dio lugar al milagro de Canaletto en la primera mitad del Settecento, antes del declive y caída de la Serenissima.
Curiosamente para un evento que reflexiona sobre el futuro del arte, la mayor parte de muestras paralelas están consagradas a pintores. Los óleos del belga Luc Tuymans, de colores ajados, como en una polaroid vetusta, parecen frescos antiguos en las paredes del Palazzo Grassi, que le dedica una retrospectiva. Otras propuestas optan por enfocar el tiro para, por ejemplo, resaltar la relación de este o aquel artista con Venecia y sus maestros del siglo XV, como en los casos de la exposición, más de 50 años de que representara en la bienal a Estados Unidos, de los grandes cuadros de Helen Frankenthaler (en el Palazzo Grimani) o la de Jean Dubuffet, que participó por Francia en 1982 (Palazzo Franchetti).
El neoexpresionista alemán Georg Baselitz, por su parte, se ha convertido en estos días en el primer artista vivo en exponer en la Gallerie dell'Accademia en una muestra comisariada por el español Kosme de Barañano, que presenta una impresionante sala con retratos invertidos de gran formato. Y el Palazzo Fortuny ha montado una exposición sobre sus antiguos dueños artistas: Fortuny, padre e hijo, con montaje en penumbra del interiorista de moda, Axel Vervoordt.
Más allá de la pintura cabe de todo: desde una instalación de Philippe Parreno que mezcla alta tecnología y microorganismos (!) a la pieza del poeta Kenneth Goldsmith, que permite al visitante leer los famosos y ciertamente aburridos correos electrónicos sobre Libia de Hillary Clinton en los que tanto interés tenía Trump durante la campaña que le hizo presidente de Estados Unidos. También, propuestas que exceden lo artístico, como el programa de cenas promovida por la cafetera Illy, que marida chefs estrellados (por la Guía Michelin, se entiende) con artistas de la bienal escogidos por el comisario Ralph Rugoff. Serán en un restaurante del Arsenale. A la reflexión sobre el presente por el estómago.
Babelia
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