“Para un niño, un libro puede ser una armadura”
A. F. Harrold, autor del clásico instantáneo 'Los imaginarios', reivindica el “poderoso” papel de la literatura infantil
A. F. Harrold creció leyendo a Douglas Adams en la Tierra Media. Esto es, creció leyendo, no tanto a los clásicos de la literatura infantil como a los clásicos del fantástico. J. R. R. Tolkien y el autor de La guía del autoespista galáctico son lo más parecido a un par de viejos parientes literarios de los que Harrold, un tipo de tupida barba pelirroja y chapas, chapas por todas partes, presume. Harrold tiene un par de series en marcha – y una de ellas, Greta Zargo, es más que un homenaje al universo Adams, hasta el punto que podría decirse que es la versión adolescente de Arthur Dent, el protagonista de la famosatetralogía en cinco partes del desaparecido clásico de la ciencia ficción –, pero ninguna de ellas ha llegado aún a España. Sí lo han hecho las dos primeras entregas de una trilogía que no tiene aspecto de trilogía: Los imaginarios y Una canción de muy lejos (Blackie Books).
Mi sensación no es la de estar escribiendo para niños. Hablo en un código que sobre todo ellos entienden
La primera se convirtió en un clásico instantáneo de la literatura infantil. La protagonista una niña que se topa con un niño invisible en su armario. Su único (y mejor) amigo. El autor confiesa haberla escrito a raíz de la muerte de su madre, en 2010. La segunda le está llevando por colegios e institutos de medio mundo hablando del bullying, tratando de acabar con el bullying a través de la historia de Frank, la niña a la que el resto de niños no quieren, y que debe conformarse con ser amiga con el chico raro de la clase. Pero ¿en qué consiste la amistad? Harrold parece no dejar de darle vueltas al asunto en todo aquello que escribe. “Todo lo que vives de niño se queda guardado en un cofre dentro de ti, y a veces necesitas abrirlo para acabar con los fantasmas. Yo lo abro y escribo estos libros, esperando que los lectores hagan lo mismo”, dice.
Su paso por Barcelona, el pasado mes de marzo, fue fugaz. Pero le bastó para recordar de qué manera se crea un escritor y, sobre todo, de qué manera lo hace un escritor de libros infantiles. “Mi sensación no es la de estar escribiendo para niños, así que se podría decir que también escribo para niños. Hablo en un código que sobre todo ellos entienden. Recuerdo que cuando era pequeño mi padre tenía dos trabajos. Yo le acompañaba al de la tarde. Consistía en limpiar la consulta de un dentista. A mí me daba un miedo atroz, así que le esperaba en la biblioteca. Vivíamos en Reading. Aún sigo viviendo allí. La biblioteca era un lugar maravilloso. Un refugio en el que podía vivir mil aventuras. Supongo que en parte hoy escribo para que otros niños como yo encuentren otros mundos en sus bibliotecas”, relata.
Harrold no se esconde. De pequeño lo pasó mal. “Los bullies, los abusones, que se meten con Frank en Una canción de muy lejos son los que se metían conmigo. Quiero decirles a todos los niños que se encuentren en una situación parecida, a través de ese libro, que no están solos. Que miren a su alrededor. Frank tarda en darse cuenta de que había alguien a quien estaba menospreciando que se moría por ser su amigo. Creo que para un niño, un libro puede ser una armadura. Y espero que los míos puedan serlo, en algún sentido. O, por lo menos, un amigo que les ayude a entenderse mejor. La literatura es poderosa”, dice. En su caso, Adams y Tolkien estuvieron ahí, pero también Russell Hoban, un delirante clásico infantil desconocido.
Admirador por igual de Patrick Ness (Un monstruo viene a verme) y Joss Whedon (Buffy Cazavampiros), de Iris Murdoch y Arthur Conan Doyle (estos días lleva encima porque se lo anda releyendo su novela sobre dinosaurios, El mundo perdido), Harrold asegura que si sus protagonistas son siempre chicas es porque, por un lado, quiere acabar con el mantra (o al menos comprobar que es cierto) que dice que los niños son incapaces de empatizar con una niña, pero también, parafraseando a Whedon, que dejará de hacerlo cuando le dejen de preguntar por qué lo hace. El chico que a los 15 años empezó a escribir poemas “para impresionar a las chicas”, ha acabado convertido, a sus 44, en un modesto clásico (en crecimiento) del indie infantil.
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