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Axel Vervoordt: de organizar meriendas para las amigas de su madre a decorar la casa de Bill Gates

James Rajotte
Anatxu Zabalbeascoa

Ha decorado casas de figuras tan dispares como Bill Gates o Kanye West. Su reto es “captar el alma de cada cliente”. Empezó organizando meriendas para las amigas de su madre y hoy encabeza un negocio internacional basado en el amor al estilo.

AUNQUE EL BELGA Axel Ver­voordt (1947) es uno de los interioristas más influyentes de la actualidad, resulta poco preciso unir su apellido a un momento: él diseña para quedar fuera del tiempo. Precursor de una idea de negocio basada en la confianza en el gusto propio, el decorador de las viviendas de Bill Gates, Robert de Niro o Kanye West y Kim Kardashian vive en un castillo a las afueras de Amberes. Pero es un profesional hecho a sí mismo a partir de las intuiciones acumuladas a lo largo de una infancia amable. De talante cercano y natural, ha venido a Madrid a recoger el Premio AD al mejor diseñador, que concede la redacción de la revista. La noche de la celebración, aparece para retratarse con siete puntos de sutura junto a una ceja. Le resta importancia: no ha sido el diseño del hotel ni la ubicación de la mesilla de noche. Ha sido su torpeza, aclara sonriente.

Galerista, coleccionista, restaurador… ¿Su curiosidad le empuja a ser muchas cosas a la vez? Es cuestión de dedicarle tiempo, ¿no? Lo que está detrás es siempre lo mismo: darle vía a la creatividad que todos llevamos dentro, convertirla en algo.

Para mí lo esencial es coger del pasado lo que no deberíamos perder y con eso construir el futuro.

¿Actualizar más que renovar? No defiendo el cambio por el cambio, pero tampoco defiendo la momificación. Si negamos el pasado, nos perdemos lo que somos. Uno ha de ir más allá de sí mismo y su propio ego y ponerse al servicio de la evolución, que es la permanencia de las grandes ideas. No soy revolucionario, soy evolucionario.

Ha seguido siempre su intuición. Lo que uno puede aportar es lo que le sale de dentro. No tengo receta o estrategia sobre nada en la vida ni sobre el trabajo. La creatividad nace de atreverse a mantener la mente abierta. Aunque eso te haga vulnerable, es la única vía para ver por uno mismo. De joven lo haces por intuición, sin saber bien por qué eliges las cosas. De mayor te influye lo que has visto y lo que has leído: eres consciente de tus decisiones. Y te puede costar más rescatar las intuiciones propias.

Su primera vocación, la de coleccionista, le llegó de su madre, que no coleccionaba… Pero estaba siempre pendiente de que todo en casa fuera bonito. Poco y bonito: unas flores, un frutero, un forro para el sofá. Cambiaba las cosas continuamente. Mi idea de casa es un lugar vivo.

¿Le dejaba jugar entre tantas cosas bonitas o le pedía que no las tocara? Defendía que los niños tenían que educarse con la familia, y no con el servicio como había visto toda su vida. La casa era mi campo de juegos.

Arriba, salón oriental en el castillo de Gravenwezel, cerca de Amberes, donde vive Vervoordt. En medio, invernadero de naranjos en Gravenwezel. Abajo, comedor en el Palazzo Alverà, en Venecia, donde el diseñador organiza exposiciones de arte y antigüedades.
Arriba, salón oriental en el castillo de Gravenwezel, cerca de Amberes, donde vive Vervoordt. En medio, invernadero de naranjos en Gravenwezel. Abajo, comedor en el Palazzo Alverà, en Venecia, donde el diseñador organiza exposiciones de arte y antigüedades.Laziz Hamani / Jean-Pierre Gabriel

Axel Vervoordt se crio en una pequeña vivienda, cerca de Amberes, construida en el jardín de la gran casona en la que vivían sus abuelos. Su padre era un tratante de caballos que se pasaba el día viajando, “un apasionado de los caballos que solo hablaba de caballos”. Al contrario de su madre, lo describe como un hombre estricto. Y recuerda que los caballos corrían por el jardín. “Mi madre tenía amigos artistas y mi padre amigos granjeros. Conocí a gente muy distinta y nunca vi esnobismo en mi casa. Tuve una infancia feliz”. Estudió en los jesuitas. Y fue su madre quien lo apuntó a clases de pintura extraescolares. A los 14 años comenzó a comprar. E inmediatamente, a despachar. “Adquiría velas, candelabros y cajas en mercadillos y los ponía en mi habitación. Como les gustaban a los amigos de mi madre, se los vendía. Así empecé. Con el dinero compraba otras cosas y mantenía vivo el negocio”.

Con 14 años, ¿en lugar de comprarse una pelota compraba velas? ¡También me gustaba la música clásica, cuando a mis amigos les gustaban los Beatles! Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo del arte quería empezar de cero. A mí me interesaba más reconstruir. El reciclaje y la reparación son actitudes muy actuales, pero mi madre ya era así. Cogía un trozo de madera de los establos, lo lijaba, lo enceraba y lo convertía en una mesa.

Con una vocación tan clara, ¿por qué estudió Económicas? Debía continuar el negocio de mi padre. Me gustan los caballos. Todavía monto a diario. Pero no tengo ni la pasión ni el conocimiento que él tenía: escuchaba relinchar a uno y sabía lo que le pasaba. Por eso decidí que mi negocio sería otro.

¿Cómo se hace uno anticuario con 21 años? Acompañaba a mi padre a Inglaterra a ver caballos y allí compraba objetos. Luego los vendía en Bélgica. Lo mismo que de niño, pero a otra escala.

¿Por qué vendemos las cosas? Porque queremos probar otras sensaciones. O cuando necesitamos dinero.

¿Usted podía comprar porque su familia era rica? Mi padre era muy estricto. Con 18 años le pedí el primer préstamo y me exigió los mismos intereses que el banco. Eso me entrenó para la vida porque mi naturaleza es comprar lo que me gusta y me gustan muchas cosas. Con 21 años me harté de vender porque todo lo que compraba me gustaba y me lo quería quedar. Decidí que lo que no vendiera en un año sería para mí. Y así construí mi colección.

¿Vende cosas que no se quedaría? Nunca. Lo intenté para atender a los gustos de la gente. Pero fue un error: no sabía cómo defenderlo y rectifiqué.

¿Cuándo empezó a diseñar espacios? Con 14 años, mi madre organizaba meriendas y yo la ayudaba. Está claro que, aunque entonces no me diera cuenta, era un niño atípico, pero mi madre estaba orgullosa de mí y eso me alimentaba. Con 22 años, el negocio de anticuario funcionaba y dejé la universidad. Mi madre se dedicaba a comprar casas que sus amigos artistas restauraban. En Amberes encontró un grupo de viviendas junto a la catedral que pertenecía a dos ancianas de 85 y 92 años. Ellas querían venderlas, pero exigían que permanecieran juntas, sin demoliciones ni rupturas. Las compré. Como no tenía dinero para contratar a nadie, las restauré yo mismo. Gustaron y empecé a recibir encargos.

Exterior del castillo de Gravenwezel.
Exterior del castillo de Gravenwezel.Jan Liégeois

¿Volvió a pedir dinero a su padre? Y a devolverlo con intereses. Durante los 10 primeros años de profesión no entré en un banco. Para cuando tuve que ir, ya sabía organizarme. Con todo, no soy una persona arriesgada.

¿Cuál es la clave de su estilo? La comodidad. Yo limpio, elijo lo que debe quedarse, quito todo lo que puedo y busco cómo hacerlo cómodo. No me gusta lo que se ve muy diseñado. Me gusta lo que no puedes asociar a una época. Y lo que se puede tocar. Lo que envejece bien, no lo que se arruina con un arañazo.

¿Prefiere lo artesanal a lo industrial? No necesariamente. La arquitectura industrial es sólida. Está hecha para ser usada. Lo que no me gusta es lo superficial, me gustan las cosas de verdad.

¿Qué es de verdad? ¿Qué es auténtico en el mundo de la decoración? Lo que se puede tocar. En decoración hay modas. Y el mercado es muy astuto identificando la moda con la libertad, pero uno ha de saber lo que le gusta. O seguir buscando.

¿Diría que lleva 50 años haciendo lo mismo? Creo que he evolucionado. A veces busco más confort y otras más pureza. Pero, vamos, no soy un revolucionario.

¿No le interesa el riesgo? Nada pasa tan rápido de moda como la moda. Lo que me interesa en un espacio es que te haga sentir bien. Que no moleste y deje vivir. Me gusta ir a una casa que diseñé hace 30 años y sentir que cambiaría pocas cosas.

“Muchos sueñan con una casa donde tener todo. Yo defiendo que ese todo sea poco pero importante para ti”

Su estilo, un lujo austero, puede parecerle un oxímoron a mucha gente. Para la mayoría de la gente la casa soñada es un lugar en el que lo tienes todo. Y yo defiendo que ese todo sea poco pero importante para ti. No me gustan los dogmas ni los estilos que lo uniformizan todo. Mis cocinas son un lugar donde los invitados pueden entrar y abrir la nevera, pero necesito paredes blancas o un rincón para estar solo. Para mí la casa ideal tiene varias atmósferas. Es agradable poder cambiar, viajar en tu propia casa.

Eso necesita mucho espacio. Incluso en una casa pequeña se pueden hacer tres ambientes distintos. No me gusta el diseño que uniformiza: todo blanco o todo barroco… Una estantería puede estar llena de libros y de recuerdos, y una habitación puede funcionar mejor casi vacía. Mi dormitorio es muy sencillo. Pero hay gente que necesita un lugar que lo arrope y no soporta los espacios vacíos. Uno ha de conocerse antes de decidir cómo quiere que sea su casa. Y el diseñador debe ser capaz de capturar el alma de cada cliente.

¿Cómo hacer eso sin perder su punto de vista? ¿Cómo diseñaría un lugar que arrope? Pondría más cosas. Mezclaría alguna obra de arte con objetos cotidianos sencillos pero bien hechos. Un diseñador debe respetar tres cosas: la arquitectura, el entorno y al cliente.

Habitación en Kanaal, un complejo residencial y cultural diseñado por Vervoordt en Bélgica.
Habitación en Kanaal, un complejo residencial y cultural diseñado por Vervoordt en Bélgica.Jan Liégeois

Viaja mucho. ¿Dónde se vive mejor? No creo que dependa de un lugar, depende de las personas. A mi madre le gustaba que los japoneses se quiten los zapatos antes de entrar en la casa. Se mantiene la limpieza y el silencio, pero resulta muy forzado tratar de hacerlo donde no existe esa cultura.

¿Dónde aprendió a mezclar? En Inglaterra. Me fascinaba un gainsborough encima de la chimenea y las botas Wellington junto a la puerta para salir a trabajar en el jardín. Hay algo real en esa mezcla entre lo estético y lo práctico. En Asia aprendí a conectar la decoración con la naturaleza y el espacio con uno mismo. Lo que más me gusta de Japón es el respeto: hacia la gente, la comida o los rituales. Por eso hacen arte de lo imperfecto: el wabi-sabi. En Francia, el sentido de la proporción va de la mano de lo superficial: un baño de oro, en lugar de oro macizo. Prefiero la Francia de los hugonotes que la de Luis XIV. Pero no busco tener razón. Respeto otros puntos de vista.

“El lujo es algo relativo. Coger una flor paseando por el campo puede ser un lujo. O encender una chimenea”

¿El lujo doméstico tiene que ver con el espacio, con la ubicación, con el dinero, con el autoconocimiento? El lujo es algo relativo. Hay gente muy rica que nunca tiene bastante y es pobre de por vida. Coger una flor bonita paseando por el campo puede ser un lujo. Encender una chimenea. El dinero puede facilitar el acceso al lujo, pero también lo puede dificultar.

¿Es necesaria la educación para ­valorar la austeridad? Tienes que estar convencido. Si intentas ser austero sin serlo de verdad, siguiendo la moda de la austeridad, el resultado es terrible. No le sirve a nadie. Un monasterio tiene algo de esencial. Allí la proporción es la única decoración. Pero no todo el mundo es un monje. Una casa minimalista puede ser muy fría, como un escenario forzado.

¿Por qué le gusta a usted la auste­ridad? A mí me gusta saber que soy más importante que mis cosas. Sentir que puedo estar bien estando solo. Cuando empecé a tener cierto reconocimiento me asusté. Decidí que tenía que buscar una manera de poner mi ego a raya. Lo hago yendo cada año una temporada a un monasterio. Desconectado de todo y conectando conmigo mismo.

¿Es una terapia religiosa? Me educaron en el catolicismo. No voy a misa. Pero me quedó el placer de tratar de ayudar a los demás. Dedico una hora a la semana a hacerlo.

Sus hijos trabajan con usted. Sí, uno lleva mi negocio. Lo hizo internacional. Me llevó a abrir en Hong Kong, cosa que ni se me hubiera pasado por la cabeza. Al otro le aturdía mi presencia y decidió irse a vivir a Canadá. Se formó. Trabajó. Me enorgulleció que supiera encontrar su camino. Pero al cabo del tiempo regresó y dijo que quería trabajar con la familia. Para mí fue como el regreso del hijo pródigo.

Trabajar en China y multiplicar sus clientes, ¿no contrasta con su manera de defender la autenticidad, la tranquilidad y la calma? Potencia mi idea de compartir. Y no, no soy otro allí. Soy el mismo en una escala mayor.

Diseño según la estética japonesa wabi-sabi, que aboga por lo simple y rechaza lo superfluo.
Diseño según la estética japonesa wabi-sabi, que aboga por lo simple y rechaza lo superfluo.Jan Liégeois

Describe el confort y la verdad como claves en su manera de decorar. Pero vive en un castillo que compró en 1984. ¿Qué comodidad y verdad encuentra en su casa? Es medieval, de 1108. Tiene huellas de todas las transformaciones que ha sufrido. Y lo usamos todo. Estaba en venta desde 1728. Lo hemos convertido en un lugar cómodo, aunque lo compramos por el paisaje y la cercanía a Amberes. También es importante que funcione muy bien para nuestro negocio. Allí puedo mostrarme como persona y como diseñador.

¿Qué arquitectura le interesa? La que está bien proporcionada y permite vivir bien. Muchos edificios del pasado son más sostenibles que inmuebles actuales.

¿Qué aconsejaría como diseñador? Humildad para aprender. Recuerdo que me horrorizó la primera exposición de Cy Twombly que vi en la galería Whitechapel de Londres. Luego me gustó y me hizo preguntarme por qué no me había gustado la primera vez que lo había visto. Pero me pasa todavía con la música contemporánea. La encuentro interesante, pero no me gusta. Con todo, lo interesante me parece mejor que lo bonito; lo que hace preguntas, mejor que lo que las responde. 

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