“Silicon Valley y las redes sociales son unos grandes criminales”
Markus Gabriel, joven estrella del pensamiento alemán, defiende que solo la filosofía puede salvar de una crisis que ha convertido a los ciudadanos en “proletarios digitales”
Jóvenes globales circulan por los pasillos de la preciosa residencia del centro Internacional de Filosofía de Bonn. Son postdoctorandos de medio mundo que vienen a pensar, bajo la dirección del joven Markus Gabriel, también conocido como la estrella del rock 'n' roll de la filosofía alemana.
Gabriel (Remagen, Alemania, 1980) es uno de los máximos representantes del llamado Nuevo Realismo, pero es sobre todo un pensador que toca tierra. Que le interesa la dimensión filosófica del fango del día a día. La de la política, las fake news, los gurús digitales y también la de Donald Trump. Porque cree que la filosofía tiene un urgente mandato moral. Que para los pensadores ya no basta con diagnosticar el mundo que les rodea. Tienen que aspirar a cambiarlo. “Como filósofos no tenemos que diagnosticar, tenemos que reparar”, arranca.
En un elegante despacho del centro de filosofía, Gabriel desgrana con vehemencia su pensamiento. El último libro de su trilogía El sentido del pensamiento (editorial Pasado y Presente) se acaba de publicar en español y en él alerta de que estamos inmersos en una crisis que requiere una profunda reflexión filosófica. Esa reflexión pasa por el alumbramiento de una filosofía europea –“el proyecto europeo es el de los valores humanos universales”– y por destronar a los gurús de Silicon Valley. “Nos han convertido en un proletariado digital a su servicio”, explica Gabriel, un pensador políglota y dotado con el don de la divulgación.
No hay investigaciones serias sobre la actividad criminal de Silicon Valley. Es un ataque de EE UU y de China y no estamos respondiendo
¿Cómo debe ser esta nueva reflexión filosófica con la que Gabriel aspira a sacarnos de la crisis? “Hay toda una tela de araña de problemas, pero creo que hay un epicentro de este terremoto global, que es la crisis de representación. La gente duda de los medios de comunicación, de los representantes votados en los parlamentos y de manera más general, y aquí es donde entra la filosofía, se extiende la idea errónea de que no podemos conocer la realidad. Que hay hechos alternativos, fake news y que la gente piensa que es muy difícil saber cómo son las cosas realmente. Ahora los humanos se relacionan con la realidad como si estuviera muy lejos”.
Esta, advierte, es una novedad crucial de nuestra era paradójica, en la que los humanos tienen más conocimientos que nunca, pero a la vez nunca han sentido que saben menos. “Esa crisis de representación es un dilema filosófico por excelencia. La esfera pública se ha convertido en un ejercicio filosófico constante del que todo el mundo participa”.
Gabriel sí cree que podemos conocer la realidad y es lo que él llama nuevo realismo. “Ahora asistimos a un nuevo tipo de propaganda que trata de decirnos que no sabemos lo que sabemos. Trump, el Brexit, no son mentiras, sino que son intentos de manipular a la gente para que crean que no saben lo que saben”.
La deriva de la infoesfera y la inteligencia artificial y los estragos que produce en el pensamiento son otras de sus grandes preocupaciones, que llama a combatir con “un nuevo mandato moral para la filosofía en la era digital”.
Gabriel cree que hay mucho de mito y marketing en la creencia de que nos encaminamos hacia un mundo automatizado, en el que máquinas inteligentes funcionarán de manera autónoma. Piensa que hay y siempre habrá humanos detrás de las máquinas, movidos por intereses a menudo espurios. “La inteligencia artificial es una ilusión. No existe ni existirá”, provoca. “Lo que hay es software de códigos escritos por humanos para explotar a otros humanos. Todos trabajamos para Facebook o para Google. Cuando usas el buscador, generas un rastro, produces algo y eso es trabajo. Y luego sus algoritmos, producidos por humanos, se utilizan para anticipar tu comportamiento y el de los demás, para ganar dinero con tu trabajo. Es lo que llamo el proletariado digital”. Y sigue: “el posthumanismo, el transhumanismo, la idea de que nuestras máquinas se parecen a nosotros y de que la inteligencia artificial nos amenaza es solo marketing. Es pura ideología para tener bajo control al proletariado digital”.
Dice Gabriel que los ciudadanos tienen que recuperar el control que les han arrebatado los “magos de Silicon Valley”. “Hace falta una revolución digital como fue la Revolución Francesa. Hay que destronarles por la vía democrática. Necesitan sanciones reales, probablemente incluso deberían acabar en la cárcel. Silicon Valley y las redes sociales son grandes criminales. Están ahí para explotarte, para hacerte adicto, como ya han estudiado los neurocientíficos. Saben que te vas a hacer adicto a tu teléfono. Son como Philip Morris, como la heroína. No hay investigaciones serias sobre la actividad criminal de Silicon Valley. Es un ataque de EE UU y de China y no estamos respondiendo. La UE trata de combatirlo, pero no lo suficiente”.
Ese es uno de los motivos por los que piensa que ha llegado la hora de alumbrar una filosofía europea. “Luchar juntos por una emancipación filosófica de la humanidad. Es lo que estaban haciendo hasta que llegó esa idea estúpida posmoderna de que el universalismo era solo otro particularismo, de que los derechos humanos universales solo sirven a los colonialistas”. Su proyecto es ambicioso e inédito. “No ha habido una verdadera filosofía europea. Igual Heidegger y Ortega y Gasset se leyeron, pero no hubo una cooperación real. El proyecto europeo que yo tengo en mente es el de los valores humanos universales. Los europeos, debido a su pasado filosófico, desde los griegos a la filosofía contemporánea, somos los mejor equipados para encontrar una respuesta a cómo tener justicia social y democracia en el futuro. No solo para Europa, sino para toda la humanidad. Rusos, chinos, americanos… somos todos humanos en el mismo sentido y ese es el punto de partida. Pero hay que hacerlo de forma contemporánea. No basta con leer a los muertos, a Hegel o a Platón, tiene que haber una cooperación real”.
Hace falta una revolución digital como fue la Revolución Francesa. Hay que destronarles por la vía democrática
Con o sin colegas europeos, Gabriel aspira a dar poder al pensamiento, que según sostiene es un acto sensorial, y uno especialmente poderoso. “Nos enseña que los humanos somos más inteligentes de lo que pensamos. Que podemos pensar del universo en su totalidad. Yo puedo pensar en Madrid sin estar allí y eso es bastante impresionante. Conocíamos los agujeros negros antes de verlos. Einstein podía saber cosas del universo antes de haberlas visto”.
Efervescencia sentimental
Ese canto al pensamiento y a la razón choca con la actual deriva de efervescencia sentimental. Tenemos todas las herramientas y la información para razonar más y mejor, pero no lo hacemos. A cambio, triunfan la política identitaria, el resentimiento, el egoísmo nacional y la xenofobia más irracional. ¿Por qué? “Esa es precisamente la manipulación a la que me refería. Internet es un ataque al pensamiento perpetrado por gente muy brillante, que emplea su pensamiento en explotar a otra gente. Es una manipulación malvada que convierte a la gente en criaturas sensoriales, adictas y yonquis de la información, que necesitan la siguiente dosis y que son vulnerables y por lo tanto manipulables”.
El diagnóstico de este joven locuaz es demoledor, pero es a la vez una invitación a la acción. “El proceso de extinción, de crisis ecológica es todavía reversible, pero lo único que nos puede salvar es la filosofía. No sola, pero junto a la política, la industria… Ninguna otra forma de relacionarnos con la realidad nos va a salvar”.
El comentario final del libro de Gabriel habla de la Europa tomada por la xenofobia y de que la manida identidad de Europa con la que trafican los neopopulismos no es más que un invento. Explica Gabriel en su despacho en Bonn que ese alegato es apenas un adelanto de su próximo libro, en el que promete “salir del armario como demócrata radical, que es lo que deberíamos ser todos”.
Babelia
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